(Para una introducción y explicación Lacan ◊ : ? Laclau, 3, 4 y 5 clíquese aquí. Es imprescindible leer, al menos la introducción, si no se ha leído la entrada anterior para entender esta serie de tres sobre los Discursos lacanianos)
Todo lo que sigue, son extractos de Palao Errando, J. A. (2004). La profecía de la imagen-mundo: para una genealogía del paradigma informativo. València : IVAC.
El texto, pues, tiene 11 años, detalle que no se debe perder de vista.
El Discurso del Capitalista. (LPI-M: 275-279)
...Así, alcanzamos con la cuestión de
la publicidad como habitante privilegiado de la T.V. y sus conexiones con el
discurso informativo. Y, aquí, viene en nuestra ayuda un 5º Discurso que Lacan
teorizó años después que los anteriores. Se trata del Discurso del Capitalista[1]:
Desde que
Lacan formula este Discurso, se
refiere a él en términos de una “pequeña variación respecto al Discurso del Amo”. Esta variación
consiste en intercambiar las posiciones del S1 y del $
entre el lugar del agente y el de la verdad en el discurso. Pero, con este “ligero cambio”, quedan
trastocadas todas las relaciones. Los 4 Discursos formaban una estructura de 4
elementos en rotación de tal manera que se establecían posiciones de reverso por
parejas: DM/DA, DH/DU.
El Discurso del Capitalista,
sin embargo, carece de reverso. Según esta
fórmula, el objeto de goce, que en
este caso sostiene al saber, se
dirige al sujeto. La
estructura del Discurso del Capitalista
lo convierte en lo que Sergio Larriera denomina un círculo siniestro pues constituye un movimiento de rotación hacia
la izquierda completamente imparable. Es, por ello, el único discurso en el que
el lugar de la verdad aparece
determinado, al recibir un vector que procede del lugar del agente en el que el
sujeto reina. Pero no deja de tener coincidencias con los otros cuatro. Estas
coincidencias son, fundamentalmente, de posición de los elementos en los
lugares de la estructura:
• Con el DM: Coincidencia
en el lugar del Saber y del objeto. Algo del orden de la ignorancia, del no
querer el saber más que como medio de producción, que acerca ambos
Discursos al de la Técnica.
• Con el DH: La posición
del sujeto como agente. Algo del orden de la exigencia de producción, de una
relación con el otro como sometido a saber. El DH cifra mejor que ningún otro la estructura de la Demanda. Además,
hemos de tener en cuenta el paralelismo entre el Discurso Histérico y el de la ciencia. El sujeto histérico clama
por el Principio de Razón Suficiente,
para destituirlo continuamente. Esta en posición
de agente es la posición idónea para su exclusión (en el universo de los
semblantes, de lo obvio y patente) de la acción discursiva[2].
• Con el DU: El Significante
Amo en el lugar de la verdad. El
poder imaginario tras el proceso del discurso.
Con el DA, es con el
único, que no comparte posición alguna. Sólo hay una coincidencia entre
vectores. Es el vector que produce la determinación del objeto respecto al
sujeto: a ® $. Pero hay una diferencia de posición: en el DA el a que se dirige al
sujeto es causa, está sostenido por el saber. En el DC el objeto es producción y sostiene al saber que a su vez lo
determina. Además, hay otra coincidencia vectorial importante: como en el DH, el sujeto determina la posición en
la que se encuentra el Significante Amo,
y cómo en el DU éste, a su vez,
determina el saber. Es como si Amo, Histérica y Esclavo (saber) se
hubieran puesto de acuerdo para conseguir la satisfacción generalizada en la
negativa a cualquier determinación del sujeto por la verdad, esto es, por lo indestructible,
por lo insistente, del deseo.
Fórmula del consumismo, que implica
la imposibilidad de detenerse, pues, como en el Discurso Universitario, el Significante Amo ocupa el lugar de la verdad. Discurso, también, del pecador[3], que soñándose perverso por
pretender que el goce de Dios equivale a su saber, se encuentra con un poder
que lo excede. Éste es, por tanto, un espectador solicitado continuamente e
insertado en la propia dinámica del discurso, buscándose su presencia en el
espacio profílmico como muestra de una homogeneidad cada vez más cuestionada.
Héroe perverso que debe ofrecerse a completar al Otro, de cuya falta el discurso informativo es representación.
En definitiva, es nuestra hipótesis que el
Discurso del Capitalista muestra la
matriz básica de la Cultura de Masas contemporánea.
Pero vayamos por partes. Esta determinación de la verdad del Amo por la posición de
agente del sujeto no puede dejar de tener como consecuencia la erección de un
Imaginario que sostenga la lógica en que se articula el vínculo social. Y el
lugar más indicado, a mi juicio, para observar este imaginario, es el estatuto
concedido al saber y que es una de las claves de la cultura contemporánea: el
tránsito que va del Saber a la Información, topografía que configura
una red de accesibilidades localizadas. Observemos, pues, los vectores que
participan el lugar que ocupa el saber. Una
hipótesis enunciada en este trabajo era que el discurso mediático estaba
sostenido por la estructura del Discurso
Universitario. La idea de la Producción
de un sujeto capaz de sostener el objeto para que pueda ser anegado por el
saber, enganchando a ese proceso su deseo, concuerda con la imagen del
científico pero también con la idea de audiencia (activa) que el Discurso Informativo mediático pretende,
esto es, aquélla a cuyo través la información opera. Ahora bien, en el Discurso Universitario, el sujeto
sostiene el objeto, así como el amo sostiene al saber. Con otras palabras, el sujeto es necesario para que el saber
fluya y se produzca como indica el vector diagonal que va desde el ángulo
inferior derecho al superior izquierdo. Parece una mera perogrullada pero
tiene una evidente relevancia: el saber ha de ser sabido por un sujeto que lo
hace operativo. El saber necesita quién
lo sepa[4]. Fijémonos, sin embargo, en la
torsión que implica el Discurso del
Capitalista: el Amo sostiene al
sujeto, mientras que el objeto sostiene al saber. De esta manera, el objeto
sigue causando la división subjetiva, alimentando el deseo en una relación
completamente circular y –esto es esencial– sin posibilidad de ser revertida
por otro discurso. El mercado se alimenta del consumo que él mismo alimenta. Pero, como compensación, el $
determina ahora al Amo, que lo sostiene, nada menos que desde el lugar de la
verdad. En
esta espiral, que aparece como autónoma, la consecuencia que nos
interesa es que al estar sostenido por el
propio objeto, el saber tiene consistencia propia, no hace falta un sujeto que
lo sepa. Lo cual redunda en la reafirmación de la impotencia subjetiva que
implica la relación de todo Sujeto con
la información: siempre disponible, nunca poseída totalmente en forma de conocimiento. La información hace semblante,
repito, de una topografía del saber.
