Es notorio que ha existido, según se dice, un autómata construido de tal manera que resultaba capaz de replicar a cada jugada de un ajedrecista con otra jugada contraria que le aseguraba ganar la partida. Un muñeco trajeado a la turca, en la boca una pipa de narguile, se sentaba a tablero apoyado sobre una mesa espaciosa. Un sistema de espejos despertaba la ilusión de que esta mesa era transparente por todos sus lados. En realidad se sentaba dentro un enano jorobado que era un maestro en el juego del ajedrez y que guiaba mediante hilos la mano del muñeco. Podemos imaginarnos un equivalente de este aparato en la filosofía. Siempre tendrá que ganar el muñeco que llamamos «materialismo histórico». Podrá habérselas sin más ni más con cualquiera, si toma a su servicio a la teología que, como es sabido, es hoy pequeña y fea y no debe dejarse ver en modo alguno. (I Tesis de Filosofía de la Historia)
He escuchado estos últimos días expresiones de desánimo. He escuchado a un estudiante, joven, comprometido y combativo, alegar que pese a diversas acciones de protesta y denuncia de los últimos tiempos (la primavera valenciana, la protesta contra la reforma laboral, etc… ¡Hay tantas!. Téngase en cuenta que empezamos a protestar contra estos gobiernos antes de que el partido que los sustenta ganara las elecciones…) “no había pasado nada” Lo primero que se me ocurrió contestarle fue: ¡imagínate cómo estaríamos si todas esas protestas no se hubieran llevado a cabo! Y luego pensé en los luchadores contra el franquismo, o en el mismo Nelson Mandela que estuvo un tercio de su vida en la cárcel y que no vio algún fruto de su lucha hasta bien pasados los 70 años… El desánimo está indisolublemente unido a la esperanza. Pero hay que intentar indagar cómo.
I.
Las acciones políticas son puntos de
anclaje del sentido. Tejen una urdimbre incuestionable excepto si cedemos a la
superstición del mecanicismo, del Principio de Razón Suficiente, que nos hace
creer que la consecuencia está indisolublemente unida a la causa, más allá del
tiempo. Como deja dicho Leibiniz:
Es una superstición cientifista, que no científica porque todo buen científico sabe de la espera, sabe del fracaso.“Pues todo en las cosas está dispuesto de una vez para siempre, con el mayor orden y la mayor posible correspondencia; que la Sabiduría y la Bondad Sumas no pueden actuar sino en perfecta armonía. El presente lleva el porvenir en su seno; el futuro podría leerse en el pasado; lo remoto está presente en lo próximo”. (Principios de la Naturaleza y de la Gracia fundados en razón),
Los acontecimientos auténticos son raros,
son lógicamente excepcionales, extraordinarios. Lo que son a la carta son los
eventos, pero estos entran de pleno en la lógica del simulacro, porque son dóciles
a la técnica. Un evento es, por definición, artificial; un acontecimiento tiene,
sin embargo, una componente más cercana al arte. Es el genio del tiempo, si se
nos permite el anacronismo romántico.
La cuestión es que en tiempos mediáticos,
reticulares o en difusión, la acción por excelencia parece ser la manifestación
(demonstration, dicen acertadamente
los anglosajones) porque está siempre mediada por el número. Es la masa,
depositaria del sentido democrático, haciéndose visible en el espacio público y
aceptando ser alienada, mediada, denominada (en sentido matemático) por el
factor numérico. El manifestante sale a la calle, toma el ágora, preguntándose
por su ser cuantitativo, cifrando en el número su fuerza, su poder, su identidad,
su razón. Es el juicio implacable de la opinión pública, que es un invento
iluminista de la razón instrumental. El activista organiza, convoca, y pregunta
por sí a los informadores. Si hemos sido pocos, gran fracaso. La gente no sabe
lo que quiere, la masa no tiene conciencia. Si hemos sido muchos, pero ello
no tiene consecuencias administrativo-legislativas inmediatas: desoyen al
pueblo pero seguro que vuelven les vuelven a votar. El pueblo es siempre
culpable en este planteamiento. Como la población es siempre inmaculadamente
inocente en la democracias formales. Es la cociencia, siempre trágica, siempre patética.
II.
Esta
impaciencia por el resultado, por la justicia universal, por la llegada del
reino de Dios, no tiene su origen en el capitalismo, aunque éste le dé su forma
final y su encarnación material más consciente. Tiene un claro origen judeo-cristiano.
