Entre la versión paleo-marxista: “La masas no entienden nada porque
están alienadas y no tienen conciencia”. Y la versión
hegemono-populista: “Oh, masas, yo os entiendo y hablo vuestro lenguaje,
por eso debéis seguirme y regalarme vuestra voz” ¿Por qué no una
alternativa del tipo “¡Masas hablad y hablemos, inventemos la voz de la
multitud?” ¿Por qué ese miedo a la contingencia verdadera, a la verdad
de la contingencia, y a la contingencia de la verdad? Es el miedo de los
políticos -de las élites y de las vanguardias- a un tiempo que pueda
presentarse como vacío, pero ya no como homogéneo, que con los dos
atributos juntos se las entendía bien la progresía socialdemócrata. Es
el pánico a lo real del bien-decir que se pretende cauterizar con la
impostura del decir-bien. Y no es lo mismo ¿no? Cada vez ando más
convencido de que los intelectuales no deben preceder a las masas para
intentar pre-decirlas, sino que deben ser su fornida retaguardia: poner
un cierto orden hermenéutico, ni doctrinario, ni dogmático ni banalmente
comunicativo. El neoliberalismo inventó la postmodernidad. Su cara a
fue un todo vale, que puede ser muy fructífero como instante de ruptura.
Pero a las élites político-financieras les interesaba la cara b: nada
vale, no hay otro modo.
Continúa aquí....
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