Más que nunca el sujeto moderno (debe) sabe(r) dónde, no qué, en una
cosmología del hipermercado. Localizar al especialista es la forma postmoderna
de sutura de la división sectorial del
saber que propicia la ciencia. Esta nebulosa de saber, a la que se le puede
suponer siempre una consistencia, realmente incomprobable, es una de las claves
de que la ciencia haya podido constituir un imaginario tan potente. La
competencia individual es muy reducida pero existe la confianza plena en que el
saber que no sé es, no obstante, sabido, como el producto cuyo proceso de
elaboración y distribución ignoro pero del que tengo la certeza que aparecerá
en el estante preciso del hipermercado.
Claro, que esta constante suposición
imaginaria de saber al otro deja al sujeto en una manifiesta posición de
precariedad. El problema viene a la hora de ¿qué es lo que debo de saber y qué no tengo obligación? Es la impotencia en cuanto
el sujeto se enfrenta al otro constituido en totalidad. De aquí se derivan dos figuras esenciales a la concepción liberal
del Mundo y al concepto postmoderno de información:
el profesional, del cual el
periodista contemporáneo, sobre todo en su versión audiovisual, es uno de los
mejores exponentes, y el Amo mentiroso. Respecto al primero, si se
exige saber instrumental, que el objeto (producido) no desmienta al saber que
sostiene se impone una figura clave: el esclavo perfecto, todo–saber, que no está implicado en ninguna consideración
desiderativa. El profesional es el que siempre está donde se le espera, el que
ofrece su presencia, su estar en el mundo (no su vida o hacienda), como sostén
de su palabra. Es el otro que encarna el saber, sumiso a la demanda, como en el
discurso del Amo. Además, este estar–todo–saber,
es calculable, sometido a una relación contractual, a precio.
La otra figura esencial al panorama cultural postmoderno, liberal,
es la del Amo en el lugar de la verdad.
En un universo de información disponible, cualquier merma en el saber es
reputable o remisible al Amo, a la lógica de un poder que oculta información[5]. La suposición al
Estado de un saber íntegro, nos llevan a
una judicialización de la vida
cotidiana, a una ética de la denuncia
en la que –como hemos visto– no cabe la revelación. Precisamente, en un estado
de fungibilidad generalizada de la información, el saber sólo perdura si es
secreto[6]. Ante cualquier carencia, ante cualquier damnificación del
sujeto, el Estado ha de responder "profesionalmente" impartiendo
justicia, mostrando la verdad. El Dios cartesiano es la mejor prueba: no hay
esclavo más perfecto que el Amo sometido a ley, receptivo a la demanda
Ya
hemos visto, pues, que la inducción imaginaria de este sujeto espectador
lo hace aparecer, no en el lugar de la producción,
como en el MRI, sino en el del agente del discurso. Proceso imaginario
de identificación al grupo, a la mayoría, a la masa, que no tarda en quebrarse,
en mostrar sus fisuras como germen de una fragmentación. El paso siguiente es,
entonces, el que va del espectador–masa al espectador–usuario, hacia la
soberanía del consumidor[7],
con otras palabras, a la que se ha dado en llamar Era de la Globalidad Fragmentada (Díaz–Nosty). La Televisión
digital, con canales a la carta, o las redes telemáticas promulgan una imagen
del Espectador Usuario que ejerce
las mismas funciones que el Dios Newtoniano. Su terminal es una especie de
prótesis topológica que le permite localizar el saber sin abandonar su espacio,
que se convierte en una especie de lugar natural aristotélico, con el añadido
de un componente táctil en la pantalla interactiva[8]. La información es una esfera
con el centro en todas partes y la circunferencia en ninguna. El vértigo
que esto suponía para el cusano[9], en cuanto inconcebible, en cuanto
insoportable para nuestra inteligencia es imaginariamente superado si en vez de
un saber que siempre ha de ser sabido, sustentado, por un sujeto, se convierte
en in–formación que no ha de ser
soportada por cada uno. El logos se
sostiene, así, autónomamente en la exterioridad. Los Media consiguen una generalización
del logos exterior autosuficiente, fusión suma del saber con el Ser del
universo cartesiano: la información tampoco necesita de nuestra asistencia para
ex–istir. Las redes telemáticas, las
autopistas de la información, los canales digitales son su sustancialización
accesible en el denso y organizadamente fragmentario espacio del encuadre
electrónico. Piénsese en el entorno Windows en cualquiera de sus versiones.
La pantalla electrónica parece haber acabado ofreciendo una alternativa a la
división subjetiva: El sujeto
multiplicado por la multiplicación de las ventanas. En el entorno Windows, el exterior del encuadre parece
reforzar su homogeneidad pues no cesa de dejarse atrapar una y otra vez. Los entes se
multiplican en su ofrecimiento.
Pero ¿cuál es el funcionamiento, el semblante concreto de la
pantalla, concebida como interfaz interactiva ofrecido a la demanda subjetiva?
La primera cualidad notable de la pantalla electrónica es la iconización del
punto o la determinación puntual del percepto icónico. El punto en el plano
recibe la determinación de una letra desplegable. Es la conocida noción de Hipertexto que, a la vez que
sensibiliza el punto, que lo hace accesible al sujeto como semblante del ente,
lo libera de su constreñimiento dimensional: cada punto es una pantalla
dispuesta a su disfrute, un eslabón (un link), que nos conecta a la apertura mundana. World Wide: Mundo abierto, mundo disponible. Refrendado, claro está, por un
saber al que el propio objeto sostiene: la tecnología. Lo real–sustancial de la
materia, toma forma de objeto fantasmático, en cuanto sustenta al saber
(S2). De ahí, el concepto
de navegación, de posibilidad de deriva por ese cibermundo sin temor ninguno al
naufragio.
