1. Un mandato histórico.
Hasta aquí puedo llegar, hasta aquí puedo ceder, hasta aquí de muchas cosas. “Hasta aquí” señalando una parte del cuerpo (a elegir según el cuerpo) o señalando un abstracto límite jurídico y conceptual. “Hasta aquí” parece la frase clave en estos momentos de negociación pregubernarnental. Hay líneas rojas de los partidos y hay hastaquíes de los ciudadanos. Yo por ejemplo, estoy hasta aquí, en el sentido corporal (de qué parte del cuerpo hablo, lo dejo a la imaginación del lector, pero si se hubiera tratado de la coronilla, lo hubiese dicho y ya está, ¿no?), de oír al PP y sus voceros que han ganado las elecciones, cuando es más que obvio, como ya he apuntado en otras ocasiones, que las han perdido. Que ellos, más allá de toda ética y sensibilidad, hayan conseguido unir a toda su comunidad de goce en un solo partido, con un simple apéndice llamado C’s como tributo a la nueva política, no implica que hayan ganado. Dicen que la sociedad española ha mandado un mensaje claro. Técnicamente hablando, podríamos definir a la Sociedad Española como un montón de peña heterogénea, una parte de la cual fue a votar el 20D. Reconocerá el lector que es una de las más exactas y ajustadas definiciones que habrá leído nunca. La realidad es rizomática y una mirada radical sobre la realidad implica no eludir la complejidad que se deriva de su núcleo de inconsistencia. Lo contrario, la claridad impuesta como ideal, implica acabar andándose por las ramas siempre. Los deleuzianos que puedan pasar por aquí, supongo que me comprenderán.
No hay más que ver la distribución de 
las comunidades autónomas y ayuntamientos, tras el último ciclo 
electoral, para vislumbrar lo terrible que sería esa tensión si el PP 
controla el gobierno central. Y más aciago aún para el País Valenciano, 
con todo el trabajo que hay que hacer aquí, en lo político, lo social y 
lo administrativo, tras un cuarto de siglo (en la ciudad de Valencia es 
así) de poder absoluto del PP, como demuestran gúrteles, taules e imelsas.
 Claro que también da miedo pensar lo terrible que será el PP en la 
oposición, ahora con la voz y la coartada de C’s secundándolos y velando
 por sus intereses, como ya están mostrando en las negociaciones 
actuales para la investidura. Hará falta una sociedad bien armada de 
decisiones y argumentos para enfrentarse al PP neoliberal a 
machamartillo y traidor a España, que ya conocimos con Zapatero. Ya 
hemos visto de la maledicencia mendaz de un Margallo o de un 
Fernández Díaz en foros nacionales e internacionales. Y ya hemos visto 
la enésima intentona de resucitar a ETA con el caso de los titiriteros.
El PSOE, pues, tiene, en su nuevo papel 
de segunda minoría, pero perfectamente articulable con todas las fuerzas
 políticas que no tienen su origen histórico o intelectual en el 
franquismo, un mandato que se me antoja obvio (que no es lo mismo que 
claro): la obligación de apostar por regeneración y la necesidad del 
superar el atado y bien atado del régimen del 78, contra las 
tutelas del ejército (artículo 8.1 de la Constitución), los grandes 
grupos mediáticos (que ya tienen decidida su apuesta anti-progreso, 
disfrazada de apuesta anti-Podemos) y la Iglesia. La gente, las mareas, 
los traicionados por el consenso del 78, no pedían otra cosa cuando 
decían no nos representan. Creo que el PSOE, partido viejo, debe de 
tomar nota de que su vieja guardia constitucionalista, indudablemente 
monárquica, pertenece al pasado.
En cuanto a Podemos, muchos hubiéramos preferido también un partido distinto de los partidos tradicionales, pero los media
 se encargaron de hacer triunfar en su seno a un modelo vertical y 
jerárquico mucho más manejable y domesticable. Y, si la operación doma 
no sale bien, mucho más fácil de derrotar -guarecido tan solo en la 
telecracia y el paraguas mediático- que una formación dinámica y 
populosa con unas bases entusiasmadas que lo incardinaran en la 
sociedad, que hubieran hecho de él un instrumento de la hegemonía 
popular y no simplemente, una nueva formación de izquierdas más. No hay 
nada más viejo en la política occidental europea que un partido de 
izquierdas nuevo.
