Bueno, ya está. Este artículo llega unos días más tarde que todos los demás porque, lo reconozco, soy un poco ignorante: me ha costado un tiempo saber qué pensar, cuando ante un evento mediático de este tipo –parafraseando a Lacan diríamos que los eventos mediáticos, en tanto que son falsos acontecimientos, son los únicos actos logrados- todo el mundo necesita mostrar que sabe, que no ha sido pillado por sorpresa, que ha sido capaz de formar rápidamente una opinión. Es una de las lacras mucha “crítica” periodística, la necesidad de una evaluación ready made, inmediata y, para evitar ansiedades y sobresaltos, mejor si diáfana y maniquea. Todo lo que he leído -incluidos los dos mejores artículos que han caído en mis manos el de Milagros Pérez Oliva en El País y el de Celia Dubal en estas mismas páginas-, van del lado del juicio deontológico (si Operación Palace se ajusta al código de “buenas prácticas” –siempre me ha hecho gracia esta expresión, no sé lo que pensará de ella un becario-) o estético: sabiendo ya que habíamos asistido a una ficción, ¿conseguía sus efectos emocionales, estaba a la altura artística de sus precedentes, había sido acertado el experimento, su supuesto fin pedagógico como aviso del engaño justificaba los medios?
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Intentos de comprender el mundo con la esperanza de intuir algunas estrategias que puedan transformarlo.
viernes, 28 de febrero de 2014
lunes, 17 de febrero de 2014
Flores sin nombre, VI. De Dios.
VI. DE DIOS
16
Tu amor desairaba a la realidady yo te creí como a una señal divina.
Y ahora te añoro como se añora
la capacidad de blasfemar,
que escapó en la grupa de la fe.
17
Dios es un nombre para el tiempo que nos acompaña.Para la soledad que nos unifica.
Para el espejo que nos excluye.
Y el recuerdo de padre y madre
ocultos a los ojos. Y el futuro
que nunca llega. Y la maldición
recompensada de Job.
Y la luna que mira clara, y el poema
de riguroso luto, y las mujeres que amé. Dios planea
sobre mi lecho semivacío.
Escucha mi voz de cadáver aplazado
que ni siquiera procrea.
Dios sabe que estoy loco.
Los humanos sólo lo sospechan.
¿Cómo voy a confiar en ellos?
18
Pensar lo mismo y lo contrario,sin que los segundos medien
en esa promiscuidad gnoseológica
que refleja tan fielmente al mundo.
Gravedades superpuestas en un mismo cuerpo,
con la tensión justa
para resistir el descuartizamiento.
Tendones entre los dientes
que barajan los músculos aviesos
que sedimentan la sonrisa.
Mordiscos salvajes que reavivan la alegría
sin removerla de su sima profunda.
19
Teoría de la literatura: son los clérigos los que apetecen nuestro bien, Dios se limita a amarnos.viernes, 7 de febrero de 2014
La verdad acerca de los hechos, 9
(viene de aquí)
IX. El paradigma comunicativo y sus olvidos.
No
dejo de estar sorprendido de que en la investigación sobre los discursos
informativos y la prácticas comunicativas todos los hallazgos de los años 60-80
parecen haber sido borrada de un plumazo. Yo llegué a la Universidad como
profesor allá por 2002 y, pese a haber estado siempre en contacto con ella, no
dejó de chocarme como el paradigma hermenéutico y crítico en el que me había
formado había sido definitivamente desplazado en el ámbito de las ciencias de
la comunicación y de las ciencias sociales. Ya no se trataba de interpretación
y crítica, sino de técnica y ortología. Los estudiantes se preparaban para ser
eficientes comunicadores, no para entender cómo funcionaban y qué transmitían
las prácticas semióticas y sociales. Aunque algo de esto hubiera podido ser positivo, el
triunfo del paradigma comunicativo no es inocente en absoluto: significa el
triunfo de la razón técnico-instrumental. Tal y como se ha llevado a cabo el
triunfo del cuantitativismo y de la entrevista, la enunciación controlada bajo
el yugo de la información y sometida a la funcionalidad empresarial ha
significado en buena medida la derrota del pensamiento.
