V.
La información y el Paradigma informativo.
“Todas las ciencias del espíritu, e incluso todas
las ciencias que estudian lo vivo, tienen que ser necesariamente inexactas si
quieren ser rigurosas."
Martín Heidegger
Entre
mediados de los años 90 y la primera década del siglo expuse con detalle cuál
era mi concepción de la información que me llevó a teorizar lo que llamé Paradigma
Informativo (aquí, detalladamente; allí, sucintamente; allá, más
matizadamente; acullá, reflexionando sobre uno de los fenómenos mediáticos más
interesantes de los 90). Me cito, con
permiso:
"La Información es SABER, YA, DESDE SIEMPRE, SABER. Esto es, un Saber ya informado y que, por lo tanto, no necesita de un sujeto que lo in–forme. La información ofrece el semblante de un saber autónomo, que no necesita de sujeto alguno que lo sepa. A la información, en su objetividad –su calidad de ob–jectio, lo que se ofrece– le negamos la necesidad de un sub–jectum: se sostiene sola, en un Universo topográfico. La función de su sostenimiento la porta consustancialmente adherida como tal saber. La información es, por tanto, saber disponible, saber autooperativo, cuya única determinabilidad por parte de su destinatario es topográfica: hay que saber encontrarlo."
Por tanto, la idea fundamental era que la
información es un tipo de saber específico, distinto de otros, -como por
ejemplo la revelación, que necesita y
a su vez concierne a un sujeto- y no el súmmum de todos los saberes. Pero la
información se guarece tras la apariencia de su auto-operatividad y por eso
mismo es absolutamente nadie es concernido subjetivamente por una información.
El estigma fundamental de la sociedad de la información es la incapacidad de convertirse, de cambiar radicalmente la
propia visión del mundo. De ahí, dos de los eslóganes más famosos de los 90 que
signaban la inconclusa tragedia del ínclito Fox Mulder: La verdad está ahí fuera (es decir, no aquí adentro) y Quiero creer.
El paradigma (en sentido kuhniano) informativo es aquel modelo que parte de
la premisa de que cualquier saber, cualquier conocimiento, puede ser (con)vertido
en información, reducido a sus componentes informativos. Dos posibles
consecuencias: la desafección o la paranoia. El imaginario
digital está absolutamente implicado en ello.
Bien, para mí es evidente, pero no tiene porque serlo para todo el mundo. Yo teorizo la información justo como el reverso de la concepción del saber que se deriva de mi relación con la experiencia psicoanalítica, con la que llevaba en contacto entre 10 y 15 años y que ahora pasa de los 25. En el análisis, el saber, que pasa siempre por su relación con el amor (de transferencia) no es consensuable, ni igual para todos, sino que exige el concurso del sujeto para ser operativo. Completamente a la inversa que en el caso de la “información”, la palabra analítica concierne y transforma al sujeto porque se ve compelido a responsabilizarse de ella. Que se diga es fundamental respecto a lo que se escucha. Evidentemente, el uno por uno del psicoanálisis es lo inverso a la transparencia, es el reino del espesor del discurso. Y allí poco importa la realidad del recuerdo, piénsese en la famosa afirmación freudiana “ya no creo a mis histéricas” cuando se dio cuenta de que si los relatos de abusos por parte de sus padres hubieran sido fácticamente culpables de lo que sus hijas las acusaban, Sodoma y Gomorra hubieran podido pasar por monasterios trapenses, comparados con la Viena decimonónica. Precisamente, era mucho más emancipador, revelador, descubrirle al sujeto su posición de goce tras su fantasía y su relato, que una supuesta verificación o denegación de la verdad factual de sus dichos. El psicoanálisis me mostraba que la verdad y los hechos son conjuntos disjuntos. (Ello no quiere decir en absoluto que un analista no pueda dar por ciertos algunos hechos y tomar una responsabilidad civil como ciudadano. Pero en ese mismo momento deja en suspenso el vínculo analítico).
Una interpretación analítica nunca puede ser
exacta, nunca se puede subsumir en un patrón métrico (médico) objetivo, por muy
ajustada que sea para ese sujeto y ese momento. No está hecha para entenderse,
sino para porducir oleaje. Se
entenderá pues mi sorpresa cuando oigo a analistas, al salir de su consulta y
preocuparse por la realidad político-social, mostrarse realmente concernidos por
la veracidad de los hechos y la exactitud de los datos. Sí, sé sus razones.
Fuera de la transferencia nada los autoriza a interpretar y por tanto buscan
otras autorizaciones. Pero yo creo firmemente que el amor de transferencia no
instaura una ontología distinta a la de la vida cotidiana del común de los
mortales, sino un vínculo diferente, que, tomado en serio, puede ilustrar mucho
sobre el resto de vínculos del sujeto y sobre la sustancia de lo político.
En fin, que llevo más de 20 años analizando el
discurso informativo audiovisual. No sólo. Lo que llevo un cuarto de siglo al
menos haciendo es estudiar los discursos visuales de ficción, categoría a la que los
noticiarios pertenecen de pleno derecho.
(continuará)
(continuará)
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