viernes, 29 de julio de 2016

Las narrativas no explican el mundo (y las ideologías tampoco)

1  Ya pasó con Andreas Lubitz y ha vuelto a pasar con David Sonboly, muchacho de origen iraní que se autoproclamó alemán mientras masacraba a unos cuantos de sus conciudadanos. En Alemania los asesinos de masas parecen ser inexplicables.  La causa es que de entrada intentamos encajarlos en la narrativa equivocada. Queremos que sean antagonistas de Occidente en la narrativa yihadista y, sin embargo, se comportan como protagonistas en la narrativa de los asesinos de masas yanquis. El asesino de masas norteamericano es puro producto de la competencia neoliberal exacerbada en los centros educativos (looser es el insulto neoliberal por excelencia y el coach, la referencia moral) y que conlleva el bullying como corolario ineludible.
Una víctima de bullying se convierte en alguien terriblemente lúcido: de repente el mundo le ha dejado constancia de que nunca cumplirá sus sueños. Como la lucidez no lleva de suyo aparejada la sabiduría, el clima auto-ayúdico y biopolítico le habrá conducido a concluir que lo que tiene que hacer es aumentar su autoestima y empoderarse. Y entonces va y resuelve su angustia de castración comprándose un falo automático de repetición “en” la Internet (que no sé dónde estará ese sitio pero en los telediarios lo citan mucho) y disparando contra la multitud. Si la sensatez y la madurez llegan antes que los consejos psicológicos –me llama mucho la atención que estos sujetos suelan estar en tratamiento psiquiátrico, ¿no se dieron cuenta sus terapeutas? ¿o es que entendieron mal sus consejos?-  puede llegar la sabiduría, y ese desencanto trágico de la adolescencia puede convertirse en una ironía serena sobre las promesas del mercado vital y sobre las posibilidades de alcanzar los propios sueños y, encima, pretender sentirse, tras alcanzarlos, como uno se sentía que se sentiría al alcanzarlos cuando los soñaba.
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Pero hablábamos de yihadismo. Y hablábamos de su narrativa.  La estrategia yihadista ha ido cambiando, pero su narrativa no. Por eso no entendemos  nada,  porque el enfoque narrativista sólo contempla el esqueleto mítico-arquetípico. Como narratólogo que soy –al menos en buena parte de mi desempeño profesional- desde hace treinta años, veo que a muchos narrativistas no les interesa nada ver la diferencia enunciado-enunciación que, aunque sea de una forma intuitiva, cualquier ciudadano es capaz de captar. Ellos hacen un enfoque transversal, identitario, cuantitativo, en el que el esquema actancial (las acciones y las funciones actuantes que las sustentan) es el único factor a tener en cuenta.

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