Aun así, PSOE y Podemos tienen una deuda
 histórica con el pueblo español y deben buscar por todos los medios el 
acuerdo para derrotar al PP con la democracia, que ellos sólo aceptan a 
regañadientes y con la frialdad del máximo formulismo jurídico. Y no 
sólo por la corrupción o el nacional-catolicismo crápula de pandereta, 
sino también contra el soberanismo burocrático español que es lo que les
 permite conjugar sus casposos valores conservadores y castizos, el 
populismo demagógico de la extrema derecha, con el máximo del cálculo 
neoliberal. Todo, hoy, puros disfraces de la su rapacidad corrupta
.
Porque el caso es que al PSOE, si decide
 darle la espalda al progreso, no le queda otra que desaparecer a corto 
plazo, como su homólogo el PASOK, por quedarse sin electorado potencial.
 Si pacta con la izquierda, no. Con la existencia de C’s pueden estar 
seguros que ni un solo voto de centro derecha –sociológico o deliberado-
 ha ido a ellos. Los que le han quedado son los que le venían de 
izquierda, menos los que le ha robado Podemos.
Podemos tiene un futuro más complejo, si
 no consigue el pacto, debido a las ataduras de sus estrategias 
territoriales. Y no hay más que ver todos los equilibrios que se han 
visto obligados a hacer las CUP. Si no hay tal pacto de izquierdas, 
tiene el protagonismo asegurado y una gran responsabilidad: ser el único
 partido de la oposición. Excusa para tener cuatro años callada a toda 
posible disidencia interna y externa: montarían otro antagonismo 
schmittiano y acusarían a toda voz crítica de colaborar con el 
tripartito de la derecha. El problema es que entonces Podemos va a tener
 un techo electoral siempre porque, como su secretario general bien 
sabe, en las comunidades plurilingües no van a conformar nunca una 
posición hegemónica por sí solos, porque la lucha anti-postfranquista 
va, de suyo, incluyendo al nacionalismo desde hace décadas. Es decir, 
Podemos va a ser una fuerza eternamente opositora en España.
Y ése es el principal “hasta aquí”: 
hasta aquí de PP. Ya está bien. Ya sé que algunos en el PSOE odian más a
 Podemos que al PP (algunos ex de Podemos también y muchos de IU), por 
sus pésimas formas y nulo pudor en la ostentación de su narcisismo, pero
 deben de hacer un ejercicio de responsabilidad… Aun así, el PP debe ser
 barrido como lo que ha demostrado ser: una banda organizada para 
conseguir mordidas y blanquearlas después. El PSOE no puede hacer lo que
 hizo Felipe González a finales de los 80, sostener a un PP que se 
estaba cayendo a trozos porque el muy espabilado confiaba en su techo 
electoral, techo que rompió posteriormente para dolor de todos los 
españoles.
2. España como línea roja.
El caso es que con la cuestión del 
proceso catalán, parece que la línea roja por excelencia, en este 
momento de negociación política pre-gubernamental, es precisamente la 
idea de España. No es extraño, pues es de todos sabido que el 
nacionalismo español es el núcleo ideológico de la España reaccionaria. 
Lo que pretendo en este texto es darle una dimensión al problema algo 
distinta a las habituales. Porque si nos fijamos, la unidad de España y 
las acusaciones de corrupción al contrario son los dos argumentos 
electorales por excelencia en este país (y en sus países), tanto en una 
dirección como en otra. El soberanismo y la corrupción son los grandes 
anclajes sintomáticos, patho-lógicos, en la política española, 
por eso uno actúa como antídoto del otro. Lo mismo que pasa con el PP en
 España, pasa con CiU en Catalunya: el nacionalismo, el soberanismo, ha 
sido un perfecto antídoto contra cualquier repercusión electoral de los 
problemas de corrupción. La correlación parece más que evidente. De ahí,
 que las CUP, anticapitalistas e independentistas, se las hayan tenido 
tiesas con este agujero paradójico en el trasvase entre moral y 
política. A su vez, el regionalismo españolista ha sido la causa de la 
ceguera de los valencianos ante la corrupción (“són els nostres”) con la
 increíblemente efectiva amenaza del catalanismo de la izquierda como 
miserable como coartada. Así, que el nacionalismo progresista, tras 
mucho sufrir aprendió la lección: Compromís ha conseguido crecer 
atacando a la corrupción y pasando a segundo plano su modelo nacional y 
territorial. La correlación entre ambos ítems me parece más que 
evidente.
