Sobre la oleada de atentados yihadistas en Francia (un breve apunte).
Las corrientes actualmente dominantes en el yihadismo y el islamismo suní son inventos de la CIA para acabar con el panarabismo laico y progresista. Es una opinión, pero pido humildemente
que sea tenida en cuenta... No me hacen falta teorías de la conspiración
para explicar un hecho concreto como el de los atentados de estos días. Lo obvio suele ser
suficiente. Cierto que ver a los precursores de la ley mordaza
defendiendo la libertad de expresión da mucho asco.
Pero no creo que sea hoy el momento hacer planteamientos de un
relativismo posmoprogre. Hay que acabar con la islamofobia tanto como
con el yihadismo que es una ideología machista, represora y fascista
financiada y creada por los Estados Unidos contra la decencia del pueblo
árabe, como financió el nacionalcatolicismo contra la decencia del
pueblo español o al neoliberalismo fascista en Latinoamérica contra la
rebeldía justa de sus pueblos. No he creído nunca en el absolutismo de la razón pero el relativismo meapilista no ha mostrado ser un antídoto.
La Modernidad y la Democracia, la igualdad, la libertad y la fraternidad
como horizonte de existencia, son un acontecimiento que incumbe al
género humano, no un rasgo del folclore europeo. Si me indigna ver a la
ultraderecha europea y al PP brutal defender hipócritamente la libertad
de expresión y presentar el atentado de ayer como un producto de la
inmigración y de la guerra de civilizaciones, tampoco me deja muy
tranquilo ver a quien sería capaz de montar un pollo contra el toro de
la Vega o encadenarse ante una plaza de toros, sugerir que el islamismo
es una peculiaridad cultural y el yihadismo una reacción explicable ante
el acoso de Occidente. Ante el acoso del capitalismo, rebeldía,
libertad, igualdad y democracia radical. Aquí, en Argel, en Riad, en
Damasco, Rabat, Pekín y Manhattan.
No todo es relativo. Casi,
pero no
todo. El universalismo es una vocación fracasada pero éticamente
ineludible. Es tan dañino ignorarlo como opción, como pretender
imponerlo de facto. Porque el universalismo fáctico no es más que
la contingencia de pulsión de muerte disfrazada de euforia
homogeneizante, es decir, de odio contra lo diferernte. La universalidad
en caso vocativo, genitivo, nunca nominativo, nunca como un ablativo
absoluto. La universalidad debe ser una puerta abierta al enigma
inconcluso de lo humano, una pregunta abierta, no un imperativo
categórico. Universal, de hecho, no lo es ni dios, quod erat demosntrandum. De deseo, los seres que hablamos.
Hay el Otro, pero no existe porque para que existiera debería haber un Otro del Otro, una verdad completa. Todas las formas que pretendan hacer existir al Otro
más allá de la contingencia del encuentro estarán apuntando siempre al
bucle de la muerte insuficiente, a la repetición de la que el sujeto no
se satisface, porque el Otro no se completa. Es el Superyó el que aparece en su lugar, el fin de la dignidad del amor y los muertos invocados por la muerte.
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