[1]Este matema fue presentado por Lacan en una conferencia
pronunciada en Milán el 12 de mayo de 1972. Vid Lacan, 1981. Para todos los
desarrollos del matema, Vid. Alemán, (1993 y 1996), Larriera (1996) y ambos (1998). Creo necesario
presentar mis disculpas al lector (versado en psicoanálisis o no) por lo
realmente áspera que puede resultar la lectura de los siguientes párrafos. Pero
creo irrenunciable una demostración de que la Teoría de la Información que
albergan estas páginas está fundamentada en el matema del Discurso del
Capitalista.
[2] Recuérdense las admoniciones de
Freud a Dora respecto a su posición de sostén de su síntoma frente a su
posición de víctima de la situación, de alma bella. Vid. “Análisis fragmentario
de una histeria” Op. cit. Pp.
933-1002.
[3] He podido desarrollar esta idea en Palao (1998(a))
[5] Piénsese en la importancia que este juego del amo que sabe y
oculta ha tenido en la invasión de Irak, en 2003 y en general en la política
postmoderna.
[6] De ahí, el tremendo éxito de una serie televisiva como Expediente X, que actualiza todos estos
supuestos. Recordemos dos de las frases que se pueden leer en su genérico cifra
de toda la concepción mediática de la información: "El Gobierno niega todo
conocimiento" –resaltada en un supuesto documento oficial- y "La verdad
está ahí fuera" que es el epígrafe y auténtico lema de la serie. Vid. mi
artículo de 1999.
Información y Espectáculo (LPI-M: 284-286)
Es decir, que empezando por los
lugares del emisor y del receptor[1], pasando por la división entre
realidad y ficción[2], o espectáculo e información, los
límites categoriales, la jerarquicidad de los actos y actores del discurso es
cada vez más difusa. Pensemos en una retransmisión deportiva. Es uno de los
casos más claros de ambigüedad entre la información
y el espectáculo. La dicotomía entre
estos dos extremos, lleva a la deflación cada vez mayor de los límites del
juego. Por mor de la información, las cámaras multiplican sus emplazamientos e
invaden terrenos ajenos al espectáculo institucionalizado, de los campos de
entrenamiento a los vestuarios; los micrófonos acceden y hacen llegar al
espectador dichos y hechos antes estrictamente privados; la reproductibilidad
que el dispositivo posibilita y potencia vale igual para "denunciar"
una infracción al reglamento que para observar con mayor detalle la
espectacularidad de una lesión. Aún más: el carácter matematizable del encuadre
permite, por ejemplo, el uso de la infografía para verificar determinadas
ocurrencias reglamentarias como el fuera de juego en el fútbol. Esto es, la
simulación, de estirpe científica, al servicio de la "exactitud espectacular" pues, en el encuadre, el saber toma la
forma de una ubicación en coordenadas geométricas que le otorgan la apariencia
de docilidad a la mirada. La pulsión escópica se disfraza fácilmente, en la
postmodernidad, de impulso epistémico.
¿Cómo pensar, pues, esta ambigüedad
contemporánea, que procede del estímulo imaginario que la ciencia propicia,
pero soslayando sus controles epistemológicos y metodológicos, ignorando los
límites los que se habían dotado las estabilizaciones culturales modernas? Con
las herramientas metodológicas que nos hemos dotado podemos aventurar una
respuesta: la pantalla electrónica es el
enclave privilegiado de encuentro entre los dos discursos que estructuran la
cultura tecnocientífica y tardocapitalista en que nos desenvolvemos –en su
formulación lacaniana–, el Discurso Universitario y el Discurso del Capitalista. La clave
está, precisamente, en los lugares conferidos en cada uno esa esencial
construcción teórica lacaniana que es el objeto
a minúscula. El Discurso
Universitario, en cuanto
posibilitador de un vínculo social desde el que articular los hallazgos de la
ciencia, lo coloca en el lugar de
receptor de la acción del agente; acción que, correlativamente, produce un
sujeto capaz de sustentar la operación. Hemos visto que una de las
consecuencias de la actualización de este discurso era la creación de un marco
ontológico para la experiencia que alojara una lógica del Todo en un ámbito homogéneo. De ahí, que podamos
adscribir a este discurso la construcción de conceptos como el Universo
moderno, la Globalidad y –¿por qué no?– el internacionalismo proletario. Y no
es gratuito traer a Marx en este punto pues en la concepción lacaniana del
objeto a hay una deuda reconocida al
concepto marxiano de plusvalía[3]. En el Discurso del Capitalista, éste ocupa como en el Discurso del Amo, el lugar de la
producción pero con la "pequeña diferencia"[4] de que no es (el Significante) Amo
el que origina el proceso, sino el
propio sujeto, para el cual, según máxima moderna el "ente" ha de
quedar disponible. De esta manera, el objeto a en el Discurso del
Capitalista se acerca mucho a la
noción marxiana de plusvalía: brillo fatuo, origen de un puro valor de cambio que se erige en centro
de todo el proceso. Cernir, acotar por el saber, esa lógica irracional del
capitalismo fue la tarea intelectual de Marx. La cuestión es que esa pequeña
variación en las posiciones del S1
y del $ establece un paralelismo
entre el Discurso del Capitalista y
el Discurso Universitario pues en
ambos, es el primero el que queda remitido al lugar de la verdad, extraído de
la evidencia del proceso, y dándole, por ello, al saber, una apariencia de
disponibilidad, que, en el caso del Discurso
del Capitalista, viene, además, sustentada por la propia consistencia
lógica del objeto. Pero he aquí, también, el germen de la antinomia entre un sujeto producido y un sujeto agente; un sujeto para el se producen los objetos, que incoa el proceso (Discurso del Capitalista) y un sujeto,
a la vez, producido para sostener este proceso. Audiencia y usuario,
producto[5] y usufructuario.
Ciencia y Dicurso del Capitalista (una breve observación) (LPI-M: 298)
Por ello, la cultura instaurada en
el patrón de la ciencia, de la forclusión de lo imposible, da lugar a formas
paradójicas y sumamente complejas e inusitadas de relación con la transmisión
del saber. Impedir la inscripción de la falta en el discurso, en la palabra,
supone acallar cualquier formulación del relato, dejar cualquier trama como
implícita. El saber de matriz científica es, siempre, parasitario de un relato
jamás narrado, jamás alojado en la materialidad de los signos[1].