Ciertamente, quien ha fomentado el 
soberanismo como falacia política ha sido el PP. Atacando a Catalunya, 
mucho más odiada por los monolingües que el País Vasco, por ejemplo. “Al
 vasco se le teme, al catalán se le odia”. Al valenciano y al gallego y 
se les desprecia, añado. Así, jugando con la cuestión del goce y el 
narcisismo de las pequeñas diferencias, ha conseguido que la izquierda 
encalle en esa línea roja. En un planteamiento marxista clásico diríamos
 que ha ganado una partida muy relevante en el juego de la lucha de 
clases, que ha dado un jaque de muy difícil salida. La cúpula de Podemos
 se ha dado cuenta de ello y está haciendo malabares en los territorios 
no monolingües del Estado. En política esto es curioso porque, a nivel 
de Estado, tanto el planteamiento de clase como el planteamiento 
hegemónico han quedado reputados pura ideología comunicativa. No tocan 
lo real del goce, no tocan lo inconsciente (que es lo verdaderamente operativo, lo que tiene consecuencias) de la política.
La gran conquista del neoliberalismo 
consensual-constitucionalista español ha sido marcar como nacionalistas y
 soberanistas desafiantes a los que reivindican su diferencia y 
desmarcar su prepotencia, conquistadora y homogeneizadora, de esa 
categoría. El neoliberalismo es especialista en estas cosas. Pensemos 
cómo el imperialismo occidental es hecho pasar por neutra democracia 
formal, frente a todo populismo, incluido el islamista, no connivente 
con los intereses imperiales de Estados Unidos y de Europa… Así, el PP y
 luego C’s han conseguido marcar como nacionalistas a todos los demás y 
llaman a lo suyo “constitucionalismo” Y el PSOE, en buena medida se ha 
dejado pinzar en el asunto, olvidando su pasado federalista (y 
republicano) y transigiendo de mil amores con el régimen monárquico y 
autonómico.
De este modo, el nacionalismo español ha
 mantenido a todas las comunidades monolingües periféricas en el anclaje
 del subdesarrollo y el folclorismo. El lenguaje periodístico las ha 
designado como “baronías territoriales” y de ellas se encargó el 
bipartidismo. Los monolingües periféricos (Castillas, Andalucía, Aragón,
 Asturias, Extremadura, etc.) se han considerado defensores por 
antonomasia de la unidad de España, odiando a Catalunya por insolidaria.
 En los otros territorios, sin embargo, el bilingüismo ha servido al 
menos como barrera de defensa. Hasta el un País tan dividido como el 
Valenciano, en el que viven enfrentados dos modelos de identidad 
territorial. La cúpula de Podemos vio, como ya advertimos hace un año,
 que la posición valenciana, lejos de ser irrelevante, era un magnífico 
termómetro de lo que pasaba en todo el Estado. Y el incipiente giro 
copernicano que estamos viviendo en Valencia puede ser síntoma de un 
cambio general de ciclo, como no lo ha habido, en lo electoral, desde 
hace casi 30 años. Por eso, entendí perfectamente que Errejón hablara de
 “valencianizar” España. Al fin y al cabo, como estudioso del caso 
boliviano que es, sabe cómo un proceso de descentralización 
plurinacional puede implicar y encauzar un giro hegemónico. Lo que 
parece que no han anotado de momento, dada su fe inquebrantable en los 
Media y en la “claridad”, es que este viraje valenciano se produjo justo cuando la mediación difusiva desapareció, con el cierre de RTVV …
El nacionalismo español, bendecido por 
la Iglesia Católica, fue pues el gran pilar en el que se sustentaba el 
franquismo. Por eso la izquierda antifranquista simpatizó inmediatamente
 con los nacionalismos periféricos. Y, por eso, se considera como uno de
 los grandes hitos de la transición aquel famoso concierto de Raimon en 
Madrid. El PSOE consolidó su hegemonía electoral de los 80, sin embargo,
 capitalizando un voto no nacionalista periférico (Andalucía, Asturias, 
Extremadura, Castilla-La Mancha, Comunidad Valenciana, y como segunda 
fuerza en el Euskadi y Catalunya…), que constituyó el gran anclaje 
social de la monarquía. Y CiU y PNV (recuerden a Rosa Díez como 
consejera vasca), con los que el PSOE se ha entendido de maravilla 
muchos años, configuraron a su vez un nacionalismo no de izquierdas, es 
decir, tolerante con esa misma monarquía.
