Un discurso es siempre
adormecedor, salvo cuando uno no lo comprende — entonces despierta.
Jacques Lacan.
1.El sistema comunicativo y el desconcierto político.
De algún modo, podríamos decir que quienes nos ocupamos de
analizar, escrutar, estudiar e interpretar los mensajes culturales “en el seno
de la vida social”, que dijo el
padre de la lingüística moderna, estamos medianamente cómodos cuando nos
enfrentamos a aquellos producidos en el seno de las industrias
culturales clásicas. Desde el postestructuralismo, solemos de renegar
de la noción de autor y de la de obra, que nos parecen saturadas de ese
componente metafísico que Marx vio en la mercancía capitalista. Pero nos queda
el concepto de texto, con sus límites, su materialidad inalterable, y su
carácter de enunciación unidireccional. Cierto, que dentro de esos límites, la
materia significante que nos encontremos (palabras, sonidos, imágenes) puede
ser muy compleja y hasta rizomática,
pero al menos, queramos desentrañar su secreto, deconstruir sus trampas
implícitas, o utilizarlo como síntoma (hay lecturas sociológicas,
psicoanalíticas, feministas, estudioculutarlistas) de un determinado proceso
social, un film, un libro, una canción, una sinfonía o un espectáculo
teatral en caja italiana, parece que sabemos dónde empiezan y dónde acaban, quién lo emite, en qué
consiste, y que no espera más que una respuesta receptiva, que no va a alterar
su materialidad institucional.
Mayores problemas empezamos a tener en el seno de la cultura
digital, donde toda esta estabilidad se pierde. En un entorno de estructura
hipertextual y de comunicación interactiva no hay objetividad estable posible,
no hay un acto de lectura que responda a un acto de escritura, ni un texto
fijable (si no inmutable, sí al menos, de estructura, límites y contenidos
consensuables). Aunque la “novela” sea de Joyce, de Becket o de Perec, el film
de Chris Marker, Tarkowski o Lynch, al menos podemos tener claro desde dónde se
enuncia y desde dónde lo leemos. Pero si estamos en la estructura web, ya hay que empezar a introducir
conceptos como navegabilidad y si en
un videojuego, jugabilidad. Y si era
ya imposible fijar una estructura textual para interpretarla en la versión 1.0
de la cultura digital, imaginémonos cuando han entrado, con la 2.0, la
interactividad y customización generalizada, la mezcla absoluta y fluctuante de
imagen, sonido y texto, los medios locativos
o ubicuos y los dispositivos
inteligentes, las redes sociales, las aplicaciones de chat para móviles, etc.
Podríamos respirar más cómodos si estos medios coexistieran
puros, pero sabemos que no, que están completamente interconectados, que
interactúan entre sí. Yo
he propuesto utilizar del concepto de modo
de representación, proveniente de la teoría del cine, para intentar poner
un poco de orden en la selva de los fenómenos informativos y comunicativos en
la era digital, y así suelo hablar de un Modelo
Difusión (en el cual incluiríamos los rasgos más extremos o “puros” las
industrias culturales clásicas, desde la industria editorial a la televisión, es decir, el broadcasting) y el Modelo Reticular (caracterizado por la máxima horizontalidad,
instantaneidad e interactividad, como en las aplicaciones de chat o en las
redes sociales). Pero es una pura distinción metodológica que en absoluto
pretende ser un reflejo de lo real. Al contrario, aquí no hay nada puro sino
extrema hibridación. La televisión, el cine, la prensa, se digitaliza; la web
fue completamente colonizada por los medios clásicos, hasta el punto de que ha
llegado ser la publicidad, su máxima fuente de financiación y ésta depende de
la audiencia, esto es, de la difusión de los contenidos. Por eso, los perfiles
de las redes sociales se han convertido, no en nódulos de una red, sino en
pequeños centros difusores. El cine, la
más secuencial de las artes, ha tendido a la interactividad (los i-docs) y las remediaciones
(videojuegos de cómics, cómics de películas, películas conectadas a serie
de tv. y videojuegos y aplicaciones para móviles, etc) están al orden del día.
El caso es que, evidentemente, semiólogos, comunicólogos y
especialistas en el análisis cultural estamos investigando estas cosas y se han
dado muchos pasos en la dirección de la comprensión de la cultura digital (por ejemplo o por ejemplo, o por ejemplo, y también, y cómo no , por ir sólo a los más conocidos...). Pero
no creo que ningún colega me niegue, que a diferencia de lo que nos hemos
conseguido con las producciones textuales clásicas, sea cual sea su complejidad, que es
ser capaces de explicar cómo la forma contribuye y
determina la generación del sentido y orienta indeleblemente la interpretación
global del texto tanto en lo estético como en lo ideológico, ése es un trabajo que está
todavía por hacer en los medios interactivos reticulares. Vamos cerniendo su
estructura, sus propiedades gramaticales,
su potencialidad, o siendo capaces de medir su influencia y su alcance. Pero
aún no hemos dado con la manera de religar todo eso con una semiótica
interpretativa de los enunciados que realmente vinculan. Ideológica,
sémicamente, las redes son un caos.
El sistema parlamentario plural-partidista, se avenía al modelo difusión como se avenía a la economía capitalista. Como Marx advirtió,
la sociedad industrial manufacturaba mercancías de modo colectivo pero
enajenado, formando parte de la cadena productiva sin ningún control sobre el
producto final. En ese sentido, el votante es como el consumidor, y el político
profesional como el capitalista: el producto lo construimos entre todos pero él
es encargado de gestionar su venta y su rédito. Sin embargo, la digitalidad, al
desligar imagen y materia, supone de entrada un reto a ese carácter metafísico y fetichista de la mercancía
capitalista. Ya no hay consumidores, sino prosumidores que se las
arreglan por fuera de los circuitos de control distributivo establecido por
los Estados y por los entes capitalistas clásicos. Eso trae, cómo no, el caos
financiero por arriba. Pero por debajo trae los problemas del copyright cuando la distribución se
produce en red y no en un proceso típico de expedición comercial capitalista. Eso mismo está pasando en la nueva política.
Nadie es dueño absoluto de la marca de un partido, como pasa con todas las
evanescentes mercancías digitales, de ahí que en la teoría publicitaria lo
propio hoy por hoy sea hablar de intangibles.
Y ahí se puede estar fraguando una subversión del eje ontológico del capitalismo
con un alcance inédito.
Pues bien, creo que aunque prolija, esta introducción era
necesaria para colocar en su contexto cultural el momento de errancia y de
ininteligencia política que arrastra una gran parte de la ciudadanía. Si los
especialistas andamos a la búsqueda de métodos, es obvio que el ciudadano no
especialista corre el riesgo de no entender nada. Ahora bien, eso me
preocuparía bastante menos si en estos tiempos de extrema confusión
enunciativa, donde millones de voces se interfieren, colisionan, se glosan, se
comentan, se contradicen, convergen y divergen, no estuviera convirtiéndose en
habitual el intento, por miedo, por angustia, por pavor a la desorientación, de
confinar las voces, no ya discrepantes –el bipartidismo sabe muy bien cómo
concertar las discrepancias- sino disolventes del sistema, en posiciones
enunciativas preconcebidas y prejuiciosas que cauterizan todo su potencial de
acción y cambio. Es decir, que se confine
la subversión en las casillas de la transgresión.
Este problema lo vemos en todos los partidos y formaciones.
Nunca como hasta ahora, los militantes y simpatizantes había tenido no ya
acceso a la esfera pública, sino capacidad de disponer de los atributos
enunciativos de su partido (el logo, el cartel, las siglas) y suplantar la voz
del aparato. Recuerdo en las últimas elecciones europeas una buena bronca en
las redes sociales a cuenta de un cartel que iba rondando de muro en muro y
que, a causa de los pactos en Extremadura, esgrimía la leyenda IU=PP y firmada
con un logo similar al del PSOE.
Se armó una buena,
con consultas a militantes y cuadros del PSOE, representativos y bien
informados, para saber si el partido estaba detrás (como luego comentaré, con Podemos nadie hace eso: si pillo algo
contrario a mi opinión lo denuncio con tonito de “ya os decía yo”; si
favorable, mira un despistado que no sabe dónde se ha metido).
El caso es que esta lógica política, que se aviene
perfectamente al capitalismo clásico, de las masas trabajando y consumiendo,
pero una élite controlando y beneficiándose del proceso (y a la que se avienen también perfectamente las
lógicas de capitalismo de Estado de los Partidos Comunistas tradicionales, bajo
el principio del centralismo democrático) lleva al
votante/simpatizante/militante a una posición que ya he definido alguna vez, como la del prisionero
ante su famoso dilema. Hay quien ve el dilema del prisionero simplemente como un problema de teoría de
juegos, es decir, de racionalidad ante la imposibilidad de un cálculo completo
por una inconsistencia en el conjunto de los datos disponibles. Pero también
hay mucha gente que ha visto en él el molde
de un dilema ético.
Yo añadiría una dimensión imaginaria, de economía psíquica,
que tiene que ver con las identificaciones y que en el contexto reticular
resulta mucho más evidente, en cuanto el votante mudo se convierte en portavoz
de su propia simpatía. Se produce entonces una revelación. Evidentemente, como
el prisionero en su celda, el votante cuando es convocado se juega muchas
cosas. Juega estratégicamente a ver cómo puede hacer variar el rumbo de lo
colectivo y cómo suma, divide, se anticipa, al resto de los votantes, al juego
de las mayorías. ¿Cómo no ver aquí un eco del estadio del espejo lacaniano? En
ese juego lo que se dirime es la sospecha de mi incompletud que sólo puede ser
velada por mi identificación al otro o a la imagen especular y que está en el
propio fundamento del Yo, y en el origen de su agresividad.
Precisamente, cuando tiene voz pública, el votante deviene simpatizante, su
identificación demanda una declaración por encima de los constructos
especulares cuantitivistas que el Modelo
Difusión nos había servido para apaciguarnos: la opinión pública, las encuestas, los sondeos, los espejos públicos.
Y en esta precariedad de la dicción reticular es donde emerge con más fuerza el
micro-enfrentamiento banal, el intento de adelantarse al cómplice que habita en
la celda de al lado, la necesidad casi respiratoria de sentirse mayoría y de
sentir al otro recluido en una dicción que lo haga reconocible, inconfundible.
Y la tentación del éxito aflora con mayor fuerza. Porque la victoria es contra
el enemigo. Pero el éxito es siempre
contra el rival imaginario. No hay éxito sin patrón. El éxito sólo lo puede
medir el amo.
2.Podemos como efecto comunicativo.