La ciencia, imbricada en el Discurso
del Capitalista, supone que ese goce al que el sujeto tenía derecho está
sustentando un saber mensurable, público, comprobable y reproducible. Esto es,
con la exactitud inculpatoria de los
modernos métodos científicos y la ley en la mano, se nos ofrece la
posibilidad de descifrar ese secreto prescindiendo del relato que lo aloja. El
laboratorio del científico forense es el lugar en el que se verifica la
absorción del goce por el saber, con el correlato de la culpabilidad
sancionable en caso de cualquier desajuste, sea en la composición de un
alimento incorrectamente reflejada en su
etiqueta, en la perpetración de un homicidio o en una paternidad no reconocida.
Ello no impide que proliferen frenéticamente los "micro–relatos" de
forma desjerarquizada en la postmodernidad, pero sí su referencia al horizonte
de un Metarrelato en el que inscribirse, pues no hay metarrelato sin exclusión[2], esto es, no hay metarrelato global, para todos, sin diferencia,
políticamente correcto. El relativismo, complemento indispensable de la
globalidad, convertido en culto totémico por la diferencia sustancializada,
"positivizada", en el otro, es el mejor antídoto contra la
contingencia simbólica[3].
"Quien
"no se mantiene" en el discurso es "casi como una planta"
(Aristóteles, Met. IV,4 10006 a6-18), y su conducta no puede tenerse en cuenta,
en ningún caso, como argumento; pues
cualquiera que sea el motivo que tengan (...) sólo se puede establecer sobre ellos (es decir sobre los que rechazan la argumentación)
una conjetura (teoría) por parte de los que argumentan (por ejemplo, que se
comportan estratégicamente o que necesitan una terapia). Pero el discurso de la
fundamentación última no puede dejar de afectarles por eso.”
Pude ocuparme de estas cuestiones
en Palao, 1994B.
El Discurso del Capitalista y el horizonte transgredible. (LPI-M: 312-318)
La epistemología Informativa y la ontología del capitalismo.
Esta formulita que hemos que hemos
escrito para comenzar este capítulo, y que el lector ya conoce del capítulo
anterior, es el llamado por los psicoanalistas Discurso del Capitalista[1]. La estructura del Discurso en el sentido lacaniano del término,
que es completamente divergente del que se le suele conceder en la semiótica en
particular y en las ciencias del lenguaje en general, es la que sostiene los
vínculos sociales del sujeto. Eliminada la intersubjetividad de modo general en
el psicoanálisis, ese vínculo lo que
indica es una relación con el lenguaje y con el goce. Por lo tanto, todo
discurso nos indica una posición del sujeto respecto al saber, implica una
epistemología subjetiva, porque para el psicoanálisis el lenguaje es un medio,
un aparato del goce[2]. Pues bien, la hipótesis esencial de este libro –al menos, una de
ellas- es que la economía del goce y del saber que hemos denominado Paradigma
Informativo halla su mejor descripción estructural en el matema del Discurso
del Capitalista. Veamos por qué y cómo[3].
Tal como hemos visto en el capítulo
anterior, este discurso consiste, en palabras de Lacan, en una pequeña
variación respecto al Discurso del Amo. Todo gravita alrededor de un
leve intercambio de posiciones: el S1
con el $. Pero ello conlleva un cambio de dirección del vector de la izquierda,
que hace que el lugar de la verdad sea determinable desde el del agente,
hecho que no sucede en ningún otro de los discursos. Por esa misma razón,
la engañosa
posición del sujeto en el Discurso del Capitalista cortocircuita toda
relación con el saber reduciéndola en todo caso a una impotencia, además,
contra natura. Me explico: en todos los demás casos ese vector superior de
izquierda a derecha sigue la rotación lógica pero aquí si queremos tenerlo en
cuenta ha de ser contra la propia inercia discursiva[4]. Si yo lo subrayo es por que me parece especialmente
significativo para entender la estructura de la moderna sociedad de la
información: la relación del sujeto con el saber es de impotencia y sólo es
posible por la intermediación del significante amo que, agazapado en el
lugar de la verdad, se muestra inamovible como requisito en toda relación
epistémica. Por ello, este discurso carece de revés. Y por esta imposibilidad de
acceso al saber sin la aquiescencia del Amo, dije yo en su momento que éste era
el discurso del pecador: el que pretende someter a dios haciéndolo equivaler su
saber a su poder y encontrándose con que éste lo excede[5]:
Es algo tan simple como esto:
Pero, a mi entender, funciona: Adán le
exige a Dios una ciencia que lo haría tan poderoso como al creador, para acabar
descubriendo que Saber y Dios no se identifican sin resto. Ello determina la
impotencia del sujeto frente al saber, así como a la imposibilidad del objeto
de absorber al Amo, de ser reducido a la
dialéctica significante.
Es decir, que en cierta manera éste es el
matema de la transgresión: el sujeto, sustentado por un amo determinable,
imaginariamente receptivo a la demanda, se instala en el semblante –todos los
discursos, son del semblante, recordémoslo[6]- de la recusación de lo
imposible, de la franqueabilidad de cualquier límite: en nuestra cultura, la potencia inapelable del binomio ciencia-tecnología es el mejor ejemplo. De
ahí, se derivan inexorablemente dos consecuencias estructurales. Una, ética: la
falta de responsabilidad del sujeto que se considera sostenido y refrendado por
el amo. En todo caso éste, determinado en el lugar de la verdad, es el único
responsable de los estados del mundo. El sujeto moderno, que tiende a sentirse
culpable de casi todo, no se suele sentirse responsable de casi nada ante la
inmensidad de la Otredad global que se despliega a su mirada[7]. Del mundo se deberían encargar el Estado y la Ley Universal.