La inminencia del acontecimiento redentor, salvífico, vengador y justiciero
hunde sus raíces en la espera judaica del Mesías. Y en la inmediata llegada del
reino de Dios que esperaban con ansiedad los primeros cristianos. Jesús de Nazaret fue muy decepcionante. Fue
ejecutado y no pasó nada. Ni fue el mesías que esperaban los judíos, ni su
reino fue de este mundo. De ahí, que el auténtico texto canónico, el núcleo
doctrinal del cristianismo que lo convirtió en posibilidad de apoyo para todo
tipo de violencias y atrocidades durante los últimos XXI siglos, fuera el
Apocalipsis, verdadera ordalía de la justicia, la venganza y la evidencia de la
verdad cristiana expresada como victora indubitable. La impaciencia cristiana
está en la base de todos los fascismos europeos. ¿Y en la base de todos los desánimos
revolucionarios?
III.
La
impaciencia, la compulsión a apropiarse de la agenda pública, puede estar en la
base de todos los totalitarismos como bien apunta Slavoj Zizek . Un
activista por la democracia radical, cuyo fin es el rebasamiento de la
explotación como vínculo social, un izquierdista en el más amplio sentido del término, no puede creerse un ingeniero civil, sino un
político en el único sentido noble que le queda a esa palabra: es quien prepara el campo
para el acontecimiento, pero no puede pretenderse un tecnólogo social que elabora estrategias
con cálculos indubitables para un éxito inexorable. Su razón no es la
racionalidad tecnocientífica, no trata con la racionalidad causal, sino con la
complejidad social. Su labor es muchas veces constante y callada. No
debe pretenderse la vanguardia de las masas, sino el que prepara el auditorio
para que su grito se convierta en voz, su queja en sujeto, su precariedad en
interpretación de sí. Hace para que el acontecimiento no deje de suceder, pero
se equivoca si pretende descontar de la operación lo real del tiempo. Hay siempre un imposible lógico
en la causa de los procesos humanos, una raíz asémica, discontinua con lo simbólico,
que impide el encadenamiento automático de las acciones y sus consecuencias. Hay
el instante de ver pero sin el tiempo de comprender no puede llegar el momento
de concluir. La masas gozan. Esa es su esencia. Gozan de su servidumbre. La
libertad no es un acto de autodeterminación simplista. Implica la re-flexión,
la heteroconciencia. El progreso inmanente en un tiempo homogéneo y vacío, sin
discontinuidades ni saltos cualitativos, es una suposición dogmática.
IV.
La
economía y las sociedades no tienen leyes eternas. No hay un sustrato ontológico
inconmovible para la actividad humana. La leyes económicas efectivamente
existentes son las del mercado capitalista y quien pretende rebasarlas,
conculcarlas, derribarlas, subvertirlas, necesariamente se abisma en un terreno
pantanoso e incierto. No hay nada predecible tras el capitalismo. Suponer que lo
que ocupará su lugar es mejor es un acto de fe radicalmente subjetivo y agnóstico,
aunque esté perfectamente motivado por la observación de las catástrofes
y la valoración moral del presente.
Ahora
bien, las leyes del capitalismo son económicas, tanto como políticas, sociales,
ideológicas y cosmovisionarias. Supone un acto de férrea disciplina intelectual
evaluar lo político y lo social sin convertirse en esa circunstancia en un
instrumento del capitalismo evaluándose a sí mismo, cercenando la posibilidad
de cualquier mirada exterior a sus propias condiciones de producción y
perpetuación. Es la falacia de la sostenibilidad: calcular estrategias para
mejorar el mundo suele estar confundido con
calcular técnicas para perpetuar los patrones de dominación capitalista. Las
estadísticas y las investigaciones cuantitativas van casi –el casi es una cortesía académica-
siempre en esa dirección porque informan e ilustran, pero no desvelan, aunque
puedan sorprender. No explicitan la esencia ideológica en la que se fundan los
principios regulativos de su propia actividad de medir.
V.