2.1 La voz compleja.
Tenemos,
pues, millones de voces simultáneas que, en tanto receptores, votantes,
espectadores, nos tienen sumidos en la confusión, y en tanto comunicadores,
usuarios, interactuantes, nos llevan frecuentemente al escándalo. Ahora bien,
si como hemos visto, en todos los partidos y formaciones nos podemos encontrar
el caso, en nuestro panorama social y mediático la palma se la lleva Podemos. Constantes son las acusaciones
de populismo y de incoherencia que
pueden venir tanto de la izquierda ortodoxa como de la socialdemocracia
–recordemos las declaraciones recientes tanto de Pedro Sánchez como de Willy
Toledo- y que pueden acusarlo de no tener clara su noción del Estado y su
estructura, de tener una política económica impracticable, etc. Pero la acusación fundamental es siempre la
de no tener una voz compacta. Más bien, ante las diversas voces que
levantan los emblemas de Podemos nos
encontramos con que desde las más diversas posiciones, éstas se utilizan como
una confirmación de las sospechas de los que las cotemplan: es el nuevo PSOE,
son fascistas, antisistema, al servicio de Venezuela… En efecto, había un
perfil de Facebook llamado Podemos
Fascistas, como hay otro Podemos
Antifascistas, como hay otro –con el que me río mucho- llamado Dopemos Círculo Disléxico. En fin,
cualquiera puede hacerse un icono con los símbolos circulares de Podemos y pretender hablar en su nombre.
Lo que
creo indudable es que Podemos ha
supuesto un cambio estructural esencial en el panorama político español. Y si
el fenómeno puede ser abordado desde un punto de vista sociológico y
politológico, no es menos perentorio enfrentarlo como fenómeno
semio-comunicativo. Y ello, pese a la reiterada negativa del núcleo promotor a considerar analítica o
teóricamente, a mentar siquiera, el hecho de que el origen del éxito de Pablo
Iglesias tiene su origen en sus
apariciones televisivas (véase comentario 5), entre otros tabúes comunicativos autoimpuestos. Pareciera que no se puede hacer
análisis semio-comunicativo si no es a la contra, propensión a las que nos llevaron
la deconstrucción, las
posturas apocalípticas y en cierta medida los estudios culturales. Decir que algo es mediático, parece implicar
que es necesariamente negativo. Lo cual no deja de ser curioso en un ámbito en
el que se están realizando grandes esfuerzos, como veremos más adelante, para
reivindicar el término populista. De
todos modos, ni se me oculta a mí, ni quiero ocultar a los no especialistas en
el campo comunicacional, el tipo de abordaje de los medios que yo intento
hacer, basado en el análisis textual (enunciado y enunciación) tampoco es
precisamente el más reconocido en el ámbito de la ciencias de la comunicación, donde
predominan los enfoques indirectos y métricos, no la observación de las
articulaciones significantes en su materialidad formal.
Hechas estas salvedades, paso pues a enunciar la tesis
esencial de este escrito: En este
momento, el discurso de Podemos es un discurso incoherente en el que se
inscribe una lógica inexorable: la de la crisis de las estructuras políticas
clásicas, centralizadas, avenidas al Modelo
Difusión, unidireccionales, en las que la voz, la línea, los mensajes, los
lenguajes, estaban perfectamente dominados por los aparatos de los partidos y los grandes grupos empresariales de comunicación. Esta
asunción de la incoherencia implica una ética mucho más exigente que la ética
kantiana de la intención, porque supone aceptar como propia la voz compleja y
plural, contingente y no garantizada por ningún a priori. Contingencia implica
posibilidad donde antes no la había, pero en ningún caso una necesidad, una
inexorabilidad de los procesos políticos. No hay hegemonía sin contingencia.
Pero ello supone la asunción de una pluralidad de tonos y voces que va mucho
más allá del pluralismo mono-enunciativo que supone una sola opinión para una
sola voz y que no es más que un recurso espectacular del sistema.
La incoherencia, pues,
no es la inconsecuencia. La incoherencia es un semblante para esa radicalidad
que se expresa en una voz compleja, imposible de reducir a una enunciación
institucional canónica y domesticada. Pensar contra uno mismo (eso decía Jacques
Lacan que hacía) es la esencia de la radicalidad. Y más aún de la radicalidad
democrática. En este momento, la obsesión por una imagen social de coherencia sería una trampa
mortal para un pensamiento político nuevo.
Este semblante de incoherencia es legítimo sólo si tenemos
en cuenta el campo de complejidad enunciativa en el que se produce. De tal
modo, puede ser el epifenómeno y el germen de la subversión radical de la comunicación concebida como campo único de enunciación, que es a mi entender el mayor cáncer de la acción política en
tiempos mediático-liberales y el núcleo estructural de toda la sensación de
impotencia en la que la ciudadanía se halla encallada desde hace décadas en las
sociedades parlamentarias liberales y que le ha impedido constituirse como
sujeto popular. Es pues, condición necesaria de todo populismo emancipador, porque impide el abroche, el cierre
imaginario, tanto bajo la imagen monolítica de un líder manipulador como bajo
de un sentido garantizado por un sustrato ontológico que considere el proceso
social como obediente a unas leyes inmanentes de la historia. Es decir, la disolución del sentido, aún más en su
faz domésticamente ilustrada, entiendo que es requisito indispensable para la
conquista del espacio común y para poder construir una contra-hegemonía
proactiva.
Ahora bien, todo esto no deja de ser pura cháchara politológico-comunicológica si no somos capaces de refrendarlo con un análisis de la materialidad comunicativa, por rudimentario que haya de ser una simple entrada de blog. Vayamos a ello.
2.2 De la calle a la tele, de la tele al cerco electoral.
Entre las muchas lecturas que se pueden hacer del
acontecimiento sociopolítico más importante en el Estado Español desde la
implantación del régimen del 78, el 15M
significó la crisis definitiva de la
hegemonía indiscutible del Modelo Difusión en política, como ya se había
verificado en otros espacios de comunicación social. Con su “no nos representan”, el 15M fue ante todo un proceso de
disolución enunciativa. Recordemos, también, que no fue un fenómeno
pintoresco e idiosincrásico, sino que se enmarcó en un flujo global que
implicaba al movimiento occupy o a
las primaveras árabes. El caso es que
el 15M puso en primer plano la
cuestión del uso estratégico y político de los medios ubicuos al servicio de
intereses que no eran los del puro márketing político, como había supuesto el
caso de las campañas de Obama y que esencialmente se trataba de un nuevo
desembarco del Modelo Difusión en los
canales reticulares digitales, como ya hicieron las industrias culturales (y
las otras) en la Web 1.0 (puede haber diversas narrativas del proceso, pero
a mí me gusta la mía, pp. 345 y ss. que para eso la escribí). El proceso
fue amplio y cuestiones como el ciberactivismo
o la democracia monitorizada
pasaron al primer plano de la discusión política, teniendo como buque insignia affaire Wikleaks: las fuerzas que
tradicionalmente controlaban las voces en los regímenes liberal-parlamentarios
dejaban también de decidir monopolísticamente
los silencios. Y ello conllevaba, así mismo, la sospecha
hacia cualquier imagen de liderazgo, porque la figura que se pudiera tener del
líder en las sociedades europeas, o bien era la del líder empresarial
neoliberal o la del líder político profesionalizado y mediáticamente
hipervisible, y ninguna de ambas se avenía en absoluto al espíritu del 15M.
El caso es que, independientemente de que el proceso haya
afectado a todas las opciones partidarias y les haya obligado a recolocarse en
el panorama digital, hay tres modelos que intentan responder a la demanda del
15M articulando propuestas electorales que no obedezcan al patrón clásico, que
habría dejado de ser representativo de
la ciudadanía. Las CUP, optaron por un modelo de implantación social y asambleario,
mientras que el Partido X estableció un sistema de predominancia digital y
telemática. Pero Podemos es el único caso de un experimento de
hibridación integral del Modelo Difusión y el Modelo Reticular, intentando
propiciar su sinergia. En efecto, Pablo Iglesias, que procedía del 15M -ningún afán periodístico, historiográfico o biográfico en esta afirmación, simplemente es como fue presentado por Intereconomía- desembarcó en la televisión difusión por invitación de la "TDT Party". El
gesto, visto con perspectiva a día de hoy, resulta crucial y muy significativo,
pues se trata de un intento de abrochar
la enunciación mediático-electoral con la enunciación popular-reticular.
Recordemos que el 15M había sido simultáneo a una victoria aplastante de la
derecha en todos los comicios habidos en 2011. Es decir, la calle y en buena medida las redes se habían convertido en el espacio enunciativo de los “antisistema”,
de los que cuestionaban el statu quo
representativo, mientras que los medios del broadcasting (radio, mucha prensa, televisiones
autonómicas y privadas digitales) se habían convertido en un espacio ganado por
la derecha. La grieta entre el sistema político, el mediático y el representativo
estaba servida. Después, todos conocemos la historia, Pablo Iglesias consigue
notoriedad y pasa en breve tiempo de una televisión de ínfima categoría como Intereconomía a ganarse un lugar de
referencia en las tertulias políticas de las televisiones generalistas y de
ahí, cual territorio conquistado, da el salto al terreno electoral.
Este salto, sin aparato, sin control enunciativo
centralizado, provoca un comprensible escándalo en las comunidades
de goce preestablecidas. Por un lado, Pablo Iglesias esgrime un cierto
populismo en sus actos y comparecencias, ahora ya como líder y no como simple
tertuliano aventajado de la clase. Significantes como gente decente, o casta,
la huida de la dialéctica de la lucha de clases en la textura de su discurso,
el no somos de izquierdas ni de derechas, provocan un cierto malestar y desconfianza
en la izquierda desubicada en sus patrones de decodificación habituales. Sí, porque de repente aparece una voz que no
“podemos” encajar en los moldes tradicionales y que se busca por todos los
medios encajar en alguna de las categorías conocidas para poder manejarse con
ella. Yo no diría que ésta es una voz
compleja, sino esencialmente transgresiva de los esquemas comunes de
encauzamiento de la pulsión en el discurso político. Sin embargo, esta voz, la
de los mítines y entrevistas, mantiene una disciplina discursiva férrea, en
base a una serie de reglas
léxico-discursivas (para mí terriblemente discutibles), orientadas por un objetivo
semiótico y estratégico claro: abrochar
la enunciación volátil de la calle, del activismo, de los movimientos sociales,
con la enunciación mediática y electoral. O con otras palabras, atraer a
los votantes tradicionales de la derecha que estaban votando contra sus
“intereses objetivos”. Si para ello hay que lastimar un poco la sensibilidad de
la izquierda, no importa mucho: esos están hechos a todo. El caso, es que no
nos damos casi cuenta, pero en cuestión de semanas, allá por enero de 2014,
Pablo Iglesias pasó de ser un tertuliano y un influencer a convertirse en una especie de líder natural. Los
efectos ideológicos poderosos producen la impresión de estar vehiculando
valores que están ahí desde siempre, aunque sean perfectamente historizables
(cuidado, no he dicho datables: “Todas
las ciencias del espíritu, e incluso todas las ciencias que estudian lo vivo,
tienen que ser necesariamente inexactas si quieren ser rigurosas.").