¿Por qué se da esta posición? En el matema hay, al menos una clave que es la
otra consecuencia de la que hablábamos, ésta epistemológica: el Discurso del Capitalista, a
diferencia del Discurso Universitario, por ejemplo, el saber no necesita
del sujeto para sostenerse, para hacerse operativo. De ahí, se deriva un inmediato
efecto imaginario. Cuando el sujeto accede al saber, lo hace en la creencia de
que su prescindibilidad es reflejo de que esa función ya está consumada, está
implícitamente garantizada en ese saber. Es hipótesis subsidiaria de nuestra
argumentación que este cierre del saber responde a la forma de la iconicidad,
en el sentido que Lotman le daba a este
término[8]: la abolición del carácter discreto del mensaje que deriva en
el pantextualismo moderno, cuya mejor
cifra es la mcluhiana, el medio es el mensaje / masaje. La imagen que aprisiona
el goce[9] del ente en fuga es la mejor plasmación de la Información y la
mejor traducción a la cultura del itinerario circular que traza el Discurso
del Capitalista.
Pero, lógicamente, ese imaginario
conlleva otro, de nuevo ético: el particular se siente repelido, no albergado,
no concernido ni transformado por el saber informativo. Ahí radica el éxito
extraordinario de toda una bibliografía de autoayuda (auto, claro, ¿si no,
quién?) de la que los ciudadanos occidentales se ven compelidos a echar mano
para sostenerse en esa episteme de la hostilidad, de la refracción del
discurso. Sean el estudiante angustiado, el profesional solícito o el teórico
perplejo. De ahí, consecuentemente, la imposibilidad de toda revelación y de
toda conversión[10]: cualquiera que no acepte la ontología moderna -id est, la
de la Imagen del Mundo-, militando en cualquiera de las ideologías que en ella
se sustentan, es reo de sectarismo o perturbación mental.
No hablamos de otra cosa que de la propia
esencia de la información como saber. Un bit es una disyuntiva cerrada:
0/1= no hay respuesta no contemplada en la pregunta. Es la esencia de la
cibernética y de todas nuestras expectativas cognitivas y existenciales. Zizek
lo expresa certeramente en su comentario de The Matrix.
“Por un lado, la realidad virtual constituye la reducción radical de nuestra experiencia sensorial en toda su riqueza, ni siquiera a palabras, sino a la mínima serie digital del 0 y el 1 que permite o bloquea la transmisión de la señal eléctrica. Por otra parte, este mismo artefacto digital genera una experiencia «simulada» de realidad que llega a confundirse completamente con la «auténtica» realidad. Esto pone en tela de juicio el concepto mismo de «auténtica» realidad. Como consecuencia, la realidad virtual es, al mismo tiempo, la reafirmación más radical del poder de seducción de las imágenes.[11]”
Aquí es donde podemos vislumbrar la
coordinación entre la ciencia, el capitalismo y el “modo icónico” de
disponibilidad del ente para el subjectum, esto es, sumar la propuesta
Heideggeriana a la estructura topológica Discurso del Capitalista y
percibir sus consecuencias[12]. En efecto, este cierre del saber sobre el objeto excluyendo
cualquier posibilidad de inmiscuirse al sujeto es la condición de posibilidad
de la iconización del ente. El saber autónomo, cerrado sobre la materia, que es
la tecnología, parece poder prescindir de ella. La gran innovación de la
cultura contemporánea es precisamente la independencia del valor de cambio de
la imagen del lastre corpóreo del ente: la mercancía inmatérica. ¿Clonación
biológica?: posible, si consideramos que el mapa génico de cualquier organismo
es información. Genoma es igual a directorio informático. El cuerpo en su
dimensión de real queda definitivamente fuera de campo: la
cirugía plástica parece, si uno se asoma a la pantalla de televisión, una
variante más de la infografía. Se trata de una epistemología del test,
de una ética de la pereza en la educación de las masas. Y todo ello es
consecuencia en última instancia del método hipotético-deductivo y de las
claves epistemológicas del idealismo kantiano: a imagen de la materia, el
universo entero -el otro, lo colectivo, el semejante y lo invisible- se halla
coaccionado en su respuesta, en su desnudarse prostituído (no otra cosa es la pro-ducción, -el
traer ante sí a la mercancía sumisa- capitalista) ante el sujeto agente. Es el
sueño -la pesadilla- de la histérica.
La noción de horizonte
¿La pregunta que podría hacerse el lector, llegados a este punto, es por qué
hablar de horizontes y no en general de límites, por ejemplo, ya que
hablamos de su transgresión? La respuesta tiene su lógica en nuestra
argumentación: porque, tal y como hemos visto constituirse al horizonte en
nuestro desarrollo de la genealogía de la mirada occidental, su estatuto
implicaba la responsabilidad, por parte del sujeto, sobre el lugar en el que
las contingencias del destino le habían depositado. Desde las elaboraciones de
Nicolás de Cusa en adelante, todo ser humano era, al menos como idea
regulativa, responsable de su horizonte: material, visual, vital, ético. La ética del capitalismo clásico[13], de la Modernidad,
partiendo del imperativo categórico, tiene en esta apuesta su base y en Robinson
Crusoe su epopeya. El Dasein expresa, en el lenguaje heideggeriano,
esta nota fundamental de la existencia: el hacerse cargo de un lugar desde el
que se abre a un horizonte.
Pero el aspecto que estructuralmente
interesa en este libro es el focal y ello incluye no sólo el propio entorno, sino
el mismo cuerpo si lo consideramos como imagen especular y como ente (res
extensa) y, en última instancia, la convergencia de los encuadres en la
experiencia mediática moderna.[14] Pero el principio de todo el proceso, de toda transgresión
contemporánea, se origina sin duda en la necesidad de la transmisión
instantánea de los actos perceptivos en la que consiste la globalidad
informativa, que desde el punto de vista del espectador, identificado al
vigilante-agente del panóptico –que es el que cuenta-, se computa como una
percepción sin límites, sin coerción alguna.
