Ayer, cuando vi el puñetazo que le dieron Rajoy, sentí como si me lo
hubieran dado a mí personalmente. Vaya por delante mi absoluto rechazo
moral y político a cualquier uso de la violencia. Pero no estoy hablando
de eso, precisamente. Estoy hablando de la dimensión más banalmente
semiótica y psicológica del hecho. Yo, que me las doy de listo y
experimentado en el análisis (y por lo tanto en la capacidad de
distanciarme) del discurso, me sentí automáticamente identificado con
una víctima audiovisual, que tiene ganado mi absoluto desprecio y odio
político por cómo ha usado él esa misma violencia política, policial,
económica, bancaria y administrativa contra la sociedad que gobierna y a
la que pertenezco. Imaginen lo que habrá sentido quien no tenga esos
instrumentos de distanciamiento crítico.
Continúa aquí....
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