Por eso algunos ven en el populismo un hálito preconstitucional.
En cuanto a mí, evidentemente,
cosas de la evolución personal, después del
escándalo izquierdista lógico en un principio, estoy en Podemos. Quede claro que aún no he dicho con, que es lo fundamental para el votante-consumidor tipo de la
era del broadcasting. ¿Qué me ha
pasado? Lo puedo explicar, que dicen los sospechosos en las series policíacas.
El primer Podemos, fue conformado
como una candidatura electoral, sin partido, aparato, ni programa. Únicamente
abrochado, frágilmente hilvanado, por la imago (véase el logo en las papeletas
de las europeas) de un líder mediático
que se recicló en tiempo récord en un líder
populista -que no es lo mismo. Yo asistí al proceso ejerciendo
escrupulosamente lo que en este texto estoy crititcando (como suelo decirles a
mis alumnos cuando intento corregirles algo, no me despierta mucho interés un
error o un defecto que yo mismo no tenga o haya cometido, sigo creyendo en la experiencia
de la vida): mi actitud consistió en ver todas esas manifestaciones
contradictorias expresiones de una voz simple e incoherente, sostenida por esa
imagen creada por los media. Llamo a eso el primer
Podemos: el núcleo promotor (fundamentalmente formado por politólogos y
algún filósofo de las universidades madrileñas) y aquellos que se les unieron,
explotando la fuerza mediática de Pablo Iglesias. Pero hay un segundo Podemos: el conformado por los
círculos, que ha ido tomando la calle, los espacios cotidianos, las redes
digitales, en suma, la realidad social. Podríamos decir que se trata de un empoderamiento enunciativo, mucho más
hacia lo simbólico que hacia lo mediáticamente imaginario: la gente se atreve a
usar la voz, a hablar y no sólo escuchar la política. No es tanto, pues, una
especie de tratamiento neurocognitivo de la autoestima (matiz que el término “empoderamiento”
siempre incluye y por lo cual nunca ha gozado de mi simpatía) como que la
“gente” ha encontrado un lugar desde el que hablar, percibiendo que con ello
están construyendo una voz colectiva.
Estamos en condiciones afirmar, pues, que si Podemos ha traído una transformación
estructural de hondo calado en el sistema político español, también ha
significado, y tal vez antes que nada, una auténtica revolución comunicativa.
No sólo a través de los social media (Facebook y Twitter fundamentalmente),
sino a través de los interminables hilos de discusión en la plataforma Reddit Plaza Podemos, chats
de Telegram, etc. Y sobre todo las plazas, los barrios, las calles, los
jardines, los solares, redes ubicuas, medios locativos, conversaciones.
Los círculos hablando entre sí, redactando actas de las
asambleas, haciendo propuestas e intercambiando innumerables borradores organizativos con el fin confesado de que el Poder esté en los Círculos
y en ningún otro lugar, sin ceder por ello a la implantación, la acción social
y política y los objetivos electorales (que son una parte importante de los
políticos, claro, aunque no su única posibilidad de sinécdoque). Tal vez de
aquí surja lo común, de esta
imposibilidad de la soledad, de esta conculcación del solipsismo. Pero surgirá
como un enigma, no como claridad ilustrada.
La cuestión es que Podemos se está
construyendo con la lógica de partido clandestino a plena luz mediática. Lo
que ha quedado suprimido de la lógica política es el secreto, pero con ello,
también el espacio privado, el silencio, la intimidad y la pausa del
pensamiento y del diálogo han sido engullidos por el espacio público. Esto da
como resultado la transparencia: una
extrema confusión fractal. La transparencia, la ausencia de conflicto, la
monitorización pasiva y no proactiva es un ideal del votante
bieninintencionado, de la opinión pública, del ciudadanismo burgués, pero no es
una aspiración del militante ni del activista. Es el fin de la resistencia como
único activismo posible a la espera del acontecimiento revolucionario, que está
dando pie a una concepción de la revolución como acción, no como acto que se
consuma y se consume en sí mismo de una vez para siempre.
La aldea global, pues, no trae una nueva transparencia, sino
un panorama epistémicamente complejo, aunque tal vez menos limitado para la
acción, y también menos manejable métricamente que el panorama del broadcasting y de las viejas industrias
culturales. Tal vez sea mejor caldo de cultivo para el surgimiento de lo nuevo.
Esa gente que hace borradores es la misma gente que está en los barrios, que
monta círculos, que va por toda la ciudad apoyando y ayudando a la gente que
quiere montar un círculo en su barrio para brindarles su experiencia. Ellos son los que están abriendo Podemos
a la gente y a la sociedad y creando a la vez un espacio de expresión y cooperación ciudadana que al abrochar el asociacionismo ciudadano como un potencial práctico mediático y electoral puede suponer la invención de una forma de hacer política completamente inaudita en Europa.
Por eso la voz de Podemos es una voz compleja, heteróclita a veces, que alberga en sí lo irrepresntable de un deseo que intenta articularse de modo colectivo. Tras ello está la acusación –¡oh, abominación!- de populismo, en la que siempre el señalamiento de la inconsistencia, de la incoherencia, como bien señaló Ernesto Laclau. Pues bien, eso es lo que a mí a acabado atrayéndome de Podemos. No creo que se pueda apoyar o denostar a Podemos desde la barrera, como a un partido tradicional. Yo, como otros muchos ciudadanos, lo que hemos visto en Podemos es no tanto una candidatura o un aparato al que mostrar una lealtad inquebrantable y de la que ser fan eterno, para votarla y defenderla en las redes sociales y en los bares con encono fanático. Yo me he acercado a Podemos porque he visto por primera vez un lugar en el que se puede construir política, pensamiento, ideología y práctica y no sólo sumirse en la ciénaga estratégica del dilema del prisionero en la que se ve el votante tradicional: ver qué candidatura cerrada voto en función de qué vayan a votar los demás. La reducción de mi pena sería formar ilusoriamente parte de la mayoría que gobierne.
Bien, hasta ahora he estado hablando de dos Podemos. Reconozco que es una forma de simplificar propedéutica
y metodológicamente una voz mucho más compleja. De todos modos, estoy en un
cierto brete, porque a la vez que estoy comprometido con el proyecto estoy
intentando analizarlo rigurosamente. Es decir, que parto de cero supercherías
objetivistas neoliberales a la vez que intento evitar también la pasión
ignorante del subjetivista enunciativo. Cada una de estas posiciones tiene su
modo de enfrentar y neutralizar el asunto negándole toda potencia discusiva,
pragmática y de pensamiento. En el primer caso, el cuantitativismo absoluto, la
búsqueda de indicadores, el frame
prejuicioso y preconcebido. Son procedimientos útiles en la mercadotecnia de
raigambre y servidumbre neoliberal comprobada. El otro es el confinamiento
enunciativo: negarse a la escucha suponiendo en la palabra del otro un eterno
subtexto consabido. Si dices esto es porque eres casta, si dices esto es porque
eres un perroflauta. Son dos formas de negarle a la palabra todo potencial
poético, de desvelamiento, de incidencia radical. Son, ambos, modos de
neutralización de cualquier transformación de la realidad. Ahora bien, si he
tenido el atrevimiento de subtitular esta entrada como “la enunciación política
en el siglo XXI” no puedo pretender ningún enfoque riguroso si no hablo de
dinámicas reticulares y no me refiero a enunciados concretos dentro de ellas.
Por ello, a todo aquello a lo que me refiera en esta entrada hay que tener en
cuenta que he tenido acceso por mi amistad
en las redes con sus autores, de ahí que
no vaya a citar párrafos literalmente ni a dejar constancia de ningún nombre
propio. Como he dicho al principio, no existe un protocolo firme y
generalmente aceptado para el abordaje de estas textualidades como sí lo hay, y
con tradición académica, para las que se ajustan al Modelo Difusión clásico.
Asumamos, pues, que si no dos bloques sí que hay dos grandes
tendencias en Podemos en tensión y
confrontación política y dialéctica. No me asustan estos términos. En Podemos hay bloques, hay debate y hay
enfrentamiento (a algunas personas de mi afecto está a punto de costarles la
salud y no sólo la mental). No es que me parezca estúpido negarlo. Es que si no
los hubiera, no me interesaría lo más mínimo. Podemos está construyendo ideología y pensamiento, está poniendo la
tradición emancipatoria anticapitalista y democrática radical a la altura de
una praxis muy compleja. Y eso no es fácil ni estamos para discursillos
melifluos. Lo que hay que evitar en Podemos,
y somos muchos los que estoy seguro que lucharemos contra ello, son las familias, cercos burocráticos y
lealtades más allá de cualquier vínculo con la verdad, como los hay en todos
los partidos tradicionales. Y la forma estructural de impedir las familias en una formación política es constituir las corrientes en posturas idelógicas debatibles, no en ristras de oscuras solidaridades e intereses personales, que es lo que ha alejado a gran parte de la
ciudadanía del activismo y de la militancia.
Ya nos hemos referido al segundo Podemos: todos aquellos que han visto tras las europeas un proyecto político en el que podían pensar y construir, no sólo elegir como consumidores. Su voz es proteica, puede que en algunos casos mimetizada con cierta chulería tertulianesca, pero al menos hay una cuerda que vibra con insistencia: todo el poder para los círculos. Cierto, que es una tendencia ésta, a la máxima descentralización y a la máxima democracia y control representativo que cuenta con algunos egregios representantes, incluso entre los ya eurodiputados. Por otro lado, el grupo promotor ofrece un semblante bastante más homogéneo, alrededor del liderazgo mediático de Pablo Iglesias, y su principal urgencia pragmático-instrumental es el fortalecimiento de Podemos como plataforma electoral, el acceso al poder ejecutivo. El grupo está formado fundamentalmente por politólogos que siguen el discurso de Gramsci en la versión postmarxista y posfundacional de Ernesto Laclau, lo que les da por supuesto una homogeneidad doctrinal e ideológica mucho mayor que a los integrantes de los círculos.
Ya nos hemos referido al segundo Podemos: todos aquellos que han visto tras las europeas un proyecto político en el que podían pensar y construir, no sólo elegir como consumidores. Su voz es proteica, puede que en algunos casos mimetizada con cierta chulería tertulianesca, pero al menos hay una cuerda que vibra con insistencia: todo el poder para los círculos. Cierto, que es una tendencia ésta, a la máxima descentralización y a la máxima democracia y control representativo que cuenta con algunos egregios representantes, incluso entre los ya eurodiputados. Por otro lado, el grupo promotor ofrece un semblante bastante más homogéneo, alrededor del liderazgo mediático de Pablo Iglesias, y su principal urgencia pragmático-instrumental es el fortalecimiento de Podemos como plataforma electoral, el acceso al poder ejecutivo. El grupo está formado fundamentalmente por politólogos que siguen el discurso de Gramsci en la versión postmarxista y posfundacional de Ernesto Laclau, lo que les da por supuesto una homogeneidad doctrinal e ideológica mucho mayor que a los integrantes de los círculos.
