“El niño anciano observa desde la ventana los fuegos fatuos de la claridad”.
(Jenaro Taléns).
Hace unos cuantos meses escribí esto:
“Nada somos por separado. El activista se convierte, si va por su cuenta, en un gamberro intrascendente; el militante, en miembro de una secta destructiva; el candidato, en un trepa corrupto; y el que tiene ínfulas de intelectual crítico, en un misántropo hosco, solitario y amargao.”
Hoy matizaría estas palabras. En esta
campaña yo echo en falta sobre todo intelectuales. Veo palmeros,
militantes, activistas, desencantados, haters y algunos
indiferentes. Puede que menos que en otras convocatorias, siquiera sea
por la novedad. Pero yo creo que hacen falta sobre todo intelectuales.
Para ser exactos, 34.516.185 (según la oficina del censo electoral). En
efecto, yo no creo que ser “intelectual” sea una profesión, una aptitud o
mucho menos una posición jerárquica. No me interesa para nada esa
división platónica del trabajo ni su República gobernada por los
filósofos. Al contrario, vivimos en un entorno de virtuosismo y precariado postfordista,
en el que encajaría muy mal semejante posición de encasillamiento
pre-moderno. Para mí, la de intelectual, es una posición de sujeto, a no
confundir tampoco con una subjetividad como se entiende en la filosofía
política contemporánea normalmente. Es un lugar al alcance de
cualquiera, porque no tiene que ver con la erudición, ni con el saber,
ni es una posición exclusiva ni permanente. Es un punto de vista que
creo que conviene adoptar y comprender y que implica que la pasión no
niegue la lucidez. De igual modo, pienso que todos debemos en algún
momento ocupar del activista o del militante para que la lucidez no nos
lleve al desencanto, a la inacción o al resentimiento más amargo.
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