Evidentemente, con el terrorismo islamista es distinta la estrategia, pero pudor cero en lanzarlo contra las instituciones catalanas. La diferencia esencial es que mientras El País fue fundamental en la elaboración discursiva de ese consenso precario contra ETA, en el caso actual está liderando la opinión del españolismo de extrema derecha. Me parece gravísimo y por eso, con ironía y sorna (aquí o aquí) unas veces y con simple rabia otras, no dejo de denunciar esa deriva de El País. Me parece lo más peligroso para la democracia y las esperanzas de progreso que ha pasado en España en los últimos cuarenta años.
Si hay un elemento mitificable en la política española, ése es precisamente el consenso como fundamento del legalismo, y la unidad de la patria como su corolario. Precisamente, el consenso es tan apto como "mitema" en España porque nunca ha sido una nación unida, sino un territorio unificado por la fuerza escondiendo y sepultando cualquier desgarro, para que se infectara bajo la costra del acuerdo forzado. Lo único que añadiría, para los habitantes de la meseta ibérica y cercanos alrededores, es que ese forzamiento no data de 1939, sino del Reinado del antecesor de Felipe VI, su tocayo y antepasado Felipe V. Por ello, cualquier conflicto político y social en el Estado Español tiene una componente territorial inmediata. Y por eso toda la izquierda periférica, TODA, abrazó en mayor o menor medida las reivindicaciones nacionalistas en sus territorios en su época de clandestinidad bajo el franquismo. Cómo se use ese conflicto es la cuestión. Que se llegó a un consenso sobre él con el disimétrico Estado de las Autonomías es un cuento. Un mito en el mal sentido de la palabra: una regresión del logos como fuente discursiva de la verdad. Una España que no esté condenada al conflicto permanente y que no tenga al odio como nervadura principal deberá construirse sobre otras bases que el consenso entra las élites. Un pacto entre los pueblos, con urnas de por medio, no sería una mala solución. Pero los amigos del mito no suelen querer saber nada de esa razón. Por eso, el PP, con cualquier instrumento a su alcance y más allá de cualquier moral deliberativa, adora el terror como límite natural a la voluntad de los pueblos.
(Procedencia de la foto)
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