miércoles, 5 de febrero de 2014

La verdad acerca de los hechos, 2.



(Viene de aquí)

II.        El espesor del dicurso.

Yo decidí llamar genéricamente a este blog “La suficiencia de lo obvio”, título que me parecía bastante expresivo acerca de mis intenciones. Dice Corominas en su Diccionario Etimológico, y también lo ratifica el DRAE como su primera acepción: obvio, fin S. XVII, lat. obvius 'que sale al paso, que ocurre a todo el mundo'. No otro es el sentido que le quería dar a esta palabra. Obvio sería pues lo que sale al encuentro, lo que está ahí, para todos. Es podríamos decir, un antónimo de transparente. Ahora bien, lo que sucede muy habitualmente es, precisamente, que lo obvio se torna cristalino, invisible como la Carta robada de Poe. Eso lo que suele suceder con lo que los semióticos y analistas del discurso solemos llamar el espesor del discurso. Parece que al fin he definido mi especialidad, pero no se asusten, en seguida la fastidio, porque como tantas veces, es Lacan quien mejor lo expresa: "Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha" Que -y vuelvo al despiste disciplinar- coincide con aquello que decía Román Jakobson de la función poética del lenguaje:

“La orientación (Einstellung) hacia el MENSAJE como tal, el mensaje por el mensaje, es la función POÉTICA del lenguaje. Esta función no puede estudiarse de modo eficaz fuera de los problemas generales del lenguaje, y, por otra parte, la indagación del lenguaje requiere una consideración global de su función poética. Cualquier tentativa de reducir la esfera de la función poética a la poesía o de confinar la poesía a la función poética sería una tremenda simplificación engañosa. La función poética no es la única función del arte verbal, sino sólo su función dominante, determinante, mientras que en todas las demás actividades verbales actúa como constitutivo subsidiario, accesorio. Esta función, al promocionar la patentización de los signos, profundiza la dicotomía fundamental de signos y objetos. De ahí que, al estudiar la función poética, la lingüística no pueda limitarse al campo de la poesía” 



Por eso he defendido siempre que analizar cualquier acto comunicativo implica poetizarlo, espesarlo, ver signos y no objetos. Porque los signos son lo obvio, no otra cosa nos sale al paso. Apostar por su referencia exacta, pertinente, objetiva, es paradójicamente una decisión del sujeto, que sostiene la realidad, en su calidad fantasmática, proyectando coherencia, imaginando una sustancia que trascienda su sintaxis.

Como decía Gianfranco Bettetini: “Toda imagen es un conjunto de elementos significantes articulados por un sujeto de la enunciación.  Es el único axioma que tenemos los teóricos de la imagen. Y yo lo considero generalizable: “Toda situación social –relación de amor, competitividad, opresión, poder, persuasión…- puede ser interpretada como una articulación significante proferida por un enunciador”, esto es, analizada como una situación comunicativa, como un mensaje. En principio esto podría reportarme una acusación de  pansemioticismo. Pero depende de la lectura que se haga de ello. Se puede hacer una una lectura estructuralista ingenua que sugeriría la siguiente inferencia: “Tras todo fenómeno subyace una estructura = Toda realidad tiene sentido” Y otra, que es la que yo me propongo, partiendo del descubrimiento  de Eco de que esaestructura está ausente, es decir, que esa significación, que ese sentido lo producimos en el análisis, y de la que se derivaría que: “No hay más realidad que el sentido”. O en otras palabras, lo real siempre queda por fuera del sentido. Desde una perspectiva simbólica, no existe. Hablamos, claro, de existencia lógica (que es el concepto de existencia que utilizaba Lacan cuando decía cosas como El Otro no existe, o La mujer no existe...)

 

Y ésa es mi tesis en esta serie de textos: La verdad acerca de los hechos es que los hechos no existen, en todo caso insisten, a través de su tozudez. Pero son “hechos existir” sólo a través de su articulación por un sujeto de la enunciación, son ficción simbólica. Contestando a la observación de EmiliaBolinches, que los hechos sean sagrados implica que como todo lo sagrado son inaccesibles directamente, sólo lo son a través de una liturgia, que toma la forma de un relato siempre “manipulado”, siempre construido discursivamente.

Pues bien, el problema es que pese a que la mayoría de la gente tiene unas competencias performativas e intelectivas en el discurso audiovisual impensables sólo dos décadas atrás (cualquiera, no sólo los nativos digitales, sabe filmar, editar y publicar un vídeo) cuando asiste al despliegue de los discursos informativos visuales neglige lo obvio: que está viendo imágenes, que están asistiendo a una a un “montaje”, por . Gente que ha visto películas de Spike Jonze, Michel Gondry, Gaspar Noe, Christopher Nolan, Welles, Ozu, Kurosawa o Siodmak y que se conoce de memoria el famoso adagio de Godard acerca de que un travelling es una cusestión moral. Psicoanalistas, especialistas brillantísimos en análisis fílmico, filósofos hartos de explicar a Platón o Nietzsche, historiadores y hasta algunos especialistas en comunicación y en ciencia política habituados a escrutar las más intrincadas estrategias de persuasión en la conquista de lo público, que cuando ven un telediario o un programa informativo creen estar viendo hechos, aún más si estos se fundan en la más engañosa de las ilusiones: el directo. Que se diga queda olvidado. Y sólo queda lo que se escucha, que se reputa de “real”.

En el entorno académico en el que me suelo mover hay una preocupación por el analfabetismo audiovisual y por la brecha digital. Pero a mí me causa una preocupación muy superior esta aculturación semiótica y mediática que afecta a la inmensa mayoría, más allá de su nivel educativo, de la vastedad de sus lecturas, de su sensibilidad artística: la creencia en que habría discursos que no serían del semblante y que lleva a la confusión de las representaciones con los hechos y, por lo tanto, al borrado de todo vestigio de la enunciación como acto subjetivo y de la verdad como valor político. Los psicoanalistas lo saben. Al menos, cuando dirigen una cura. El problema, tal vez, no sea educativo, sino discursivo, relativo a un vínculo social inconsciente, que impera. Estructural. El principio de realidad es una propensión subjetiva en la que se basa toda posibilidad de un delirio colectivo. Es decir de entendernos, de engañarnos. Y de creer que el engaño de cada uno es participado por los otros como verdad objetiva.


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