El núcleo promotor da charlas, escribe en prensa, arenga y difunde a través de las redes. Reproducen y proclaman consignas ideológicas, contestan a ataques externos. La transparencia, el lenguaje claro que proclaman necesario para los media queda soslayado cuando escriben en las redes sociales. Esto no es incoherencia: es un doble rasero, casi diría que una doble moral. Normalmente usan sus perfiles para defender el leninismo mediático-representativo o el populismo como fórmula con un tono de profe de matemáticas resolviendo una ecuación. A la jerga burocrática ahora se suma la jerga politológica. La retórica laclauiana se ve así convertida en una especie de aparato de certezas axiomáticas. Suena raro, porque Laclau, partiendo de Gramsci, fue ante todo un desfundamentalizador de Marx, que opuso una retórica general al dogmatismo determinista del materialismo histórico. Cuando se les lee en las redes, la verdad, asustan un poco: da la impresión de que los científicos políticos vayan a sustituir con sus certezas las certezas de los científicos económico-jurídicos de la casta. A mí no me da miedo Venezuela, ni el chavismo. Los dogmas sacralizados por el éxito, la verdad sea dicha, un poco más. Además, muy difícilmente contestan. Al principio pensaba que era a mí, porque les hacía observaciones discrepantes o críticas. Pero no es a mí, no. No contestan en general porque la mayoría de ellos se limitan a postular consignas axiomáticas y esperar el aplauso o la difusión. A veces uno tiene la sensación de que lo tratan un poco como si fuera menor de edad: “calla tonto, que cuando saquemos muchos votos ya verás como te alegras.” Algunos, los menos la verdad, sí entran al debate y he podido no ya discutir, sino aprender mucho de ellos y compartir lecturas y referencias. Pero la mayoría, se comportan como políticos profesionales y han convertido los perfiles de las redes sociales en focos de difusión. Es un efecto colonizador y perverso que ha traicionado, no diré su naturaleza, pero sí su potencial, fomentando la estructura clásica de difusión radial concéntrica frente a la reticularidad. Es la herencia pragmática (enunciativa, no sólo en sentido filosófico, sino también semio-lingüístico) del centralismo democrático, que es el patrón (pattern) ideológico con el que el capitalismo pudo colonizar y carcomer el socialismo real.
Pero a su vez, en Podemos
Oigo muchas voces a mi alrededor que dicen que ganar elecciones, vale, está
bien. Pero que están allí para acometer transformaciones mucho más profundas. Que "el
poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente" es un principio
sujeto a gradaciones. Ganar elecciones, ganar el espacio público, es
completamente contraproducente si no se ha ensamblado un espacio de resistencia
común. Lo público es un cerco en el que el representante queda a merced del
dinero, del gran capital, que lo puede presionar. Ése es el gran problema de la
crisis de la representación: el representante en la democracia burocrática
parlamentaria –donde el lenguaje jurídico pugna por apresar lo real bajo el
semblante fantasmático de la universalidad- queda automáticamente extraído y
aislado de la comunidad popular. La universalidad jurídica deviene abstracción,
abandono de lo concreto, de lo particular. Lo legislativo-burocrático y lo
mediático son las dos cuerdas de ese nudo. De ahí, la impotencia ciudadana. La
abstracción universalizante es la forma jurídica en la que el capitalismo
representativo atrapa toda iniciativa.
La gratitud reiterada del segundo Podemos hacia el primero es el sentimiento que más veces escucho. Pero
sin caer en la trampa del chantaje emocional. Ahora somos muchos más, muchas
más voces, tal vez menos científicas políticamente. No se trata de realpolitik, sino de política de verdad.
La “gente” no tiene nada que perder. Las prisas electorales dan a veces la
impresión de estar fundadas sobre la certeza del botín. Y no será lo mismo
negociar apoyándose en las figuras mediáticas avaladas por ellos, que
fundándose en una potente articulación popular. La estructura de círculos de Podemos da para ello. No me interesa
nada una formación política que esté todo el rato calculando el comportamiento
de la opinión pública, sino escuchando el deseo popular, la suma compleja de
singularidades y diferencias. Por ello, la
cuestión enunciativa es básica. Quién es
Podemos en la urdimbre de sus voces: la voz mediática, la voz partidista, la
voz estratégica, la voz popular, la voz militante, la voz pública, la voz
asamblearia. Puede que esté poco claro qué dice Podemos (qué apoya, en qué
podemos delegar, qué dichos suyos suscribimos) pero para mí, con cierta
perspectiva ahora, cada vez está más claro qué significa.
3. La cuestión del populismo y del mediaticismo.
Ya hemos visto algunas de las peculiaridades de la voz
política en el Modo Reticular. Pero
la voz compleja es híbrida y no podemos hacernos una idea cabal de la
enunciación política actual si no establecemos sus puentes y relaciones con los
media tradicionales, del Modelo Difusión.
En cuanto a éste, como es público y notorio, las principales críticas a Podemos son por su populismo, término
que en manos de la derecha y en general de los actores bipartidistas implica
siempre la acusación de dependencia fanática de un líder y lo utópico
(demagógico) de sus propuestas.
Todo el mundo que me haya leído sabe que yo fui muy crítico
con el primer proyecto de Podemos, el
que se concretó en una candidatura para las europeas. Pero, reto a quien quiera
demostrar otra cosa, mis críticas a Podemos
han sido siempre a su mediaticismo,
no a su populismo. No he criticado
jamás que el proyecto fuera utópico o inconsistente. Antes al revés: he
criticado que una imagen fabricada mediáticamente pudiera tapar sus
inconsistencias simbólicas, que es el caldo de cultivo de toda catástrofe
neurótica. Si queremos una voz popular potente, las inconsistencias hay que
ponerlas en juego. El único discurso consistente sería el psicótico. Si los
demás seres hablantes quieren algo parecido habrán de conformarse con un
semblante coherencia integral, es decir, con la mentira. El sentido común es su
faz más habitual y aplastante.
Es obvio, que en la teoría política actual, de cuño
postmarxista, el término populismo ha
sido rescatado definitivamente del pozo de la irracionalidad en el que lo
habían sumido los pensadores de la ilustración despótica y ha sido reivindicado
plenamente como una opción política digna y racional para incorporar al
movimiento emancipatorio lo heterogéneo a esa cultura burguesa biempensante,
incluido el componente emocional y afectivo. Laclau primero, y después Mouffe o
Zizek están haciendo ese trabajo. Y frente a la opinión pública general, el
proceso es muy parecido a muchas de las luchas sectoriales llevadas a cabo en
el siglo XX en las sociedades capitalistas: las de género o las raciales, por
ejemplo. No negar el término, sino reivindicarlo con orgullo, palabra esta que me gusta mucho más que empoderamiento porque tiene una acepción
mucho más política y social. El orgullo del oprimido, que no oculta el rasgo
por el que se oprime sino que lo esgrime como enseña, descoloca mucho al poder.
Se hizo con los términos gay o queer, se está haciendo con el término populista.
Visto esto, a nadie se le ocultará, que las estrategias de
dominación de las masas no son invención del populismo, precisamente. En España
hemos asistido hace bien poco a un proceso de Síndrome de Estocolmo colectivo que,
si no fuera porque la prensa hegemónica tiene por cometido guardarle las
espaldas al bipartidismo, hubiera pasado por un escándalo mayúsculo. Si bien
los dos partidos que se están repartiendo el poder en España sufrieron una
debacle en las europeas, la del PSOE fue mayúscula. Como purga, la dirección
decide hacer una elección de secretario general abierta al voto directo de la
militancia, con la estructura de unas “primarias”. Pues bien, de los tres
candidatos, va y gana el menos conocido con el único aval de que el aparato
fracasado del partido le da su apoyo. Y no sólo eso, sino que, cuando les
preguntas a los militantes del PSOE, dicen que ahora hay que cerrar filas en
torno al ganador. Les sugieres que por qué no abandonan ese partido que en nada
representa sus supuestos principios y te contestan que eso supondría dividir
aún más a la izquierda. Con todo respeto, les ruego disculpen mi comentario
técnico: WTF???? Las primarias pasan
por ser un procedimiento muy democrático, pero un clima liberal bipartidista no
son más que un proceso selectivo para intentar garantizar el éxito. Es una
trampa al prisionero-militante al que se va a utilizar de conejillo de indias,
esto es, como representante en un experimento del votante general. El militante no vota según sus convicciones, sino en un proceso de márketing darwiniano, intenta seleccionar a aquél al que las masas centristas darían más fácilmente su voto. Insisto, el dilema del prisionero en su versión política: ver qué ofrezco, en función de lo que pueda ofrecer el otro. Las
primarias del PSOE demuestran que la manipulación de las masas no es
precisamente un problema nacido con el populismo.
Y aquí hemos de pararnos a reflexionar. ¿Es Pablo Iglesias
un líder populista?: mi opinión es que si lo comparamos con otros líderes populistas de izquierdas, cada vez menos. Yo critiqué mucho el primer proyecto de Podemos, reitero. Pero mis críticas a Podemos, siempre han sido porque Pablo
Iglesias me parecía un líder mediático, no populista. Mis críticas a Podemos no
fueron desde el escándalo pacato del “mira qué atrevimiento”, sino del “mirad,
más de lo mismo”: líder y aparato manipulador usando la televisión como
herramienta. Partiendo de esta base, debo de aclarar unos cuantos de mis
supuestos argumentativos, que normalmente no se ponen sobre el tapete en este
tipo de discusiones, dominadas en unos casos por la jerga tertuliana y otros
por la politológica, que a veces no parecen más que la cruz y la cara de la
misma moneda.
3.1. Los sistemas modelizantes.
Yo, honestamente, creo que mis desentendimientos con algunas
personas de Podemos no son de base,
son de que hablamos de cosas distintas. Yo, que no
soy nada habermasiano -por las mismas razones que he criticado antes al
núcleo promotor de Podemos, porque no creo que el lenguaje sea un ente
instrumental, neutro transparente y benévolo- no creo que "la razón sea una en
sus múltiples voces", antes al contrario: cada voz tiene leyes de refracción
(obsérvese que he intento evitar cuidadosamente palabras como coherencia o
consistencia) propia y no fácilmente articulables. Las voces no son autónomas,
claro, pero en buena medida sí son libres.