La época de la
Globalidad es, pues, es la de la superación de la perspectiva. Los satélites de comunicaciones-o los misiles
inteligentes- lo que hacen es superar el horizonte, esto es, librar al foco de
la servidumbre de su corporalidad[15]. Quedan implicadas, pues, todas las
cuestiones que tienen que ver con los satélites y el encuadramiento de la
esfera terrestre, empezando por la superación de la curvatura del planeta por
la señal para la recepción relevante del flujo global. Nos estamos
retrotrayendo, de esta manera, a los propios orígenes desde los que hemos hecho
arrancar los principios de la iconicidad y de la estructura de la percepción
modernas, cuya clave metodológica no fue otra que la apertura de una ventana[16] al mundo, en la definición de Alberti,
que permitiera la transmisión de los actos perceptivos al otro. Y para que sea
posible este acceso, esta apertura al mundo a través del acto perceptivo ajeno,
la anisotropía era imprescindible. Pero, sobre todo, fue necesaria la
constitución focal del horizonte que pasó de ser un límite ontológico (tras él,
el abismo, el vacío, en la cosmología precopernicana) a serlo, simplemente, de
la mirada-tiempo en un cuerpo esférico. Por ello, la relación espacio-tiempo
queda anclada en el mismo fundamento de la Época Moderna. Esta relación, que dio como consecuencia el patrón de la instantaneidad
esencial -en proporcionalidad invertida a la fórmula física de la
velocidad, como vimos-, fundó la esencia del mecanicismo y de toda la
gnoseología moderna. El giro tecnológico lo que hace es impostar esta necesidad de la
velocidad. A todos los Media de la percepción se les ha de añadir el
prefijo tele (visión, fono, mática) en un intento de superación del
tiempo que es índice de la limitación subjetiva (castración). De ahí, el papel
de los satélites en el advenimiento de la aldea global[17]. Los satélites son, pues, artefactos
tecnológicos para superar la curvatura terrestre, causa del horizonte.
Convertir el mundo en imagen encuadrada es hacerle violencia a un cuerpo
esférico, pero ésta es la exigencia de esa profecía en la que se cifra el
Inconsciente de la Época Moderna, la trama de su fantasma fundamental: el
horizonte, en el que se entregaba el ente, había de ser transgredido.
De aquí que la
velocidad necesite volver a ser traída a colación en este momento de nuestro
análisis del imaginario moderno. Virilio nota aquí que es toda nuestra
concepción ontológica del tiempo la que se ve alterada con la generalización reticular
de las nuevas tecnologías de transmisión de la información.
“En efecto, utilizar prioritariamente los señuelos de las redes poniendo en práctica la velocidad absoluta de los impulsos electrónicos, supuestamente capaces de dar instantáneamente lo que el tiempo concede poco a poco, quiere decir no sólo reducir casi a la nada las dimensiones geográficas del mundo real como hace la aceleración de los vehículos rápidos desde hace más de un siglo sino, sobre todo, disimular el futuro de la duración ultracorta de un directo telemático: hacer que el futuro, llegando ahora, parezca no existir ya...”[18]
Es precisamente esa recusación de la espera -de la paciencia como virtud-,
la que nos señala a todas las consecuencias éticas -esto es, de concepción de
la existencia- que la neovelocidad provoca. Lo cual nos lleva a pensar
la cuestión en los términos que aquí nos hemos planteado desde el principio. Hemos
de pensar la velocidad no tanto como una propiedad de los transmisores, sino
del encuadre... Es éste el que establece
la relación de detención de la fugacidad del ente la pantalla
electrónica (del ordenador, de la televisión, del artefacto que las haga
converger), es el lugar en el que los flujos se condensan[19]. Al hablar de la velocidad como
relación entre fenómenos Virilio, en cierta manera, obvia el componente
subjetivo de la cuestión. La velocidad mediática es, antes que una relación
entre el espacio y el ente, una relación entre éste y el sujeto:
Espacio/Tiempo, sí; pero, también, Goce/Distancia. De ahí, esa moción
pulsional, aparentemente indeclinable, que elige siempre la instantaneidad frente al futuro. Kerckhove expresa
esa mutación al distinguir entre el Hombre masa, asociado a la
televisión -todavía autónoma en su flujo, respecto a los impulsos del espectador-
frente al Hombre velocidad de las redes telemáticas que se siente
empuñando la mostrabilidad del mundo:
“Mientras el hombre-masa de la televisión se hallaba rodeado por las redes de los medios de comunicación de masas, atrapado en un mundo construido para él por las industrias de la conciencia, el hombre-velocidad de los ordenadores se encuentra en todas partes, en el centro de las cosas. (...) La nueva situación es bastante paradójica: mientras que todo se acelera alrededor de él, el hombre-velocidad puede permitirse ir más despacio. Situados en el centro de las cosas, el hombre y la mujer-velocidad no se mueven. Su velocidad consiste en el acceso instantáneo que tienen a la información y a los bienes. Los hombres y mujeres no son principalmente consumidores, sino productores y agentes. Su producción y sus acciones llevan el signo de sus rasgos personales[20].”
El hombre-velocidad
es el que ha adherido el encuadre centrípeto a su propia fisicidad. El proceso
iniciado en el siglo XV (Arnheim) se consuma en su liberación del inmueble, en
su transgresión de toda arquitectura física. Con el teléfono móvil y el
ordenador portátil la fuerza centrípeta del propio cuerpo se reputa como
beneficio de la tecnología. No hace falta ir, el ente fluye hacia mi: soy, en
mi propia identidad, localizable más allá de cualquier límite espacial o
fáctico. De ahí, que la profanación del horizonte en pro de la
disponibilidad del ente no afecte sólo a la tecnología de los satélites y a la
transmisibilidad de los actos perceptivos y/o comunicativos, esto es, a la
transgresión del espacio euclidiano. Implica en su estela la ruptura de los
límites de lo humano y la ley simbólica, la superación de las leyes de la
comunicación -que implican la distancia y la ausencia-, la convergencia entre
lo potencial y lo actual, la virtualidad y la globalidad y, en última
instancia, lo biológico y lo cibernético. La
trasgresión de los horizontes conlleva la ruptura de las estabilizaciones
culturales modernas en la postmodernidad. Es
la lógica de la quiebra del límite, como olvido de la docta
ignorantia en el impulso de la circulación imparable del Discurso del
Capitalista[21].
[1] Como ya hemos adelantado, este quinto discurso fue propuesto por
Lacan en 1973 y no exploró efectivamente su desarrollo. De hecho, en el seno
del campo freudiano su aceptación no es absoluta y genera más de una polémica.