El
problema es que se han olvidado hitos del pensamiento esenciales que “ya habían
pensado” nuestro presente. Se ha olvidado a Baudrillard, que ya leyó la Guerra
de Vietnam como un apaño entre las superpotencias, que convertía el antagonismo
y la dialéctica en simulacros y
nuestro entorno en hiperrealidad. Se
ha olvidado al Foucault que caracterizó las sociedades disciplinarias y la
microfísica del poder, y el poder queda como una relación simétrica,
reprimiendo todo antagonismo, toda diferencia no subsumible en el consenso. Se
ha tachado a Deleuze y Guatari y a la esquizofrenia capitalista. A Debord y la
imposible transparencia de la sociedad del espectáculo, la del
capitalismo más allá de la apacibilidad nominal de la estructura. A Derrida, y
su denuncia de la metafísica de la presencia, que tan implicada está en la
creencia de que hay una verdad de los
hechos. Pero también se ha olvidado la esencia de la escuela de Frankfurt
de la que parece que Habermas es la culminación natural y de sus predecesores
sólo quedan los textos más culturalistas de Benjamin y el saboteado concepto de
industria cultural de Adorno y Horkheimer.
En
última instancia se ha olvidado a Marx. Sí, se ha borrado al, en palabras de
Lacan, inventor del síntoma, esto es,
al Marx analítico, intérprete de la cultura, filósofo, economista y político y
se nos ha legado una versión de Marx hecha de consignas y recetas que,
desprovistas de su fundamento, parecen trasnochadas. Si desconocemos los
fundamentos de su crítica de la economía política, su genial y gigantesco
desciframiento del capitalismo, su abordaje de Hegel y su inversión del signo de
la dialéctica, y sólo nos quedamos con la dictadura del proletariado, aviados
estamos.
El
caso es que el último efecto perverso de esta tachadura es la reaparición de los
discursos de cuño estalinista (hay a quien una versión acrítica y dogmática de Marx le viene muy bien) que comparten el ideal de inmediatez y
transparencia con el neoliberalismo y que, sorprendentemente, han reprimido
todo recuerdo el fracaso del modelo del socialismo real soviético. Parecen
predispuestos a ofrecerse como vanguardia de las descerebradas masas trabajadoras
porque son capaces de leer el presente y ya tienen diseñado el futuro (¡qué miedo!). Y del lado reformista, vemos aparecer con
estupor propuestas ciudadano-populistas
que con sus consignas de reticularismo extremo repiten repiten
ingenuamente eslóganes y pautas protofascistas, porque ni saben que lo son. O,
casi que peor, eslóganes ciudadanistas y liberales del siglo XIX que en lo que
pueden acabar es en una universalización de la 2ª enmienda de la Constitución
norteameriacana.
(continuará)
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La verdad acerca de los hechos, 8
(viene de aquí)
VIII. El periodismo de investigación y su lógica (particularmente, en España).
Al final, el periodismo de investigación en el actual sistema de medios sólo parece servir para reforzar las comunidades de goce. De lo que se trataría, si estamos hablando de la verdad, es de cambiar la visión del mundo, las expectativas vitales, las opciones éticas, no de dar información que será interpretada como denuncia o manipulación según la comunidad de goce en cuestión, pero que jamás generará una auténtica rectificación subjetiva (si se entiende mejor, léase toma de conciencia). Los tsunamis informativos tipo “leaking” que han proliferado en los últimos tiempos son muy evidentes al respecto: efecto político = 0. Ha habido aluvión informativo, pero no αλήθεια, no desvelamiento, no revelación. De hecho, si un medio apuesta por el periodismo de investigación como la base o lo primordial de su tarea -sé que esto va a doler a más de un honrado periodista- automáticamente deduzco que ha renunciado a cualquier pretensión subversiva en el más noble sentido del término.