Como toda la tradición del pensamiento semiótico, de la
teoría fílmica y literaria o de la filosofía del lenguaje de Saussure a
Wittgenstein, de Heidegger a Lacan, pasando por Derrida, yo concibo el lenguaje
como ámbito, como territorio que impone sus leyes a sus habitantes, no como un
apacible instrumento de comunicación. Los juegos de lenguaje tienen su
prerrogativa. Como dejó dicho uno de los grandes nombres de la semiótica, Iuri
Lotman, los lenguajes son sistemas
modelizantes. Y, por si había alguna duda, llamó a los sistemas de
comunicación que se edificaban sobre el lenguaje verbal, principalmente a los
artísticos, sistemas modelizantes
secundarios. La forma es modelizante porque designa la posición del sujeto.
Por eso hablamos de una lógica del
significante, por eso la semántica es el componente imaginario de todos los
lenguajes. Convertir conceptualmente al significado en la parte más
relevante de los lenguajes es, voy a mojarme, la operación ideológica más
importante del capitalismo tecnocrático en el siglo XX, con nombres también
ilustres como Habermas o Searle a la cabeza. Y su corolario es la comunicación como campo único de enunciación.
El lenguaje deja de ser el campo de la invención intelectual y se convierte en
un simple operador cognitivo. De ahí, que el paso lógico tras la teoría de la acción comunicativa sea la neurociencia y la psicofarmacología. Los estudiosos
de la publicidad conocen bien esto.
En política, uno de los efectos más claros de esta
preponderancia neoliberal es precisamente el programismo. Porque una vez se hace del programa el principal
bagaje de una formación se forcluye completamente su operatividad simbólica. Pareciera que solamente en algunas teorías políticas
ha funcionado una concepción instrumental del lenguaje asociada a una
concepción iluminista (la primera
traducción del clásico de Adorno y
Horkheimer me parece un acierto poético de primer orden) de la razón, es
decir, absolutista. El lenguaje, ya lo hemos visto, no tiene sólo una dimensión
referencial o semántica, la tiene sobre todo simbólica (poética). Y un
ciudadano no puede llevar a su existencia y hacer operativo un texto
programático, pero sí un símbolo. De ahí que a veces esto sea más valioso que
un programa. Ejemplos tenemos muchos. IU desprestigiada por pactar unas veces
con el PP y otras con el PSOE, de acuerdo a un programa en perfecto precepto anguitista, porque el votante no
puede dejar de verlo como una claudicación. Y el caso contrario de ERC, que ha
sido completamente desleal a su programa y es continuamente premiada en los
sondeos por la lealtad a los símbolos, que el pueblo catalán entiende como
mucho más radical y profunda. Anguita, con su vista habitual, que ya nos costó
ocho años de Aznar, no para de repetir que eso es una pantalla para la verdad
de los recortes. No es cierto: para el pueblo catalán la verdad está mucho más del lado del derecho a ser consultado, independientemente de quién dirija el proceso y de cuál pudiera ser el resultado, porque eso lo constituye como pueblo, que de otros supuestos más afines al materialismo de manual. Si no se ha entendido eso no se puede hacer política
emancipatoria en el siglo XXI.
De este modo, el carácter utópico y según los que han
mandado siempre impracticable de muchos puntos del programa de Podemos es una filfa electoralista si lo
atribuimos a una voz simple en un contexto de pluralismo partidista y
mediático. Pero es un caldo de cultivo con un potencial más allá de todo
imaginario, si lo consideremos (escuchamos y/o pronunciamos) desde una voz
múltiple, no jerárquica, plural y no espectacularmente pluralista. Los que nos
dedicamos al análisis de los discursos sociales sabemos bien que la
verosimilitud depende de los condiciones de recepción que será establecida en
cada marco enunciativo y por eso usamos conceptos como Mundo Posible y entendemos la relevancia de una teoría de los géneros como estructura
enunciativa. Porque cualquier mensaje
está mediado por el rizoma enunciativo; incluso el método asambleario de Podemos está mediado por el Modelo Difusión y con la disolución de
la frontera entre lo privado y lo público, cada mensaje reverbera a muchos
niveles: ¿Quién es la voz oficial? Cada dicho, cada asamblea, cada tuit
representa. El modelo tertuliano implica un telos imaginario: que se sabe desde
dónde se habla, que hay unos presupuestos comunes y la mejor arma en ese
terreno es confinar al enemigo en un significante y propagar la impresión de la
unicidad enunciativa: “no hace falta que hables porque yo ya sé desde siempre lo
que piensas”. Imagínese en cuantas situaciones comunicativas opera este
subtexto en nuestro paradigma: del maltrador a su víctima, del tertuliano al
tertuliano, del candidato a su votante, ¿del politólogo al militante?
Intentemos evitarlo en todos los casos. Es muy mortífero. Y un tal Sigmund
Freud ya nos dio hace más de un siglo una lección magistral de cómo operar en
sentido contrario: escuchando la verdad en la palabra del Otro.
3.2. El lider.
3.2.1. Enunciado y enunciación
Evidentemente, líderes ha habido siempre, comenzando por el
padre de la horda primitiva, siguiendo por Viriato, Espartaco o César, hasta
Napoleón, Hitler, Perón, Castro, Correa o Chávez. Sujetos que han conseguido
encarrilar imaginariamente las mociones pulsionales en una acción colectiva
hacia la barbarie o hacia la emancipación. Leyendo a Laclau y Mouffe, mi
impresión es que su defensa del liderazgo como opción política en el campo del
populismo es un gran comienzo, pero está absolutamente por completar, pues se
basa exclusivamente en una lectura parcialísima de Picología de las masas y análisis del Yo, que puede acabar llevando
a curiosas tesis como la de Zizek, que dice que lo que necesitamos es una
Thatcher de izquierdas.
Ahora bien, el líder no es una especie de arquetipo
jungiano. Como cualquier otra categoría cultural está determinado por la
historia, por el horizonte de expectativas y connotaciones de su época. Y la
noción de líder en el presente está muy cargada de su uso neocón: el líder
empresarial, el portador de los intangibles y de los valores de una marca. En
resumidas cuentas, el líder empresarial,
en su acepción comunicológica y publicitaria (en la empresa o en los media) es
el que me convierte en un siervo voluntario, es decir, en un esclavo alegre,
entusiasta, comprometido vitalmente con los intereses de los que me explotan.
De hecho, el líder político liberal-democrático en el occidente global está
pergeñado en este molde de hipervisibilidad mediática y comunicativismo
totalitario. El político profesional es un líder facturado artificialmente por
los Media.
La reivindicación del populismo, sin embargo, nos lleva a creer que puede haber un líder que empodere al pueblo, no que lo encarrile hacia el voto útil bajo especie de realpolitik, como el ejecutivo empresarial o el gurú publicitario los modeliza como productores o consumidores. El caso es que la complejidad enunciativa está claramente relacionada con la noción de locus enunciationis (las modalidades enunciativas de Foucault) abundantemente usada, sobre todo, por los llamados estudios postcoloniales. Porque, claro, el lugar desde el que se enuncia modeliza al lugar de la recepción y modeliza el canal. Me explico: si hablas como líder político mediático te diriges a la opinión pública en la esfera pública. Esta opinión pública queda definitivamente emplazada como un sujeto pasivo e irresponsable (nadie responsabiliza a un electorado por las decisiones de los gobernantes que votaron) . Si hablas como líder popular, tu enunciatario queda emplazado en el lugar del pueblo, no de la opinión pública. La construcción de la opinión pública como enunciatario puede ser leída, pues, como un intento de llevar la comunicación al Modelo Difusión, a una voz lo menos plural e interactiva posible, es decir, reconducir una posible voz popular, que se antoja demasiado anárquica, al orden cuantificable y doméstico del electorado eufóricamente pasivo. Es la diferencia entre el potencial subversivo de la hermenéutica y el potencial de reordenación de la comunicación política. La búsqueda de indicadores (a ser posibles de colorines) cuantitativistas, con la seria intención de reducir toda la complejidad de las voces enunciativas a la “claridad” de los datos y las encuestas, esto es, del frame preestablecido. De hecho, todo método es un locus enunciationis, porque al diseñar sus objetivos modeliza indefectiblemente sus resultados. Nada más manipulable que los datos, nada más incómodo para el poder que los argumentos. De hecho en Podemos mismo ahora hay un claro debate entre los que lo quieren ver claro y los que quieren ver en profundidad. Es un debate viejo (utilizo el adjetivo para que me capten ciertos politólogos que motejan de tal toda concepción política y organizativa distinta de la suya) pero reeditado con más fuerza si cabe en el entorno digital.
Repitámonos pues la pregunta: ¿Es Pablo Iglesias un líder
populista? Primero, dado que es obvio
que el populismo como opción política puede ser tanto totalitario como liberal,
de izquierdas como de derechas, cabría también hacer una distinción. El líder
populista totalitario o de derechas aspira a absorber y monopolizar la voz del
pueblo hacia un ideario o un ideal, colocándolo en una posición de euforia
intelectualmente pasiva como militante o como votante, es decir, como puro eco
de su broadcasting. El lider popular
orientado hacia la radicalización
democrática y la hegemonía popular,
al contrario, tiene como misión condensar en una solidaridad imaginaria la
poliédrica voz popular, es decir, vehicular los antagonismos, no para
disolverlos, sino para estructurarlos estratégicamente. Son dos formas de
organización y estrategia política. Ahora bien, Dios y el diablo están en los
detalles: con suerte, distintos, pero a veces en el mismo. Laclau caracterizó
al populismo politológicamente. A mí me interesa ahora caracterizarlo semiótica
y mediáticamente. Y la única forma de hacerlo, de cernir el lugar de la
enunciación en un mensaje articulado (en este caso audiovisual) es por sus
huellas en la organización del enunciado, por el sistema que cada texto es, su
ensamblaje formal como puesta en escena.
La negativa del núcleo promotor de Podemos
a considerar siquiera la cuestión de evaluar analíticamente implicaría ya, de hecho,
un presupuesto ideológico, al intentar, precisamente, borrar toda huella del locus enunctiationis.
3.2.2. La puesta en escena
Nos planteamos, pues, si
Pablo Iglesias es un líder populista o es un líder mediático y la única
forma de hacerlo desde el punto de vista de la teoría del discurso es ver su
diferencia y su posicionamiento en el seno de los modelos de representación
mediática. Podríamos decir que hay dos grandes modelos de representación del
líder en las sociedades del siglo XXI. Por un lado, el líder mediático noroccidental, propio de los sistemas liberales
parlamentarios en economías capitalistas avanzadas (evidentemente, los países
de la UE y de América del Norte) en las que los medios de comunicación ofician
de cuarto poder de modo prácticamente institucional y la estructura político-mediática
es formalmente bipartidista. El lider
populista radical democrático, tiene por el momento su máxima expresión en
diferentes países de América Latina.