Dicho lo cual, es obvio que el desánimo en
tiempos de capitalismo parlamentario tiene connotaciones propias. Por dura que
sea, la lucha contra una dictadura feroz tiene siempre el refrendo implícito de
la radical falta de legitimidad democrática del enemigo. De ahí, que en los
años 80, a los resistentes antifascistas de antaño se les escapara como un
dolido suspiro la expresión “contra Franco vivíamos mejor”. Pero la representatividad parlamentaria tiene
en un fondo de dura consistencia, de dimensión real. Si una iniciativa no tiene
reflejo electoral, sea como triunfo de la propia opción –cosa cada vez menos
pretendida en tiempos postpartidistas- o como descalabro de la opción combatida,
se reputa inmediatamente como fracaso. Es lo imaginario de la democracia, que
trata al electorado como juez, como clientela y como víctima. Hay que entrar en
el campo escópico en que consiste la esfera pública, hay que conquistar la
agenda. Hay que hacerse ver. Y si uno no cuenta con semblantes
profesionalizados, hipervisibles por vocación, como los líderes de los partidos
convencionales, sino exclusivamente con la imagen precaria de la multitud
ocupante, la fatiga es un riesgo evidente. La calle es un mal hogar y la
pantalla de televisión es un triste tanatorio. Queda el calor, tan poco de fiar
en su representatividad, de las redes sociales.
VI.
Ahora
bien, no podemos juzgar cualquier tipo de activismo democrático sin
definir su telos al menos como
horizonte regulativo. Un activista ha de preguntarse si sus acciones se
orientan al fin último de transformar radicalmente la sociedad, en sus
fundamentos mismos, o bien (Alinsky’s way)
no pretende más que puntuar el progreso en un tiempo homogéneo y vacío. Un gran
ejemplo es el activismo profesional de las ONGs que ha tenido como efecto
perverso el reforzamiento del Estado, al plantear como opción moral una lucha
por la justicia al margen y en paralelo a su actividad. Una actitud justiciera radicalmente
apolítica. En este sentido, traigo por enésima vez esta cita de Lacan, porque expresa la postura
ética más radical que conozco: “De nuestra posición de sujeto somos siempre
responsables. Llamen a eso terrorismo donde quieran. Tengo derecho a sonreír,
pues no será en un medio donde la doctrina es abiertamente materia de
compromisos, donde temeré ofuscar a nadie formulando que el error de buena fe
es entre todos el más imperdonable.” Éste fue en buena medida el problema del
15M, la imposibilidad de decidir un deseo. Pero quiero creer que aún no ha
terminado su tiempo.
VII.
Todo
horizonte activo se funda en una escena fantasmática, en una ontología que se
constituye en su Grund. En ese
sentido, el gran error de Marx, que ha condicionado sus innumerables aciertos
analíticos y programáticos, fue creer en una especie de lealtad de la materia
por la vía de la conciencia que le llevó a calificar (Engels lo formuló por él) su opción por el
socialismo como “científica”. Es el gran lastre del iluminismo en su teoría:
creer que podría haber una ciencia de la revolución y de la historia parangonable
a las ciencias naturales, y que podría poseer su carácter predictivo. Pero las
ciencias, al menos las basadas en el paradigma mecanicista, que era el hegemónico
en su tiempo, no podían funcionar sino por exclusión de lo indeterminable y de
lo complejo. Y la navaja de Ockham, aplicada en poliítica suele tender a una
temible extensión de su filo y de su hoja. Gran parte de la tosca brutalidad de
muchos que se denominan y han denominado marxistas proviene de esta servil
confianza en el refrendo ontológico de sus planteamientos. Nada más temible que
un marxista adalid de lo científico esgrimiendo su condición de vanguardia de
las masas, su fe en las leyes eternas del materialismo histórico y dialéctico
y su confianza ciega en el proletariado como sujeto inmanente de la Historia. Del
mismo modo que, tal vez, hayamos de reconocer que este núcleo iluminista,
racionalista instrumental y cientifista es la razón por la que el marxismo convivió tan bien (es decir, en lucha
perenne, pero no en exclusión) con las demás corrientes del pensamiento
occidental en el capitalismo.
Tan dogmático como este
corpus histórico-dialéctico es también la opción liberal-ciudadanista por la fe
ciega en la difusión informativa y en la capacidad inapelable de juicio de la
entelequia denominada “opinión pública”. La suficiencia de lo obvio, tal vez no
implique la de lo evidente, pero si a las pruebas me remito, no hay ningún saber extraordinario sobre lo colectivo, ni ninguna
sabiduría inmanente en la opinión pública. La información no opera milagros porque
es un saber sin sujeto. No sé si tras
el 15M o tras la primavera valenciana, o tras las protestas por los recortes o
por los desahucios pero tras los volcados denunciantes (me parece mejor esta
expresión que “revelaciones”) de Assange, Snowden, Elmer o Falciani sí "que no ha pasado absolutamente nada". Nada nos contaban que el mainstrean cinematográfico no hubiera inoculado ya en nuesto imaginario colectivo como una magnífica vacuna contra el escándado. Tanto aquí como en el caso del materialismo cientifista ingenuo, el automatismo nos lleva a eludir toda responsabilidad (singular, subjetiva,
compleja, por el deseo y por las condiciones de goce) y nos encamina inexorablemene
al ámbito imaginario de la culpa y del desánimo que es el de la información y
la refracción numérico-mediática concebidos como el único campo posible de
enunciación.