El periodismo de investigación nos parece
una opción excelente si pensamos en el Washington Post de los 70 y en el
Watergate. Ninguna duda. Pero, ay amigos, estamos en España y aquí una levísima
ojeada histórica nos indica que las cosas son y han sido de otra manera, que la
relación entre los hechos y la verdad puede ser perfectamente anulada o incluso
invertida y siempre fácilmente corrompida. Pensemos que el medio más representativo del
periodismo de investigación fue durante años El Mundo de Pedro J. Ramírez, que fundamentó su fama en la investigación del caso
GAL, que acabó con un ministro y un alto funcionario socialistas, y un par de
policías corruptos en la cárcel. Caso, pues, que fue investigado por un
director de un medio y un juez estrella con claras intenciones de venganza
contra Felipe González. El juez en cuestión detiene la investigación antes de
llegar al fondo (la famosa X), porque una cosa es desgastar al odiado enemigo y otra muy
distinta meter a un presidente del gobierno en la cárcel. Este juez prosigue su
carrera convirtiéndose en la gran estrella de la izquierda española pero quien
saca beneficio electoral de todo ello es el PP, que si hubiera sido coherente
con su ideología hubiera debido estar encantado con los GAL y haberlos
defendido a capa y espada.
Este partido gobierna España durante ocho años y
pierde las elecciones por mentir flagrantemente acerca de la autoría de un
masivo ataque terrorista, falsedad descubierta y propagada por la acción de los
ciudadanos a través de sus teléfonos móviles, no por los medios de comunicación,
que fueron siempre a rebufo aquellos tres días de marzo. Durante los ocho años
siguientes, el medio que descubrió a los GAL (los mortales enemigos de ETA)
monta una teoría de la conspiración inspirando continuas sospechas de que ETA,
a quien le hizo el favor de denunciar a los GAL, estuvo implicada en la autoría
de aquel atentado. A su vez, su medio rival descubre una trama corrupta
(Gürtel) contra el partido contrario, que ahora se pretende desgastar no por su
acción de gobierno, sino mientras está en la oposición en el Estado pero que
sigue gobernando en muchos gobiernos autonómicos, instrucción que, junto a
otras, lleva a cabo el mismo juez estrella que ayudó a ese partido, en ese
momento en la oposición, a llegar al gobierno, consiguiendo que el partido
acusado acabe acaparando el mayor poder electoral de toda la historia de la
monarquía constitucional española, y que acabe atacándolo y consiguiendo su inhabilitación,
mientras sus propios cargos electos van de imputación en imputación como todo
el mundo sabe y acepta sin que la mayoría deje de tener intención de seguir
votándoles. ¡POR DIOS, EN SERIO ¿DÓNDE NARICES ESTÁ LA VERDAD DE TODO ESTO?!!!!
Por hechos no será… Pero, evidentemente,
la lógica de estos procesos dista mucho de la biempensante cadena lógica denuncia -> reacción punitiva (o al menos de reprobación) por parte de la
opinión pública, sino que está gobernada por una lógica completamente distinta: la de la
serialidad fidelizante, que es problablemente la más antigua estrategia entre
las la industrias culturales de la ficción. Es decir, la lógica del culebrón o del folletín, esencialmente comerciales y que en muchos casos, de Dickens
a Breaking Bad, han podido generar
producciones dignas y de muy alto nivel. Pero sin mentir. Es decir, ofreciéndolas
explícitamente como ficción, no como “hechos” o noticias.
En última
instancia, vemos que el desgaste no es una opción precisamente revolucionaria,
que vaya en dirección a propiciar una significativa (verdadera, en el buen
sentido de la palabra, radical)
transformación del estado de las cosas. Por muy bien
intencionado que sea, -y no dejo de valorar recientes opciones tan abnegadas
como el El Diario.es o La Marea- el periodismo de investigación no consigue más que
reforzar un cierto ciudadanismo, una especie de narcisismo de la opinión pública
y en vez de cuestionar al sistema acaba cuestionando las mentiras de los políticos y
empresarios, es decir, las morales particulares de sus actores, insinuando el
subtexto de que tienen la culpa de todo y que si no fuera por sus canalladas
más o menos subrepticias, el sistema funcionaría (la realidad sería de otra manera). La maldad está en el sistema,
no este o aquél "políticoempresarioobanquero" corrupto. La verdad es que para que funcionara ese mito liberal que es el libre
mercado, con auténtica igualdad de oportunidades,
auténtica competencia libre, auténtico éxito de los mejores, y auténtico
gobierno de la oferta por la demanda -estado utópico que jamás han conseguido
enmascarar el capitalismo relamente existente, el de los emporios, los lobbys y
las multinacionales- haría falta un estado policial tal que hubiera hecho
parecer a la URSS un paraíso, porque el capitalista, el hombre de empresa
liberal, es tramposo y transgresor por esencia.