Debemos, pues, siquiera sea someramente, caracterizar
escénicamente la modulación enunciativa que constituye ambos paradigmas a
través de su materialidad, esto es, a través de su transmisión y puesta en
escena. Veamos. El líder político (por simplificar) europeo jamás se dirige a
su receptor-modelo (target
comunicativo o público objetivo,
dirían los publicitarios) directamente, sino a través de una función marco (intradiegética,
en el interior de la representación) sustancializada en la prensa. Por eso, jamás mira al centro axial de la cámara,
cosa que se consideraría una provocación o un gesto de mal gusto, en perfecta
sintonía con la preceptiva actoral hollywoodense. En román paladino, jamás habla a un pueblo sino a una sociedad y la
emplaza como enunciatario en su papel de
opinión pública/electorado. Por ello, su canal (su escenografía) connatural
es la rueda de prensa, de la que el tristemente famoso televisor de plasma de
Rajoy no es más que una versión hiperbólica. De este modo, el líder político
europeo se configura como un actor en un entorno de semblante pluralista y el público
intradiegético hace la función de marco enunciativo. Pensemos también en
otro ejemplo de líder en el capitalismo avanzado, el gurú publicitario (siempre dispuesto a las revelaciones que van a cambiar
nuestra percepción del mundo), de Steve Jobs a Al Gore, pasando por otros
activistas o "concienciadores", que venden una idea, un concepto, un intangible. La
escenografía es siempre la misma: de pie frente a una sala oscura con un
auditorio rendido. Y el público objetivo, los fans que van a ver el vídeo como
un viral en las redes sociales. Fijémonos, por comparación, que el líder
político liberal, incluso en un mitin, nunca habla a una sala oscura. Y nunca
al espectador extradiegético, el que mira a la pantalla, que es su verdadero
público objetivo.
Veamos pues en qué se diferencia la puesta en escena populista de la escena político-mediática parlamentaria noroccidental y en la que reside
buena parte de su carácter escandaloso (demagógico, incoherente, vulgar, etc.,
etc.) para el establishment
europeo. Si el espacio natural del líder liberal es la rueda de prensa (y subsidiariamente el mitin) el del líder populista es el discurso. El líder populista democrático,
socialista, mira directamente a la cámara. Y eso es intolerable, si está
pidiendo identificación agónica o a adhesión. Lo descubrió el cine ya en sus
inicios y uno del primeros pasos para la instalación hegemónica de lo que en
teoría fílmica llamamos Modo de
Representación Institucional fue
precisamente prohibir que el actor mirara a la cámara, porque resultaba
perturbador. Cuando el MRI pasó a la televisión, invirtió aparentemente el
precepto. Lo que nos resulta intolerable es que el locutor o el reportero no la
miren. Pero para actores, tertulianos, políticos, concursantes y cualquiera que
no sea un portavoz directo e imparcial del constructo semiótico llamado
“realidad objetiva”, el precepto sigue perfectamente en vigor. Los únicos que
pueden mirar a cámara en la TV son los profesionales orgánicamente vinculados
al staff de un ente difusor (el
presentador sí, el tertuliano deportivo o político, no, por poner un fácil
ejemplo) o los jefes de Estado en estricto cumplimiento de su función
metapolítica, no partidista, sino representado a la integridad del Estado. Si
al final de un debate electoral, los candidatos pueden dirigirse directamente a
la audiencia es porque han sido protocolariamente invitados por el moderador
institucional del debate.
Probablemente, fue Hugo Chávez con su Aló
Presidente el primero que rompe esta regla homeostática del principio
del placer mediático-visual y se propone como interlocutor directo de la
audiencia sin renunciar a su parcialidad (a ser representante de partido) política. Ahora bien, a
diferencia del líder populista autoritario, en la TV o en la radio, el líder
populista radical democrático lo hace en un entorno de libertad expresiva que
permite la retroalimentación interactiva. La gran acusación es que el populismo
le dice a la gente lo que quiere oír. Obvio: el populista triunfa porque pone
en voz su demanda silenciosa. Ahora bien, las elecciones, la libertad de
prensa, y una oposición fuertes son moduladores imprescindibles del discurso
chavista para emplazar a su enunciatario de una forma completamente distinta a
como lo hace el político formalista europeo. No tendría ningún sentido el feedback en un espacio comunicativo
controlado por la censura y sin posibilidad de réplica y sería visto como un
doble engaño. El líder populista emplaza a su enunciatario no como
opinión-electorado pasivo e irresponsable, sino como pueblo y le demanda una
escucha activa. A un liberal le tiene que molestar: se está metiendo en su vida
privada. (Ya
en otros lugares he señalado cómo la televisión en el siglo XXI a aprendido a
manipular pareciendo no entromenterse, pp. 365 y ss.).
Por consiguiente, tanto el pueblo como la opinión
pública son ficciones operativas, en el uso metodológico que les estamos
dando, modelos de enunciatario definidos por cada modalidad enunciativa (Foucault). Pero en tanto ambas modelizan al
receptor comunicativo desde las marcas que el sujeto de la enunciación deja en
el texto, no son en absoluto éticamente indiferentes. Tiene razón pues el
filósofo José Luis Pardo principal rasgo distintivo en la invocación de un
“pueblo” (ilusorio) anterior y superior a la Constitución con el cual los
líderes de estos movimientos dicen mantener una conexión directa e inmediata.
Lo que pasa es que no tiene toda la razón. La versión liberal-constitucional de
que existe un pueblo español porque en el reside su soberanía es tan ilusoria y
ficticia como si dijéramos que España es una unidad de destino en lo universal.
Y tan ficticio es pretender que se mantiene una conexión inmediata con el pueblo
como pretender que la legalidad instituida es el shortcut a la razón ilustrada. Insistimos: la diferencia no es
ontológica, sino moral.
3.2.3. Pablo Iglesias entre Modelos.
Visto lo cual, si me parece crucial la pregunta de si Pablo
Iglesias puede ser considerado un líder populista porque hay otras dos
preguntas que anidan en ella. Una: ¿Su operación es un inédito y audaz intento
de adaptar los modelos emancipatorios de América Latina al entorno europeo o es
simple cosmética? Y dos: ¿Está como parece que cree mucha gente en Podemos utilizando inteligentísimamente
a los media o está siendo vilmente usado por ellos? No olvidemos el aviso de
Pierre Bourdieu: “la televisión oculta mostrando”.
Bien, ya hemos visto antes la vertiente ilocutiva y
perlocutiva del sujeto enunciativo denominado Pablo Iglesias (me estoy
refiriendo a él como ítem semiótico, como unidad cultural y analítica,
obviamente, y no como persona o ciudadano) en un gesto semántico audaz: abrochar la enunciación popular con la
enunciación mediático-electoral. Por lo tanto, tras venir del 15M, parte
del modelo difusión europeo y pretende que éste le sirva de lanzadera
electoral, aunque no confiesa en absoluto esta intención en un principio.
Ahora, además de audaz, la operación es realmente inédita y en après coup puede ser interpretada
como un experimento ejemplar de asalto a los Media y al cerco político que
estos resguardan. Porque Pablo Iglesias pasa del “no nos representan”, no al
cerco político, sino al mediático. Es decir, pasa a incrustarse en una de las
subespecies del espacio informativo que enmarca al líder político y que en las
sociedades neoliberales se reserva como el lugar de eclosión de las comunidades de goce bajo el semblante de
pluralismo. Con lo cual, pasa a hablarle a la gente de perfil. Recordemos que
en su programa La Tuerka sí hacía una
alocución siempre mirando a cámara, hablando directamente al espectador
extradiegético, pero se dio perfecta cuenta de que este formato no era
suficiente (razones muchas: la audiencia limitada en stream, claro, pero también que esa puesta en escena populista no
modula igual el flujo comunicativo si se hace desde el poder –como Hugo Chávez-
que si se hace connotando marginalidad, cosa a la que contribuía el decorado
estilo “radio pirata” de La Tuerka). No se trataba de hablar o arengar, se
trataba de discutir, es decir, de que hubiera una representación palpable
(plástica, textual, fijada en un discurso público) de su victoria dialéctica y
para ello lo más inteligente era incrustarse en la misma función marco.
Ahora bien, mi
hipótesis ha sido siempre que esta entrada en la comunicación como campo único
de enunciación, bajo el semblante del pluralismo, no puede dejar de tener
efectos secundarios, porque todo canal, toda escena, todo lugar de enunciación
tiene leyes de refracción propias. Insisto: el empeño experimental me
parece audaz y realmente novedoso, no banalmente innovador (en el sentido
institucional y domesticado del I+D+I). Para empezar se trata de pasar del
laclauismo silvestre al “tecnolaclauismo”. No quiero decir, no soy experto en
ello, que en Latinoamérica no se utilizaran los media para construir hegemonías populares, claro. Estoy diciendo
que en un entorno noroccidental de
capitalismo avanzado y democracias blindadas, la fabricación técnica del líder
y de la hegemonía tiene notas completamente distintas, que llevan a la
utilización de técnicas de márketing y construcción de viral de las tendencias
basadas en el consenso pluralista. Vale decir que nos encontramos en un punto
antinómico al pretender construir un antagonismo desde el consenso aprisionado
en el dogma de la corrección política, lo que conlleva la necesidad de un
sistema de control significante para no herir sensibilidades enquistadas en una
determinada comunidad de goce, a la
que se quiere atraer (aquí un buen análisis, aquí un
buen síntoma)
Por tanto, Pablo Iglesias es antes que nada una estrella de
la televisión que ha pasado a liderar un proyecto político innovador,
intentando adaptar estrategias de confluencia popular que han funcionado en
América Latina y que han sido tildadas de populistas, cosa muy ofensiva para
los voceros del establishment pero cada vez menos para los que son
motejados de tales. (En fin, me voy a mojar: sí, quien esto escribe, convencido sujeto anticapitalista, está
intentando trabajar en un proyecto populista, tras años teniendo que votar a
opciones de la izquierda sistémica que no le suscitaban el mínimo entusiasmo.
Dicho está). Ahora bien, el problema, tal y como lo estamos planteando,
supone una disyunción entre el mediaticismo
liberal noroccidental y el populismo
propiamente dicho, y sostenemos que la fusión de ambos no es en absoluto
aproblemática aunque la politología leninista-mediática (insisto, es un término
que yo habría sido capaz de inventarme nunca) crea que con un simple análisis aplicativo
de lo que Laclau denominó retórica
general es suficiente, es decir, un análisis sincrónico y códico como los
que hacía el primer estructuralismo lingüístico y antropológico y no sea
necesario tener en cuenta todas las derivas del análisis discursivo y textual
posteriores, que hacen del texto un campo de fuerzas y refracciones múltiples
(la interextualidad de Kristeva o de Genette, el semanálisis, la
deconstrucción, el análisis de las modalidades enunciativas y la arqueología y
genealogías foucaultianas, además de todo el Lacan que Laclau se deja en el
tintero, de toda la tradición estudio-culturalista anglosojona, y de lo mejor
de los estudios fílmicos posestructuralistas…)
3.2.4. Pablo Iglesias en la tele.
Sería clave, pues, para hacer esta distinción entre Pablo
Iglesias como simple líder mediático o como líder popular-populista hacer un
acercamiento riguroso a su tratamiento por los medios de comunicación.