En ese sentido podríamos hablar de España como sinthome. Esta es una vieja grafía francesa que a Jacques Lacan le sirvió en la última época de su Enseñanza para subsumir en una categoría común dos de las dimensiones esenciales de su clínica, el síntoma
 del que padece el sujeto y cuyo desciframiento se convierte en un 
imperativo en el análisis (“Wo Es war, soll Ich werden”) y el fantasma
 que es el filtro a través del cual el sujeto contempla e interpreta la 
realidad. Es, por lo tanto, un núcleo, un anudamiento, de goce 
(en el sentido del “más allá del principio del placer” freudiano) que 
produce la alucinación de un sentido universal. Lo imaginario de ese 
sentido sumerge totalmente a la verdad en la forma de la violencia. Que 
este imaginario modulante y filtrante es de aplicación inmediata lo 
demuestra el caso de los Titiriteros, cuyo único interés radica en 
atacar al ayuntamiento de Madrid. Y que gente muy inestable 
psíquicamente y con una moral resistente a toda empatía, empeñada en 
negarle al otro todo derecho, haya sacado a ETA y al terrorismo del armario como arma peri-electoral.
 Como decía el psicoanalista Jacques-Alain Miller, “Desde luego, el 
esplendor del canalla y su brillo maléfico provienen de no aceptar ni al
 Otro con mayúsculas, que no es más que una ficción, ni a los otros, que
 no valen nada”. Eres nacionalista, eres violento, nuestros muertos son 
los buenos muertos (las víctimas) los tuyos están bien en las cunETAs. 
Perdón, por esta muestra de humor más dudoso que negro, pero si las 
redes se están llenando de memes con estas tres letras, que la derecha 
tiene interés en ver por todas partes, no es por casualidad. La frialdad
 neoliberal y el nacionalismo burocrático que ahora adopta el PP (y 
Ciudadanos, su filial) radica precisamente en este intentar vendernos su
 idea de España como neutra y natural, y acusar de deseos de matar a 
todos los que la cuestionan. ETA es el Id de la España neoliberal, el 
significante con el que gestionan su angustia y su culpa, y se resisten 
con uñas y dientes a dejarla ser Historia.
El caso es que todo ello desemboca en 
una noción jurídica e histórica radicalmente falsa. Porque la historia 
del soberanismo españolista, forjado en el derecho de ocupación y 
conquista, no se enseña en las escuelas españolas. De ahí, que a cuenta 
del proceso de investidura catalán haya sido tan difícil para la 
izquierda española y muchos de sus intelectuales entender qué estaba 
pasando y hayan acusado a las CUP, pilladas en ese impás paradójico 
entre el soberanismo español y el catalán, y acusándolas de ser 
traidoras a un pueblo (¿a cuál?) y a una clase, por haber tenido que 
negociar la antinomia entre el anticapitalismo y el independentismo. 
Cuando desde la periferia se les ha venido a decir que no estaban muy 
legitimados ni suficientemente informados para juzgar a las CUP, 
precisamente porque su versión de la Historia Oficial, desde la 
dialéctica de lo español y de lo universal (de Madrid al cielo, claro) 
no les capacitaba para ello, respondían con ese refinamiento españolista
 que es el cosmopolitismo madrileño, diciendo que ellos eran de Madrid 
pero que podrían ser de cualquier parte. Es decir, el mismo argumento 
neoliberal de neutralidad ideológica del centralismo, se esgrima en 
Madrid, en Berlín, o en Washington. Ellos defienden valores universales,
 los demás son supersticiosos localistas. En lenguaje ciudadanita, aldeanos.
