El arte, como toda
construcción cultural, es una materialidad a la cual puedes remitirte en el
juicio. Lo que no es es un objetividad, por eso los juicios pueden ser
muchos... La objetividad es un idealismo científico. Pero vamos, nuestra
mentalidad, básicamente neoliberal, está hecha de esas coherencias forzadas, de
esos sortilegios objetivantes. El objetivismo es el veneno letal del
materialismo, la aguja a través de la que se inyecta en él la ontología, que es
el Discurso del Amo. De ahí, que a mí que no soy filósofo, me parezca que en
política el enfrentamiento entre trascendentalistas (idealistas) y
paleo-materialistas, los primeros diciendo que todo es lenguaje y los segundos
que el lenguaje es falsa conciencia, una auténtica lucha tribal. Ahí
está concentrada toda la irracionalidad de la izquierda occidental en una
especie de mitología totémica. ¿Qué real vela esta división que hace a la
izquierda irreconciliable consigo misma es lo que habría que preguntarse? No hablo de que tenga que producirse
una mítica reconciliación, sino de que la división deje de ser brutalmente
paralizante.
Un materialista ingenuo es el que cree que materialismo
equivale a objetivismo, y se pone de los nervios cuando ve que no hay objeto
posible del razonamiento político, que no hay forma de condensar lo material en
un constructo objetivo. No hay política sin los sujetos, porque no hay política
sin incidencia práctica sobre lo real. Un científico se conforma con la
incidencia técnica. El político –y el humanista (como profesión, no como filosofía
de la vida)- se ve abocado a razonar (conjeturar, argumentar), el científico a
racionalizar (medir, demostrar, excluir). Por eso, el científico puede ser
objetivo, porque forcluye cualquier traza de la diferencia ontológica y carece de
compromiso alguno con el ser, su única preocupación es el ente y su dominación
técnica, de modo que puede ser sordo a cualquier imperativo de justicia o piedad. Si
algo no conviene a su objetividad, lo expulsa de su campo (deja de
contemplarlo en su modelo de la realidad) y punto .
La teoría de la acción comunicativa de Habermas, que afirma que
"la razón una en sus múltiples voces", es un pasaje falso entre una postura y otra.
Es una reducción ontológica, mítica de nuevo. Hay una materia, un mundo, un
objeto, una voz. El populismo laclauiano es la evolución subsiguiente al
materialismo dialéctico de tendencia monista. Establece
Otro Todo frente al todo de la materia. Al establecer Otro Todo (un Otro
completo), su política no es una política del decir sino del pre-decir, esto es,
propiamente metalingüística. Por eso puede establecer como un objeto técnico el
lenguaje del pueblo y usar un método estratégico como la transversalidad. La
transversalidad es un concepto esencialmente reaccionario. No hay
transversalidad si no concebimos los sectores sociales como
compartimentos estancos; objetivos, pues. La transversalidad es el correlato
lógico del enclaustramiento enunciativo: todo ciudadano debe estar bien
clasificado ideológica, política y sociológicamente para que el
entomo-politólogo pueda atravesarlo con su alfiler transversal.
El materialismo del discurso –esto es, el materialismo
verdadero porque es el que cuenta con la verdad im-pre-decible, que sólo puede
decirse a medias- pasa por dar testimonio continuo de que no hay meta-lenguaje
porque no hay lenguaje-objeto. Son dos caras de la misma moneda poliédrica en
las que también se puede leer: No hay Otro del Otro, no hay relación sexual, el
Otro no existe, La mujer no existe, etc. En ese sentido bajo el orden de lo
real se pueden agrupar la pulsión de muerte, que para Lacan era la única
pulsión, y el momento negativo en la dialéctica, que es el momento único si no
queremos pasar a un paradigma de nuevo, metalingüístico y objetivante.
Lo siguiente sería explicar por qué los populistas y hegemonistas laclauianos no admitirán bajo ningún concepto que su concepción de lo político es una concepción metalingüística y predictiva. Y que lo harán amparándose en los propios textos de Laclau y en algunos psicoanalistas –normalmente en el espectro del peronismo- que no se cansan de proclamar que el populismo es el psicoanálisis por otros medios, y que nociones como la de antagonismo son nombre laclauianos para lo real lacaniano. Lo real es precisamente la ig-nominia que no puede ser reducida a un imaginario antagónico. Es el sujeto dividido, tachado, $, en la indecibilidad entre significantes.
Ahí habrá que hilar muy fino, porque mi intuición al respecto
no es en absoluto obvia, sino más bien obtusa (en el sentido barthesiano de los
dos términos). Baste, como insinuación, de por dónde iría mi razonamiento, una
comparación. La distancia entre el planteamiento laclauiano y el lacaniano es
la misma que hay entre una frase como “debes de perseguir tus sueños” y otra
como “Lo único de lo cual se puede ser culpable, es de haber cedido en su deseo”. Las críticas al populismo
laclauista y a su versión ibérica, el errejonismo, suelen hacerse desde el lado
de su lectura del marxismo. Creo que ya urge hacerla desde el lado de su
lectura de Lacan.
(Todos los grabados son obra de Narciso Echeverría, que es, para mí, quien mejor ha sabido reflexionar -a la altura de Sánchez Cotán, Zurbarán o Magritte- sobre la relación de corrupción y evanescencia, de peligro, entre la materia y los objetos)
Me llama mucho la atención que, según me informa Blogger una enorme cantidad de visitas a mi Blog provienen de Rusia. No sé a qué se puede deber, si es un dato falso -gente que navega con VPN y simulan estar en otro país,por ejemplo-, si se debe a que hay mucha gente en Rusia en alguno de los grupos en los que suelo compartir, o cualquier otro motivo. La verdad es que me pica la curiosidad, así que si alguien me visita desde Rusia, o bien puede saber la causa de que me aparezca ese flujo en las estadísticas del blog, pues le agradecería que me lo contara. Aquí o en privado, por correo (mi correo está en mi perfi de facebook o a través del mismo blog). Insisto, es simple curiosidad.
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