Normalmente, la gente se refiere a la enorme presencia de Pablo Iglesias en
televisión desde la modalidad enunciativa del escándalo y la sospecha. ¿Por qué
le dan pábulo, por qué lo potencian, a quién conviene políticamente que la
figura de Pablo Iglesias destaque? ¿Es una estrategia del PP para dividir el
voto de la Izquierda? No es tan raro. Estalinistas, socialdemócratas y neoliberales
comparten una fe ontológica férrea en el cuantitativismo y en la información
como modalidad única del saber, es decir, en los patrones métricos, en las
encuestas y en las teorías de la conspiración.
Las encuestas son un aceptable instrumento si son auxiliares
del análisis político y cultural. Cuando lo encierran y lo aprisionan, es decir, lo que
suele pasar siempre que pensamos la política capturada en la comunicación como campo único de enunciación, han sido
históricamente el gran instrumento de perpetuación del capitalismo. El cuantitativismo
extremo es siempre neoliberal. Concibe la política como parte del sector
empresarial de la comunicación y acaba coagulando toda posible iniciativa
popular porque convierte al pueblo en electorado. Vamos lo que ha hecho la
llamada "casta" toda la vida. Es mi opinión. Que no la pública.
Pero lamento tener que desilusionarles. Las empresas mediáticas no obedecen a sus dueños, sino a los mercados.
Siempre me ha hecho gracia que cuando hablamos de los agentes económicos los
llamemos así, con toda naturalidad, con ese genérico siniestro y enigmático, y
sin embargo cuando hablamos de la transmisión y control de la información
tengamos que entenderlos como vehículos enunciativos de sus dueños. Es la falacia del economicismo y del
personalismo enunciativo. A los medios los dominan los mercados, no los
criterios banalmente ideológicos. La ideología es una cuestión de voz y de
lugar en el discurso, no de positivismo contenidístico. Como clave
hermenéutica, la propiedad de los medios es trivial comparada con el
establecimiento de la agenda. Ésta es la que tiene un valor enunciativo
y discursivo. Controlar qué y cómo se tratan los temas. Y una cadena no puede
dejar de sacar a un tema o un personaje, o contraprogramar con otros, si lo
hace la competencia. He ahí todo el secreto: Pablo Iglesias es audiencia.
Ahora, no todo acaba en esa banalidad, también es importante
ver cómo está estructurado el sistema mediático español y los efectos que ello
pueda tener. Para lo que nos compete, baste decir que hay tres grandes grupos
televisivos en España. Uno, público: RTVE. Dos, privados: Atresmedia y
Mediaset. A su vez, los tres grupos tienen un canal principal (TVE1, Antena 3 y
Tele 5) otro, secundario (La 2, La Sexta y Cuatro) y otros varios satélites
normalmente con una especialización temática. Podríamos dejar aparte en nuestro
análisis tanto RTVE como a todas las televisiones autonómicas, porque Pablo
Iglesias jamás es invitado a ellas. Si últimamente sale en algunas, es porque
no hay más remedio al ser ya un representante político institucional y ha de
respetarse la cuota correspondiente a Podemos
por tener cinco parlamentarios en la Eurocámara. Pero en general, las emisoras
públicas en España, como las cajas de ahorros en lo financiero, se acepta con
naturalidad que son una excepción al semblante de pluralismo obligado en los
regímenes liberales y que van a ser censuradas y manipuladas a su antojo por
las fuerzas gobernantes correspondientes. No es objeto de este texto entrar
profundamente en las causas de esta aceptación, pero la consecuencia del
descrédito de los medios públicos es que son los privados los que se hacen cargo de
la opinión.
Y aquí los dos grandes errores, en mi opinión, de aquellos que piensan en los media de una forma superficialmente cuantitativa: el error de que los contenidos son autónomos y no están sobredeterminados por las estructurara espectaculares y por los moldes de la puesta en escena y error de creer que se dominan los media, cuando éstos son los que te están utilizando mediante su distribución sistémica. Y aquí, mi razonamiento, y soy consciente de ello, se vuelve tan sutil como discutible, porque se basa más en la intución analítica que en análisis propiamente dicho; entiéndase lo que sigue como hipótesis heurística. Las cadenas serias e importantes para los grupos mediáticos son sus buques insigneas. Ya, más de uno pensará que he perdido la cabeza al decir que Tele 5 es una cadena seria. Pero lo que nos lo indica son otros factores. Primero, qué “telediario” compite por las máximas audiencias. En ese sentido, los de Cuatro o La Sexta son completamente secundarios para sus empresas. Lo mismo, la estructura de la programación. La 1, Tele 5 y Antena 3 cuentan con potentes magazines matutinos, con una tertulia a primera hora. Lo que transmiten es, pues, una sensación a la audiencia de que son el contacto privilegiado con la realidad. No es raro que Pedro Sánchez llamara a Sálvame. Sabía dónde está la audiencia que le interesaba. Allí van los políticos serios. Ironía modo on, claro. Pero no sólo.
Mientras, las cadenas secundarias están especializadas en
formatos genéricos: deportes, series de mediana audiencia, tertulias políticas…
La Sexta o Cuatro no tocan la política “seriamente” sino como un formato de infoentretenimiento
al que concurren periodistas y, sobre todo, políticos de segunda fila (es
decir, no destinados, al menos a corto plazo, al poder ejecutivo) como
tertulianos. Ahí, es donde se hizo un hueco Pablo Iglesias como, probablemente,
la máxima estrella de estos espacios. Un joven activista y profesor de ciencia
política que llegó a los medios desde el 15M y sin ser promovido por ninguno de
los grandes partidos institucionales. Por eso es interesante observar algunos
rasgos de puesta en escena que van variando en las apariciones de Pablo
Iglesias desde que dio el salto al terreno electoral. De hecho, cuando volvió a
La Sexta Noche el 4 de octubre, ya no
como tertuliano, sino como líder político en activo con aspiraciones
ejecutivas, el tema fue tratado abiertamente por el conductor del programa: le
preguntó cómo había de tratarlo a partir de este momento, si volvería como
tertuliano, etc.
Pero en definitiva, lo más importante son los tratamientos en el encuadre y respecto a la ubicación y temporalidad. La última vez que recuerdo (no he contrastado el dato, pero me parece verosímil) haber visto a Pablo Iglesias en Cuatro, actuando como personaje televisivo y casi como miembro de la plantilla es en una parodia del mensaje navideño del rey, en la que pedía abiertamente la instauración de la República. El vídeo es importante, porque leído retrospectivamente puede pensarse como la despedida de un rol y el acceso a otro. De hecho, insisto, es la última vez que yo recuerdo haber visto a Pablo Iglesias hablando directamente a la cámara en una emisora generalista, y por supuesto, juega con el rol del líder populista en su mensaje verbal, pero también con el rol del mandatario apolítico (rey-presidente) de los regímenes europeos: se pone en la posición de Juan Carlos I, pero su despacho está decorado con una bandera pirata, un retrato familiar de Urdangarín y otro de Bárcenas. Pocas semanas después, habrá abandonado su rol de puro tertuliano y pasará al de líder político.
Por supuesto, aquí la puesta en escena del actor político
Pablo Iglesias va cambiando gradualmente de tertuliano a entrevistado. La mayor
parte de las veces es entrevistado en directo fuera del plató y, por supuesto,
comienzan a emerger los colaboradores que se pueden batir en las tertulias
evitando desgastar la imagen del líder: Monedero, Errejón, Bescansa, Alegre e
incluso Teresa Rodríguez. Las gradaciones y representaciones van cambiando en
función del nuevo estatuto enunciativo y la mirada al público (para los no
expertos, se puede estar mirando a la cámara sin mirar al público porque se
está conversando en off con un entrevistador o con alguien fuera del plató, que
entra por teléfono, como Esperanza Aguirre) desaparece casi totalmente. No es pues sólo una cuestión de audiencias o
números, sino de estructura del sistema comunicativo y de posición enunciativa.
Pablo Iglesias va adoptando poco a poco la posición del líder mediático serio,
sin abandonar su vestuario ni su coleta. Pero una dirección de la mirada y un
recorte en el encuadre apropiado valen más que mil mediciones del espacio en la
pantalla o del tiempo concedido.
En último caso, y respecto a la estrategia del sistema,
también podríamos preguntarnos si lo que se pretende es privilegiar a Podemos respecto a otras fuerzas de la
izquierda… O privilegiar el control de Podemos
por la corriente liderada por Pablo Iglesias frente a otros planteamientos
estratégicos, políticos y comunicativos que también pugnan en su seno y no con
poca fuerza. La Transición ya nos enseñó que la mejor forma de devaluar el
potencial subversivo de un político es atraparlo en el cerco
mediático-electoral, del éxito, la hipervisibilidad, el carisma y la cohorte de
cortesanos con intereses económicos que circunda al gobernante y lo aísla de su
pueblo, para conseguir que lo vea ya sólo como electorado u opinión pública. La
mirada es un circuito de ida y vuelta, no lo olvidemos.
Mientras, cierta politología que ve una maldición en la vieja partición del campo político liberal entre derecha e izquierda, sólo se fija en que la prensa de derechas no para de hablar de la confrontación interna en Podemos. Evidentemente, la prensa escrita no cuenta entre sus moduladores discursivos con la exigencia de un semblante pluralista, como lo cuenta la televisión que no se dirige sólo a unos supuestos adeptos ideológicos, sino como los gobernantes liberales, a la opinión pública como espejo enunciativo de la supuesta sociedad civil.
No he citado directamente a ningún autor en este texto, pero
creo que es importante cerrar este somero y muy preliminar análisis con una cita de Laclau:
“El punto importante es que, en la medida en que ha
desaparecido el campo de la «sociedad en general.» como marco válido del
análisis político, ha desaparecido también la posibilidad de establecer una
teoría general de la política sobre la base de categorías topográficas —es
decir, de categorías que fijen de modo permanente el sentido de ciertos
contenidos en tanto que diferencias localizables en el seno de un complejo
relacional”. (Hegemonía y Estrategia
Socialista)
Lo que me parece mentira es que algunos no paren de alabar y
citar a Laclau y no se den cuenta de que si esto vale para las “banales”
relaciones partidistas también vale para todo el ámbito de la comunicación
social y crean que es fácil de dominar, porque se tiene dos claves de las
decenas que hay en juego, un espacio en el que no hay categorías topográficas estables que fijen el sentido de ciertos
contenidos en el seno de un complejo relacional. O en lenguaje
foucaultiano, que no hay valor del enunciado sino es en su pesada materialidad
modulada por el locus enunciativo. El
capitalismo se ha valido de ello para perpetuarse sin “urgencias”
los últimos 70 años. Y hoy tiene el sistema más controlado que nunca. Qué gran
error pensar lo político como un campo autónomo sólo porque hemos conseguido
liberarlo de la carga ontológica del materialismo histórico y la predestinación
dialéctica. La verdadera materialidad, en
todo caso, es la del significante en cuanto infinitamente distinto del
significado, al que acota pero al que nunca se identifica.
