VI. La verdad, los hechos y su registro.
En
fin, desde Aristóteles como mínimo sabemos que la verdad no anida en los hechos, sino en
los predicados que a ellos se aplican. La verdad es el relato, la verdad está
en los signos. El caso es que cada época ha decidido capturar la fugacidad de
los acontecimientos en un género, en una tipología narrativa: los anales, la
crónica, el cantar de gesta, el poema épico, el tratado histórico o los géneros
icónico-visuales correspondientes. La sociedad masiva, dominada en su
comunicación, inventó otro género para capturar lo real como una secuencia
narrativa: la noticia. Probablemente, el más neutralizador de la potencia
activa de todos, por que convierte a su receptor en un ente paralítico, la opinión pública.
No hay, pues, hechos puros. Los datos, las
informaciones, no sólo se integran en un relato, sino también en un metarrelato,
en un cuadro ideológico determinado, en una escala de valores que confiere a su
interpretación su posibilidad y sus límites, que imprime su lógica y que los
convierte en realidad partiendo de unas inciertas señales. Podríamos caer en la
falacia de la fotografía como prueba irrefutable, pero todo estudioso de la
imagen sabe que el mismo recorte, el encuadre, el enfoque, ya son una forma de
ficcionalización, porque ejercen una función modelizante, de sinécdoque.
Pensemos en una portada de La Razón mostrando la foto de un encapuchado
quemando un contenedor como imagen representativa de una manifestación.
Evidentemente, si no ha sido trucada, la foto capta un hecho, pero ¿qué tiene
que ver ese hecho con la verdad? La
verdad residirá en un enunciado: ésta imagen representa un hecho aislado / esta
imagen es fiel representante del tono y actitud de todos los manifestantes.
Y ello pese al imaginario digital, que
comenzó en los noventa analizando paranoicoconspirativamente el famoso corto de
Abraham Zapruder en el que se recogía la muerte de Kennedy, y culminó con el
modelo CSI, que se ha
convertido en dominante en la ficción audiovisual de corte policíaco, no cesa
de insistir en su valor de evidencia, que nos ha trasladado como un estado de
creencia generalizado.
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