sábado, 6 de agosto de 2016

De cuñadeos y de irresponsabilidades políticas

Supongamos que cuñadeo un poco y me pongo en la piel del otro. El otro radical para mí es el españolito de derechas (todos los que no se manifiestan de izquierdas en el más amplio sentido del término) y que está nervioso porque no hay modo de que se forme un gobierno. Bueno, yo cogería en un aparte a mi amado Rey D. Felipe y le instaría a enganchar de las solapas a ese cabestro irresponsable que es Rajoy, el máximo obstáculo a la política institucional hoy por hoy, y le conminaría a presentarse a la investidura o a largarse a su casa. Ya. Rajoy, desde los patrones morales y paradigmas de ese “mi otro” se está comportando como un niñato irresponsable, sin duda. Y digo bien, los de ese “mi otro”, porque a mi “yo mismo” con mi mecanismo se la recantifnla que haya gobierno central o no.
A partir de aquí, dos reflexiones: Continúa.

viernes, 5 de agosto de 2016

Materialismo vs. objetivismo (Lacan ◊ : ? Laclau, 8)



El arte, como toda construcción cultural, es una materialidad a la cual puedes remitirte en el juicio. Lo que no es es un objetividad, por eso los juicios pueden ser muchos... La objetividad es un idealismo científico. Pero vamos, nuestra mentalidad, básicamente neoliberal, está hecha de esas coherencias forzadas, de esos sortilegios objetivantes. El objetivismo es el veneno letal del materialismo, la aguja a través de la que se inyecta en él la ontología, que es el Discurso del Amo. De ahí, que a mí que no soy filósofo, me parezca que en política el enfrentamiento entre trascendentalistas (idealistas) y paleo-materialistas, los primeros diciendo que todo es lenguaje y los segundos que el lenguaje es falsa conciencia, una auténtica lucha tribal. Ahí está concentrada toda la irracionalidad de la izquierda occidental en una especie de mitología totémica. ¿Qué real vela esta división que hace a la izquierda irreconciliable consigo misma es lo que habría que preguntarse? No hablo de que tenga que producirse una mítica reconciliación, sino de que la división deje de ser brutalmente paralizante.

Un materialista ingenuo es el que cree que materialismo equivale a objetivismo, y se pone de los nervios cuando ve que no hay objeto posible del razonamiento político, que no hay forma de condensar lo material en un constructo objetivo. No hay política sin los sujetos, porque no hay política sin incidencia práctica sobre lo real. Un científico se conforma con la incidencia técnica. El político –y el humanista (como profesión, no como filosofía de la vida)- se ve abocado a razonar (conjeturar, argumentar), el científico a racionalizar (medir, demostrar, excluir). Por eso, el científico puede ser objetivo, porque forcluye cualquier traza de la diferencia ontológica y carece de compromiso alguno con el ser, su única preocupación es el ente y su dominación técnica, de modo que puede ser sordo a cualquier imperativo de justicia o piedad. Si algo no conviene a su objetividad, lo expulsa de su campo (deja de contemplarlo en su modelo de la realidad) y punto .

La teoría de la acción comunicativa de Habermas, que afirma que "la razón una en sus múltiples voces", es un pasaje falso entre una postura y otra. Es una reducción ontológica, mítica de nuevo. Hay una materia, un mundo, un objeto, una voz. El populismo laclauiano es la evolución subsiguiente al materialismo dialéctico de tendencia monista.  Establece Otro Todo frente al todo de la materia. Al establecer Otro Todo (un Otro completo), su política no es una política del decir sino del pre-decir, esto es, propiamente metalingüística. Por eso puede establecer como un objeto técnico el lenguaje del pueblo y usar un método estratégico como la transversalidad. La transversalidad es un concepto esencialmente reaccionario. No hay transversalidad si no concebimos los sectores sociales como compartimentos estancos; objetivos, pues. La transversalidad es el correlato lógico del enclaustramiento enunciativo: todo ciudadano debe estar bien clasificado ideológica, política y sociológicamente para que el entomo-politólogo pueda atravesarlo con su alfiler transversal. 

El materialismo del discurso –esto es, el materialismo verdadero porque es el que cuenta con la verdad im-pre-decible, que sólo puede decirse a medias- pasa por dar testimonio continuo de que no hay meta-lenguaje porque no hay lenguaje-objeto. Son dos caras de la misma moneda poliédrica en las que también se puede leer: No hay Otro del Otro, no hay relación sexual, el Otro no existe, La mujer no existe, etc. En ese sentido bajo el orden de lo real se pueden agrupar la pulsión de muerte, que para Lacan era la única pulsión, y el momento negativo en la dialéctica, que es el momento único si no queremos pasar a un paradigma de nuevo, metalingüístico y objetivante.

Lo siguiente sería explicar por qué los populistas y hegemonistas laclauianos no admitirán bajo ningún concepto que su concepción de lo político es una concepción metalingüística y predictiva. Y que lo harán  amparándose en los propios textos de Laclau y en algunos psicoanalistas –normalmente en el espectro del peronismo- que no se cansan de proclamar que el populismo es el psicoanálisis por otros medios, y que nociones como la de antagonismo son nombre laclauianos para lo real lacaniano. Lo real es precisamente la ig-nominia que no puede ser reducida a un imaginario antagónico. Es el sujeto dividido, tachado, $, en la indecibilidad entre significantes.
        

Ahí habrá que hilar muy fino, porque mi intuición al respecto no es en absoluto obvia, sino más bien obtusa (en el sentido barthesiano de los dos términos). Baste, como insinuación, de por dónde iría mi razonamiento, una comparación. La distancia entre el planteamiento laclauiano y el lacaniano es la misma que hay entre una frase como “debes de perseguir tus sueños” y otra como “Lo único de lo cual se puede ser culpable, es de haber cedido en su deseo”.  Las críticas al populismo laclauista y a su versión ibérica, el errejonismo, suelen hacerse desde el lado de su lectura del marxismo. Creo que ya urge hacerla desde el lado de su lectura de Lacan. 





(Todos los grabados son obra de Narciso Echeverría, que es, para mí, quien mejor ha sabido reflexionar -a la altura de Sánchez Cotán, Zurbarán o Magritte- sobre la relación de corrupción y evanescencia, de peligro, entre la materia y los objetos)