En fin, que como
decía mi amigo Jaume Peris
hace unos meses a cuenta del caso Bárcenas, el gran escándalo del PP no está en
los sobres, está en el BOE. Obvio. Suficientemente. Tanto, como que sin análisis y opinión no hay verdad.
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La verdad acerca de los hechos, 7
(viene de aquí)
VII. La información, los sujetos, las comunidades de goce.
Evidentemente, lo que originó la polémica que aquí estamos discutiendo fue
una noticia muy concreta, perteneciente al género político. En el espacio de la
comunicación pública y de la información política, la reiteración de la
información, la insistencia en ciertos hechos (lo cual siempre implica una
selección) remite continuamente a la enunciación, la caracteriza y condiciona
todas las interpretaciones de los enunciados que de ella provengan. Ello tiene
en los sistemas liberal parlamentarios, es decir, bipartidistas, una resonancia
anquilosadamente estructurada en comunidades de goce. Ante cualquier
denuncia de los abusos del poder, los periodistas, los políticos y los
(e)lectores de derechas contestan a lo que consideran una cantinela con otra:
“ya están estos rojos dando el coñazo; te recuerdo que la izquierda también…” Y
ello independientemente de los hechos, los datos y la información y las
encuestas de intención de voto, que puedan esgrimirse. La denuncia pública,
informativa, funciona como la famosa “doble inscripción freudiana”: es una
sobreinterpretación. Añadir más información a la información no rectifica la
posición del sujeto ni es semilla de ninguna transformación de la realidad. La
opinión pública es el espejo en que se deforman los hechos, en el que se genera
su congelamiento y su impotencia para acceder a la dignidad de la verdad y tener sus
efectos.
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La verdad acerca de los hechos, 6
(viene de aquí)
VI. La verdad, los hechos y su registro.
No hay, pues, hechos puros. Los datos, las
informaciones, no sólo se integran en un relato, sino también en un metarrelato,
en un cuadro ideológico determinado, en una escala de valores que confiere a su
interpretación su posibilidad y sus límites, que imprime su lógica y que los
convierte en realidad partiendo de unas inciertas señales. Podríamos caer en la
falacia de la fotografía como prueba irrefutable, pero todo estudioso de la
imagen sabe que el mismo recorte, el encuadre, el enfoque, ya son una forma de
ficcionalización, porque ejercen una función modelizante, de sinécdoque.
Pensemos en una portada de La Razón mostrando la foto de un encapuchado
quemando un contenedor como imagen representativa de una manifestación.
Evidentemente, si no ha sido trucada, la foto capta un hecho, pero ¿qué tiene
que ver ese hecho con la verdad? La
verdad residirá en un enunciado: ésta imagen representa un hecho aislado / esta
imagen es fiel representante del tono y actitud de todos los manifestantes.
VI. La verdad, los hechos y su registro.
En
fin, desde Aristóteles como mínimo sabemos que la verdad no anida en los hechos, sino en
los predicados que a ellos se aplican. La verdad es el relato, la verdad está
en los signos. El caso es que cada época ha decidido capturar la fugacidad de
los acontecimientos en un género, en una tipología narrativa: los anales, la
crónica, el cantar de gesta, el poema épico, el tratado histórico o los géneros
icónico-visuales correspondientes. La sociedad masiva, dominada en su
comunicación, inventó otro género para capturar lo real como una secuencia
narrativa: la noticia. Probablemente, el más neutralizador de la potencia
activa de todos, por que convierte a su receptor en un ente paralítico, la opinión pública.

Y ello pese al imaginario digital, que
comenzó en los noventa analizando paranoicoconspirativamente el famoso corto de
Abraham Zapruder en el que se recogía la muerte de Kennedy, y culminó con el
modelo CSI, que se ha
convertido en dominante en la ficción audiovisual de corte policíaco, no cesa
de insistir en su valor de evidencia, que nos ha trasladado como un estado de
creencia generalizado.
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