domingo, 11 de enero de 2015

Sobre la oleada de atentados yihadistas en Francia (un breve apunte).

Las corrientes actualmente dominantes en el yihadismo y el islamismo suní son inventos de la CIA para acabar con el panarabismo laico y progresista. Es una opinión, pero pido humildemente que sea tenida en cuenta... No me hacen falta teorías de la conspiración para explicar un hecho concreto como el de los atentados de estos días. Lo obvio suele ser suficiente. Cierto que ver a los precursores de la ley mordaza defendiendo la libertad de expresión da mucho asco. Pero no creo que sea hoy el momento hacer planteamientos de un relativismo posmoprogre. Hay que acabar con la islamofobia tanto como con el yihadismo que es una ideología machista, represora y fascista financiada y creada por los Estados Unidos contra la decencia del pueblo árabe, como financió el nacionalcatolicismo contra la decencia del pueblo español o al neoliberalismo fascista en Latinoamérica contra la rebeldía justa de sus pueblos. No he creído nunca en el absolutismo de la razón pero el relativismo meapilista no ha mostrado ser un antídoto. La Modernidad y la Democracia, la igualdad, la libertad y la fraternidad como horizonte de existencia, son un acontecimiento que incumbe al género humano, no un rasgo del folclore europeo. Si me indigna ver a la ultraderecha europea y al PP brutal defender hipócritamente la libertad de expresión y presentar el atentado de ayer como un producto de la inmigración y de la guerra de civilizaciones, tampoco me deja muy tranquilo ver a quien sería capaz de montar un pollo contra el toro de la Vega o encadenarse ante una plaza de toros, sugerir que el islamismo es una peculiaridad cultural y el yihadismo una reacción explicable ante el acoso de Occidente. Ante el acoso del capitalismo, rebeldía, libertad, igualdad y democracia radical. Aquí, en Argel, en Riad, en Damasco, Rabat, Pekín y Manhattan. 





No todo es relativo. Casi, pero no todo. El universalismo es una vocación fracasada pero éticamente ineludible. Es tan dañino ignorarlo como opción, como pretender imponerlo de facto. Porque el universalismo fáctico no es más que la contingencia de pulsión de muerte disfrazada de euforia homogeneizante, es decir, de odio contra lo diferernte. La universalidad en caso vocativo, genitivo, nunca nominativo, nunca como un ablativo absoluto. La universalidad debe ser una puerta abierta al enigma inconcluso de lo humano, una pregunta abierta, no un imperativo categórico. Universal, de hecho, no lo es ni dios, quod erat demosntrandum. De deseo, los seres que hablamos. 
Hay el Otro, pero no existe porque para que existiera debería haber un Otro del Otro, una verdad completa. Todas las formas que pretendan hacer existir al Otro más allá de la contingencia del encuentro estarán apuntando siempre al bucle de la muerte insuficiente, a la repetición de la que el sujeto no se satisface, porque el Otro no se completa. Es el Superyó el que aparece en su lugar, el fin de la dignidad del amor y los muertos invocados por la muerte.

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