viernes, 19 de junio de 2015

DE MI LÍMITE (POEMAS DE LA FELICIDAD), 3

SE DEDUJO, DE REPENTE

Subía unas escaleras con el brío
sublime que otorga sólo
la pasión por no saber.
Se dedujo, de repente,
del serpenteo grosero de su dibujo
y de una resistencia inverosímil de mis bronquios
a su empecinamiento ortogonal,
que el alma,
harta de la mitad de las verdades,
pugnaba por el miserable pan de la conciencia.
Me senté al borde de mi lecho solitario y comprendí
que mis gritos se dirigían
aún al semblante agonizante de una madre.
Una cualquiera.
Y sobre ese mismo acantilado de la culpa,
supe que no te amaba todavía.
Cuánto que aprender
de la médula del pánico, acogedora.
Cuánto, para llegar hasta ti
desde esta sima donde me aplastan las certezas,
y habitan las palabras
dichas antes que tu nombre
de mujer primera,
de madre
de hermano muerto,
de bendición para el huido,
de beso sobre la frente
del intocable.


Escalera de un campanario islandés.

CON EL ÁSPERO DESLIZARSE

Intranquilo, como el atardecer
apagado que no aloja tu nombre.
Intranquilo, recuerdo tu cuerpo,
tu respuesta.
Intranquilo, te imagino interrogante,
más allá de ti,
sin alcanzarnos.
No hay en esta inquietud
más que la sazón de un solo instante
y el afán por procrearse de la inercia,
y el pan en las manos del ungido
que se descuartiza solo en forma
y se entrega
perpetuamente, y conmemora.
Agarrando el clavo ardiendo de pensarte,
con este espíritu sin verbo,
sin romance,
con la nostalgia de los grumos
sin luz de alguna esfera,
con el áspero deslizarse
en la garganta como un nombre
del enigma inmerecido de la felicidad.

Carmina Pascual

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