VIII.
La
teoría política postfundacional, nos lleva a plantearnos un escenario más
audaz, no garantizado por ninguna ontología mecánica, dócil a la técnica social
y al Pricipio de Razón Suficiente. La lucha no tendrá fin: no hay
reconciliación final posible, no hay un aproblemático mañana donde la
diferencia entre lo común y lo público se haya extinguido con paz y el sujeto no se mida por
la distancia entre su singularidad y lo colectivo. No hay un futuro social sin
lo político. La observación es infinitamente
diferente de la espera. Toda convicción política moralmente responsable ha de
estar al cabo de ello porque todo izquierdista es un activista político, a
diferencia de los neoliberales y conservadores, que en general dicen dedicarse a sus
muy importantes trabajos y a crear empleo y riqueza para sus naciones y no
tienen tiempo para huelgas, manifestaciones ni zarandajas. Las manifestaciones y huelgas les molestan mucho porque les impiden trabajar, aunque curiosamente contra las fiestas patronales, que también cortan calles y suspenden la actividad laboral, no suelen tener nada.
Si no hay un sujeto a priori de la
Historia, si no hay una reconciliación final irrevocable, la sabia desesperanza es
la única oportunidad de un deseo no claudicante ni desfalleciente. El optimismo
ontológico es la gran premisa del pesimismo óntico (efectivo). La vida en
rebeldía, la opción por la crítica, implica un imperativo insoslayable: la
obligación de medirse, pero sin apacibilidad de un patrón preexistente. No se trata de medir
lo colectivo, sino de medirse en cuanto sujeto. Medir la distancia de sí respecto
al ideal, al deber, a la moralidad, al amo. Es requisito indispensable encontrar
un lugar para luchar sin desfallecer. Pararé cuando esté muerto, sí. Pero hemos de disfrutar de la vida mientras estemos vivos. La alegría es revolucionaria porque es la
máxima expresión del sentido de la responsabilidad. No es fácil. Por eso
dejamos tantas veces que la suplante el optimismo, que nos libera de su carga y
la remite a las leyes de la historia o a la quimérica conciencia de las masas,
que es lo más cercano que imagino al monstruo que produce el sueño de la razón. La alegría, si media una intención de transformar la realidad a través de la subversión política, no se mide por el muy liberal patrón del éxito, sino por la sutilidad del avance sin descanso. Por eso, sólo pido al que lea estas reflexiones
que no intente entenderlas (o decidir que no se entienden, que viene a ser lo
mismo) demasiado pronto. Tranquilo, hay tiempo.
he leído sólo el 8, y me ha encantado, sí amigo hay tiempo… ahí andamos… sin prisa pero sin pausa, en cuanto pueda leo los 7 puntos anteriores y completaré este, ya sé, parcial por ahora comentario mío, bss pétalos amigo y :) filosófica, a lo M.F.
ResponderEliminarLeído todo el texto completo, JAP, sorprendida me quedé… A ver, por un lado, me reitero en lo anterior, pero ahora ya en su totalidad. Por otro, realzaría varias cosas pero como coincido contigo, no veo la necesidad de repetir-me. Así tal vez, sólo añadiría, alguna frase literal de Leibniz: "… lo que implica contradicción es imposible; porque esto es no decir nada", porque "posible es lo que en sí no implica contradicción", así con Julián Verlarde cabe concluir, en estos términos literales "Y las almas racionales o espíritus, en tanto que 'imágenes de la divinidad' o 'pequeñas divinidades', son capaces, no sólo de conocer las obras de la máxima racionalidad (….), sino también 'producir cosas que se les parecen'." Y concluyo de esta forma, porque para mí tu texto, entra dentro de esta tarea magna (tuya/nuestra) por aclarar las cosas y, de paso, si podemos, avanzar en la infinita tarea política-ética, haciendo de lo que sin profundizar parece un imposible, algo posible y libre :) más bss, pero ahora, son, lúdico-lúcidos a lo Juarroz.
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