Miren, España no fue un producto de la Reconquista, versión que impuso la Historia Oficial del centralismo. Español
 es una palabra francesa que designaba a los habitantes de la Península 
Ibérica, súbditos de los reinos cristianos del norte, en la medida que 
iban expandiéndose hacia el sur y empujando a los árabes. La 
Reconquista, pues, propició un Estado Federal. La España centralista es 
un efecto del Despotismo Ilustrado europeo, del racionalismo sanguinario
 de la Ilustración Europea no democrática. Los borbones vinieron a 
España a destruir el último Estado Feudal de Europa para prepararle el 
terreno al jacobinismo liberal y consumar aquí la transición el Estado 
Imperial al Estado liberal colonial. Y, precisamente, los primeros en 
ser colonizados y sometidos a un poder central de una forma violenta y 
avasalladora, ilegalizando sus lenguas y fueros, resultaron ser los 
reinos que conformaban la España de los Austrias. Esta España 
colonizada, coincide pues con el proceso de Universalización del Estado 
que consumó el capitalismo hegemónico en el siglo XIX, extendiéndolo a 
toda Europa y América. Y en el siglo XX, por vía neo-colonial 
capitalista, al resto del planeta. Todo el siglo XIX español, con las 
Guerras Carlistas, puede ser leído como un cuestionamiento de ese 
centralismo.
El fascismo hispano, franquista, tiene 
pues, partiendo de ese tronco, un momento inaugural posterior, datable 
en la reacción nacionalista-fascista en los años 20 y 30. El 
nacionalismo español actual nace ahí, hijo del centralismo borbónico, y 
no cabe confundirlo con el patriotismo liberal que se opuso tanto a la 
invasión napoleónica como al absolutismo en el siglo anterior. Por eso, 
los dos pilares básicos del franquismo son el anticomunismo 
(anti-ateísmo) y el anti-separatismo, que vuelven como cualquier 
contenido reprimido ante la angustia de castración, que en este caso es 
la inminencia de la pérdida del gobierno central del Estado. Cuando 
están en mayoría, si nos fijamos, utilizan siempre la versión 
neoliberal-burocrática (formalista, legalista, constitucionalista, 
universalista) del soberanismo español, que consiste en la defensa de la
 indivisibilidad de la soberanía española. Una, grande, libre y 
burocráticamente legal. Por eso, Europa se convierte también en un 
artefacto arrojadizo entre los dos soberanismos, el catalán y el 
español. El soberanismo, corolario del patriotismo constitucional
 y sucedáneo del nacionalismo y del derecho unilateral de 
autodeterminación, es presa de sus presupuestos. Y la Unión Europea se 
desvela consecuente como un dispositivo burocrático cuyo fin último es 
la paralización de toda transformación social. Por eso, como el caso 
Tsipras muestra a las claras, el anti-cosmopolitismo populista carece de
 armas para enfrentarse a él.
Cabe, pues, otra lectura de la Unión 
Europea como dispositivo burocrático-capitalista. Nos cuentan nació para
 evitar otra guerra europea. Podemos pensarlo al revés: hicieron falta dos guerras europeas para poder imponer la burocracia estatal liberal incuestionada en Europa.
 Si eso es así, la necesidad de 40 años de fascismo en España se explica
 de una manera completamente distinta. Y, también se explica, que sus 
dos pilares básicos fueran centralistas: el nacionalismo español y el 
catolicismo, que es la religión más jerárquicamente y burocráticamente 
centralizada del planeta, como lo demuestra el que se haya avenido a 
conformarse a la forma legal del Estado (Vaticano). España habría podido
 ser una alternativa socialista viable al estalinismo, como Estado 
pluri-lingüístico y plurinacional. Y esa excepción, el orden mundial no 
se la podía permitir. Como no se pudo permitir todas las experiencias de
 socialismo transformador en América Latina en los años 70 y primera 
parte de los 80.
El nacionalismo es un derecho, nos 
pongamos como nos pongamos. Todo pueblo sometido tiene derecho a 
imaginarse nación y buscar la autodeterminación como forma de 
emancipación. Para la izquierda el punto 0 de neutralidad no está en la 
aceptación consensuada del derecho de conquista, sino en el 
establecimiento de una reciprocidad pactada. Donde los periféricos no 
sean los únicos bilingües, por ejemplo, porque tienen obligación de 
aprender su lengua y la de los conquistadores a los que el consenso ha 
ratificado en sus derechos de fuerza ocupante, para que puedan ir por 
todo el territorio espetando “estamos en España y te exijo que me hables
 en español” “Ja ho faig, -podrien trobar-se com a resposta-, totes 
llengües romàniques de la Península Ibérica, en són” No estaría mal 
comenzar, pues, por el aprendizaje (alguna) de (las) otras lenguas 
oficiales por los castellano-parlantes. La inmersión lingüística en los 
territorios bilingües no tiene otra finalidad que los monolingües puedan
 entenderse con sus nuevos vecinos en sus tierras de acogida desde un 
lugar distinto de la prepotencia conquistadora, que no es sino el 
semblante belicoso de su profunda angustia al sentir que su lengua no es
 ya la lengua del amo.