Yo me limito simplemente a dar cuenta de su enorme rentabilidad en mi trabajo
de investigación y cuánto debo a su descubrimiento para todo aquello que he ido
formulando respecto al imaginario informativo y al dispositivo audiovisual en
los últimos años. Mi auténtico acceso y comprensión de su potencial explicativo
he de agradecérselo a Sergio Larriera por un magnífico curso que dictó en
Valencia en 1997 “Cuestiones de Topología: superficies nudos y
cadenas en la enseñanza de J. Lacan.” para el Seminario del Campo
Freudiano. A partir de aquí, el contacto personal y a través de sus textos
con él y con Jorge Alemán han sido de una riqueza y de una fertilidad que no me
cansaré de agradecerles. Vid. sus textos en la bibliografía. Creo que se puede
decir claramente que son la mayor autoridad en la materia aunque el tema se ha
ido extendiendo entre los analistas, sobre todo, en España y Latinoamérica.
Ahora bien, que los considere mi “auctoritas”
no les carga con ninguna responsabilidad sobre los desarrollos e interpretaciones
que estoy exponiendo. Hacerlo es la única manera de someterlos a crítica y al
examen de personas autorizadas.
[2] Vid. Miller, 2000.
[3] Recomendamos al lector que no deje de tener en cuenta todo lo
expuesto en el capítulo 2 respecto a la escritura de lo cuatro discursos.
[4] Por eso, a mi entender, Alemán y Larriera ignoran este vector de
la impotencia y llaman al Discurso del Capitalista “círculo siniestro”,
por su total rotación a la izquierda.
[5] Vid. Palao 1998 (a).
[6] Vid. Miller, 2001(a). y el Seminario XVIII de Lacan.
[7] Sabemos que este drama del sujeto en su particularidad en su
versión postmoderna concierne al narcisismo, esto es, al sostén del Yo: los
psicólogos actuales lo llaman autoestima.
[8] Véase para todos estas cuestiones el Capítulo 2 de este libro.
Desarrollo más profundamente estas cuestiones en mi texto “Y, sin embargo, se
mueve” en un libro sobre las relaciones entre el psicoanálisis y la imagen en
movimiento que he coordinado y se halla en proceso de edición.
[9]Vid. Miller, 1994(c).
[10] Pude detenerme en el análisis de esa impotencia para la
revelación, propia de la cultura de masas, en el estudio de uno de sus
productos más exitosos en la última década del siglo XX, la serie de la Fox Expediente X. Vid. Palao 1999. Fox
Mulder es precisamente un buscador incansable de una revelación que se torna
imposible.
[11] Zizek 2000 (b).
[12] He aquí un hipótesis: es Heidegger el que libra a la
consideración del Discurso del Capitalista de cualquier sospecha de
“freudomarxismo”, en el sentido que normalmente se le suele dar a este término.
[13] Vid. Weber, Op. cit.
[14] Vid. Gubern, (1999) y Pérez de
Silva.
[15] Para una relación de la perspectiva artificialis con la Realidad Virtual, por ejemplo, véase. Marina Segarra y Eulalia Adelantado, Op. cit.
[16] Veremos que Echverría llama
ventanas a los difusores que permiten el acceso a Telépolis.
[17] Cebrián, p. 73
[18] Virilio, 1998 (b) P. 108
[19] Por ello, Virilio tiende ha hablar de una estética de la
desaparición o de la ceguera, mientras que nosotros nos orientamos más bien
hacia una ontología de la hipervisibilidad, consecuencia de esa estrategia de
la disponibilidad del ente en la que consiste, como hemos visto a lo largo de
estas páginas, toda el fundamento de la epistemología científica y de la
relación del subjectum con el ente. Ahora
bien, más allá de las divergencias, de lo que se trata es de dos perspectivas
distintas pero no necesariamente incompatibles.
[20] Kerckhove p.160.
[21] Vid. Virilio, Paul1999(b), pp.
76-77, donde comenta la relación del horizonte tridimensional comparado con los
límites de la pantalla.
Discurso del Capitalista e Inconsciente (un breve apunte) (LPI-M: 385-386)
Contando con ello, es como, tal vez,
podamos iluminar algo las causas de la posición de irresponsabilidad del sujeto
frente a esa figura contemporánea del Otro que es la información globalizada. Del Inconsciente
dice Jacques-Alain Miller que su estatuto es ético, no ontológico[1]. De la cultura de masas y del Paradigma Informativo
se podría postular lo contrario: su estatuto es ontológico, no ético.
Tal vez, ello podría decirse siempre del Discurso del Amo y de esa
pequeña variación suya, que es el Discurso del Capitalista. Por ello, en
el seno de nuestra contemporaneidad, en la actividad que cuenta, que es la
profesional, casi nadie se pregunta qué debo -qué está bien- hacer, sino
cómo es, ergo cómo funciona. La derivación abocada a la acción con pretensiones
de éxito se supone siempre implícita en esa pregunta. Ello es efecto de la correlación entre información y certeza: la
información es saber garantizado. Y ya hemos esclarecido el papel de la imagen
encuadrada y el carácter imaginario de todo el proceso. Por ello, a una
información siempre se le puede oponer otra. De este saber imaginario procede
un confrontación que se puede reputar como una dialéctica sin síntesis porque
el dato es ininterpretable en la prospectiva. ¿Desarrollo sostenible?: en esa
proyección futura, donde el mundo no se aviene a ser el espacio ónticamente
cerrado del laboratorio, es donde es imposible el acuerdo. ¿Cuánto falta para
la destrucción? Ambos globales y antiglobales, neoliberales y ecologistas
comparten la misma ontología informativa, radicadada en la exactitud, que
impide el pacto porque éste es siempre una cesión en el goce, docta
ignorancia. Piénsese en la cumbre de Kyoto para la reducción de las
emisiones de CO2 y la negativa a cumplirla de Bush en cuanto ganó
las elecciones. O en la polémica sobre los alimentos transgénicos: se diga lo
que se diga, en la ciencia aplicada siempre es posible una segunda opinión,
que es lo que suelen demandar los sujetos a los que se les ha atribuido la
inexorabilidad de su muerte.
El imperativo que Lévinas enunciaba,
cambia de sesgo existencial cuando lo virtual acapara el horizonte:
“Mi ser se duplica en un deber: estoy a cargo de mí mismo. En esto consiste la existencia material. En consecuencia, la materialidad no expresa la caída contingente del espíritu en el sepulcro o en la prisión de un cuerpo. Acompaña necesariamente la emergencia del sujeto en su libertad de existente. Comprender el cuerpo de este modo, a partir de la materialidad –acontecimiento concreto entre Yo y Sí Mismo– es reducirlo a un acontecimiento ontológico. Las relaciones ontológicas no son vínculos descarnados. La relación entre Yo y Sí Mismo no es una reflexión inofensiva del espíritu sobre sí mismo. Es toda la materialidad del hombre.” (p. 94).