Parece que a unidad de la España 
borbónica es imposible en libertad, sin entrar cíclicamente en crisis 
¿Por qué los españolistas prefieren esta España precaria a una España 
pactada?, cabría preguntarse. Sin la mediación expoliadora del 
centralismo, los pueblos de España nos entenderíamos estupendamente. 
¿Querría Madrid avenirse a ser uno más, o uno menos, –sólo capital y no 
Comunidad Autónoma, por ejemplo, como emblema de la acumulación 
capitalista- entre los pueblos de España, y no pretender ser el 0 o la 
coma de la cifra? En un proceso neo-constituyente habría que 
cuestionarse esta opción. El problema no es la ciudad, es la Comunidad 
Autónoma, como muestran los últimos resultados electorales. No es 
tampoco lo mismo el Madrid de Tierno y de Carmena que el Madrid de 
Gallardón, Aguirre y Cifuentes (sus tres últimos presidentes 
autonómicos)
Concluyo. Las líneas, más que rojas, se 
me antojan rojigualdas. No saldremos del franquismo mientras no seamos 
capaces de arriesgar la concepción franco-borbónica de España para 
refundarla sobre parámetros más justos y no sobre el derecho de 
conquista. Todo lo demás depende de ello. Desde la eliminación de la 
corrupción hasta plantearse la posibilidad de instaurar una renta básica
 universal, por ejemplo. Puede que suene esotérico, pero la política no 
se ancla -no he dicho “se basa”, aclaro- en factores métricos y 
racionales, sino en condiciones simbólicas que sean capaces de 
rearticular los restos del goce que no es capaz de absorber el cálculo 
capitalista del consumo y la retabilidad. Algunos los llaman demandas. 
En ese sentido, España es un significante flotante y Catalunya es un significante vacío
 que puede perfectamente articular una cadena equivalencial que origine 
un proceso emancipatorio para todo el Estado. A mí, Laclau me sigue 
pareciendo muy útil para entender estas cosas mientras no se intente 
impostar su teoría como un método algorítmico y sí como un instrumento 
heurístico. Ada Colau lo ha sabido ver y se lo ha impuesto a gente con 
bastante menos visión de la realidad, a la que consideran un laboratorio
 de sus estrategias hegemónicas, a gente como Íñigo Errejón o Pablo 
Iglesias. Por esas razones, el PSOE tiene ahora la pelota en su tejado y
 a él corresponde decidir si quiere acabar con las raíces del franquismo
 o seguir dándoles cobijo bajo la forma de un soberanismo español que no
 tiene otro origen que el racionalismo absolutista borbónico, que tan 
bien se coordina con los presupuestos neoliberales, dicho sea de paso, 
bajo la forma de la rentabilidad soberanista, uno de los valores cuya 
detentación en exclusiva el españolismo se esfuerza en airear: lo de los
 demás son caprichos y aventuras. Y por eso creo que, más allá del 
peculiar estilo de su líder y cúpula, que me producen tanto rechazo como
 a cualquiera, Podemos acierta en proponer la partida en esos términos. 
Yo no tengo ningún interés en la independencia de Catalunya o en un 
Estado Español -en el que me quedaré- sin un territorio en el que se 
hablan mis dos lenguas, pero consultar al pueblo catalán, reconocerle su
 derecho a decidir, sería un gran paso para un proceso neo-constituyente
 basado en un pacto entre pueblos iguales, y no en un consenso que no 
fue más que una legitimación formal de un derecho de sojuzgamiento y 
conquista que viene de tres siglos atrás. Necesitamos un pacto, que 
implica el derecho al reconocimiento mutuo, y no un consenso sacralizado
 sin derecho al malestar.
Y necesitamos un país en el que los dirigentes sean tuertos, como mínimo, y no radicalmente ciegos a la vergüenza.
Este texto fue originalmente pubilicado en VLCNoticias..
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