En el seno del Paradigma Informativo
la cosa cambia sustancialmente porque el sujeto cree poder hacerse cargo de sí
mismo, no en un repliegue reflexivo de la conciencia, ni siquiera a través de
una cierta epoché entendida como una suspensión teorética del ánimo,
sino a través de la información, administrada por el semblante de un
profesional –médico, jurista, psicoterapeuta, etc- que siempre está respaldado
por el saber fidedigno de la ciencia. Es decir, me hago cargo de mí por medio
de un saber que no necesita que lo subjetive, que atiende a mi demanda sin
invocar en ningún momento la dehiscencia del deseo. Por ello, mi malestar –el
desajuste entre la realidad y el deseo- no puedo abordarlo si no es mediada –mediáticamente-
esto es, con la intervención ineludible del Amo, colocado en el lugar de la
verdad. Sabemos que el profesional debe estar siempre respaldado –controlado-
por la legislación y por los comités deontológico de sus asociaciones
profesionales. El circuito de la demanda es entonces:
Es evidentemente el círculo siniestro del Discurso del
Capitalista, en donde toda relación del sujeto (je) consigo (moi)
está mediada por el amo, sin posibilidad –y esto es lo que hace la diferencia
con los otros discursos- de reversión. De tal manera, el sujeto capitalista
cree poder liberarse de ese Otro que es el propio cuerpo reduciendo su verdad a
la del amo. De ahí, la moral sanitaria y la medicina defensiva. Recordemos las
últimas campañas antitabaco con ese encuadre en forma de esquela que recuerda
el mal tras el goce apresado en la imagen de unas letras y -según se propone-
de una imagen de la enfermedad o la agonía[1]. Ninguna responsabilidad, toda la culpa. El sujeto sano es
siempre culpable de poder estar propiciando su enfermedad. Pero una vez ésta
aparece, la enfermedad física no atañe al sujeto: el sujeto siempre es
inocente, irresponsable frente a su mal. Por eso puede demandar a una compañía
tabaquera, por una cuestión de información, no de responsabilidad subjetiva.
[1] Escribo estos párrafos a finales de 2003 y la propuesta de
insertar fotografías de los efectos arrasadores del hábito de fumar en los
paquetes de tabaco todavía no se ha llevado a cabo, pero es lógico que así sea,
porque la información siempre acaba resolviéndose en icono encuadrado. De
momento, con las actuales esquelas,
lo que se ha conseguido es incentivar la producción de pitilleras que las
cubran. No me resisto, en este punto a referir un chiste que me contaron el
otro día. Entra un comprador en un estanco y el dependiente le ofrece una
cajetilla en la que se puede leer: fumar produce impotencia. Queda leyendo,
frunce el ceño y replica al vendedor: “¡uf, qué mal rollo, ¿no tienes una de
las del cáncer?”. En fin, siempre nos quedará el falicismo redentor.
Discurso del Capitalista, Imagen y Democracia (una breve reflexión) (LPI-M: 397)
Lo que nos
interesa a nosotros es que para el sujeto moderno, el de la ciencia –ahora ya
sabemos que con-fundido con el usuario particular- apropiarse el mundo
como otredad, significa hacerlo como imagen. Y donde la imagen manda, la figura
del profesional, del que hace oficio de satisfacer las demandas, hace
aparición. Esto es, podemos decir que los ciudadanos occidentales vivivmos en
un sistema político que es una democracia mediatizada, iconizada, ergo profesionalizada[1]. Y el político profesional, por definición, no comete errores,
pues un error se mide por la dejación de apoyo del electorado. El político
democrático occidental no responde ante el pueblo, sino ante la opinión
pública. Esto es, asesorado por especialistas en imagen que conforman su
discurso público, el político profesional –que pretende hace de esta actividad
su continuo modus vivendi- puede decir lo que sea con tal de que no
ofenda la opinión mayoritaria[2]. Es decir, nada nuevo, revelador, transformador. He aquí la impotencia de esta figura del Amo, el
político profesional que cohabita en el encuadre con las miserias del mundo y
no puede hacer nada que incida radicalmente (prácticamente, entiéndaseme) en
ellas. Tórnase, por consiguiente, en el Discurso del Capitalista
sospechoso continuo de corrupción, de no hacer lo que puede contra el mal. De
ahí, que contra la profesionalización surja el movimiento civil, la Organización
No Gubernamental, en cuya base ideológica habita el axioma de que la
política es un discurso entre inútil y sucio y que el gobierno es cosa de
ellos, de los otros, de los que no son ciudadanos. Ergo, el ciudadano
queda eternamente condenado a controlar el gobierno sin participar nunca de él.
Al mando, pero fuera del plano: ¿familiar, no?
[1] Intento acercarme al concepto de parlamentarismo en el sentido que Badiou (1999B)
utiliza el término.
[2] A esto se le suele llamar eufemísticamente buscar el electorado
de centro. Es objeto para otro estudio, pero convendría profundizar en la
aporía naturalizada en las sociedades occidentales por la cual el límite de lo
decible (lo políticamente correcto) lo marca la izquierda y el límite de lo
realizable (el pragmatismo) lo marca la derecha. El sistema se alimenta por
igual de ambos límites, tras los cuales no está la represión ni la censura,
sino el fracaso.
Enlaces desde donde se puede consultar el libro:
Rogamos que a ser posible se descargue de uno de estos dos enlaces.
- https://www.academia.edu/1862505/La_profec%C3%ADa_de_la_Imagen-Mundo_Para_una_genealog%C3%ADa_del_Paradigma_Informativo
- http://www.researchgate.net/publication/275154917_La_profeca_de_la_Imagen-Mundo_para_una_Genealoga_del_Paradigma_Informativo
- http://bookzz.org/book/2029049/51bff6
- https://es.scribd.com/search-documents?query=la+profec%C3%ADa+de+la+imagen-mundo
- http://www.ebiblioteca.org/ (buscando "José Antonio Palao")
Gracias por el material. Me sirvió mucho.
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