4. Por el momento.
No hay última palabra. Es muy difícil en la temporalidad en que vivimos cerrar un texto con un
“that’s all folks”, con unas conclusiones al uso. Hace muchos años que Emilio
Garroni habló del antisemioticismo como posición reaccionaria. Por supuesto
que hay grandes enfoques parciales del tema, llevados a cabo por
semiólogos y lingüistas pero lo que yo reclamo ahora es un enfoque metamediático
imprescindible en esta época de hibridaciones digitales, transmediáticas
y post-hipertextuales. El mismo enunciado verbal, cambia según cómo haya
sido enfocado por una cámara y cómo haya sido montado en una secuencia
audiovisual y vuelve a cambiar cuando pasa de la difusión controlada a YouTube y a las redes sociales y se
convierte en un viral. Y lo terrible es que cada uno que lo difunde cree que
está viendo y transmitiendo con total transparencia exactamente el mismo
mensaje incólume. Todos los líderes políticos han sufrido esto, pero algunos ejemplos de Pablo
Iglesias, tal vez sean los más significativos de ello. Claro que están
descontextualizados y remontados. Pero es que así van a circular.
No querer saber del lenguaje que nos condiciona es completamente correlativo un no querer saber del Inconsciente, de un no permitir que éste opere, en perfecta consonancia con el Discurso Capitalista. No nos vale la superstición de la transparencia y la simplicidad, del sentido común, de lo evidente y sin doblez. Si no estamos dispuestos a reconocer que somos dominados más allá de lo que podemos percibir del campo de la intención y la conciencia, estamos abocados al fracaso de una maquinaria ideológica que todo lo ha sabido deglutir desde hace más de dos siglos. Y lo peor de todo, es que esta deglución puede tener la apariencia del éxito. Olvidarnos de que queríamos transformar radicalmente el sistema porque este sistema nos hipnotiza con sus escalas de valores y sus oropeles y nos premia según ellas. El problema de una ciencia política sin atención a los media es que acaba siendo algo así como ponerse a jugar ignorando a la banca, que es quien reparte las cartas y estructura finalmente la partida. La retórica general de Laclau es una gran herramienta, pero sin tener en cuenta los procesos semióticos, textuales y mediáticos en los que esta batería de recursos deviene enunciado material y concreto puede poner a los científicos políticos a revisar continuamente sus ecuaciones a ver qué ha fallado. Vamos, que el riesgo es confundir el fondo de microondas que testimonia del origen del universo con cagadas de palomas. Y dicen los datos que el Universo se expande, que no es estacionario.
La televisión consiguió hace mucho tiempo posicionarse
hegemónicamente en el panorama mediático porque logró hacerse con el papel de
ágora global y convertirse en nuestro patrón y principal contacto con la
realidad, con lo que no vemos. Por eso, creo tan importante considerar la
esfera pública en relación con el dilema
del prisionero. Primero, le robó ese espacio al cine, en una operación
parangonable a la que había realizado la fotografía respecto a la pintura en
perspectiva en el siglo XIX, usurpando la representación de la realidad. Después, pese a los embates de los medios
digitales ha conseguido conservar ese papel. Nada es susceptible de entrar en
el régimen de la verdad hasta que no pasa al ágora. El principal problema enunciativo de la política actual es
precisamente que está atrapado en la
comunicación como campo único de enunciación y ello supone que estamos completamente
modelizados por el patrón televisivo y por los géneros del infotainment
en que se ha conseguido encarcelar cualquier voz popular en un pluralismo
espectacular dirigido al goce público.
De tal modo, uno de las grandes armas en este falso
dialogismo, al estilo de la pseudo-oratoria del talkshow y la tertulia, consiste en atribuir toda voz opuesta a un locus de enunciación prejuzgado.
Recordemos cuando Intereconomía se
embarcó en la cruzada de mostrar cómo lo que no fuera PP obedecía directamente
consignas Zapatero: el 15M, los nacionalismos (menos el español, claro), ETA,
los sindicatos, el 15M… Confinar la voz del oponente para aislar sus argumentos
de toda posible interactuación discursiva no sólo es sucio éticamente. Acaba enajenándonos
a todos del campo de la verdad porque si todo oponente discursivo se convierte
en un enemigo cuyo discurso es ya conocido y repudiado desde un siempre mítico,
es imposible que el debate pueda designar nuestra posición subjetiva, esto es,
que podamos descubrir cualquier error en nuestros automatismos mentales. Éste
es el poder hipnótico del pluralismo espectacular y polémico, que no agonístico.
El clientelismo a que nos sometió el bipartidismo nos hace ser incapaces de ver
la contingencia, la inconsistencia de un pensamiento y una línea política en
formación, en contradicción, rica y poliédrica en sus facetas y en sus fisuras.
Yo he visto quejarse amargamente a gente de Podemos,
muchos de ellos jóvenes con una cultura política escasa pero que fían
ciegamente y con la mejor intención en el aparato axiomático de los politólogos,
que en cuanto destacan, ven que alguna gente desde los círculos se les llama “casta”. Cuando
se pone un significante clausurante como éste en circulación, se debería pensar
en sus consecuencias como arma primitiva. Puede ser utilizado como un cuchillo
de doble filo o como un boomerang aunque los lelininistas mediáticos con toda
su buena intención despótico-ilustrada
hubieran querido poner en juego un drone o un misil teledirigido.
La aldea global no trae una nueva transparencia, sino un
panorama epistémicamente complejo, aunque tal vez menos limitado para la
acción, y también menos mensurable métricamente que el panorama del broadcasting y de las viejas industrias
culturales. Tal vez, mejor caldo de cultivo para el surgimiento de lo nuevo. Porque
hay una extraña exactitud en el ruido, la
del sujeto que, impelido a gritar sobre el bullicio para hacer valer su voz,
acaba encontrando una hendidura de silencio, esa oquedad alrededor de mi grito
en la que se percibe, con menos claridad que exactitud, que soy responsable de
ella. Probablemente, eso me pasó a mí con Pablo Iglesias. Entendí que demandaba
amor y mi reacción, como buena alma bella, fue el escándalo
histérico-izquierdista. Precisamente, porque decidí no cegarme en categorías enunciativas dogmáticas he podido rectificar. Y a lo mejor eso me hace
peligroso. Espero que así sea.
Parece que uno de los grandes debates que ahora mismo se
agitan en Podemos, y que ha exportado
como un furor democraticista a las fuerzas tradicionales de la izquierda
parlamentaria es la disputa entre el “leninismo mediático”, que pretende salvar
el coto electoral y el valor publicitario de la marca desde una verticalidad diligente y operativa, y la anarquía
hermenéutica de la horizontalidad. Mi
apuesta es muy clara por un modelo asambleario de máxima participación y máximo
control de los cuadros ejecutivos. No tengo ningún especial interés en el
éxito, sino en la victoria. Y el centralismo democrático ya fue un rotundo
fracaso. Llegar al gobierno es un éxito indudable. Pero la victoria es derrotar
al capitalismo. Y no hablo de una especie de triunfo espectacular y
revolucionario. Vencer al capitalismo es ir ganándole terreno hacia lo común, más allá de la falsa dicotomía
entre lo público y lo privado. Que lo táctico no nos impida ver lo político.
Lo que anida aquí es la antigua y denostada cuestión del
“hombre nuevo”, que tanto inquietó, de modos tan diferentes, tanto a al
marxismo como a al vitalismo nietzcheano y que estuvo en la base de todas las
utopías del siglo XX, incluidas las más sangrientas. Cuidado, hablamos de una
nueva forma de vivir el horizonte de la época, no de un objetivo planificable,
ni de un destino metafísico. Y la cuestión no puede ser desalojada, simplemente
porque haya caído la ilusión de su refrendo ontológico. Efectivamente, desde el
descubrimiento freudiano, no podemos creer ya en una supuesta lealtad de la
materia y en una inexorabilidad de las leyes de la Historia que ofrezcan un
cobijo apacible al ser hablante bajo
la especie de la reconciliación absoluta ni de la síntesis dialéctica. Pero
ello no desaloja el enigma, sino que no que nos obliga a una reformulación más
desesperanzada de cualquier garantía. Menos eufórica, más entusiasta, más
compleja. Pero un nuevo sujeto es el que sea capaz de no ver al mundo y en sus
semejantes bajo la lente única del fetichismo y la metafísica de la mercancía y
la explotación y sea capaz de inventar un nuevo vínculo social. Y cierto que la
reflexión entendida como meditación introspectiva cartesiana o como speculum filosófico, reactivado por
ciertas corrientes de la autoayuda y el coaching, no es precisamente la solución. Pero tampoco caer en una
especie de intuicionismo rousseauniano que, huyendo las falacias de la
fenomenología, acabe convirtiendo cualquier articulación popular en un
colectivo de nobles brutos y sanotes. No hay revelación sin tiempo de
comprender, sin el momento de vivir.
En fin, que no hay nada más viejo, caduco y rancio que desconfiar de “las masas” (que según cierto activo politólogo ha dejado dicho en las redes sociales “confunden churras con merinas, democracia con representación”: qué bien se está en los despachitos y en la asambleítas convertidas en homogéneas reuniones de amiguetes, mientras las masas de mente maloliente se alienan con Sálvame: cuidadito que ahí igual están con Pedro Ken Sánchez…) con una lectura estrecha del leninismo como despotismo ilustrado. Tal vez alguien se haya escandalizado por mí uso del aparato terminológico de la Teoría de la Publicidad , pero no soy yo quien ha dicho que presentarse a las municipales es arriesgar la Marca Podemos. Si hay que privilegiar el dolor ante la lucha como he leído en los muros de algún teórico de Podemos –triste incultura de cenáculo la mía, en realidad se estaba metiendo con una corriente rival, y yo va y me tomé su reflexión en serio- es difícil aceptar ahora que es más importante la marca que la militancia por algún abstruso axioma de la ciencia política. El problema es que la marca es un intangible pero la gente que está construyendo podemos es de came y hueso A ver si resulta que aún estamos haciendo política para el estratégico sujeto ilustrado. El sujeto antifilosófico es el que ha atravesado el fantasma del sujeto racional, no el que lo ha evitado.
La anarquía
de las interpretaciones, efectivamente, dificulta el éxito. Menos mal,
porque tras todo éxito se esconde una victoria del sistema. Los movimientos
populares latinoamericanos no fracasaron sino que fueron vilmente derrotados en
los años 70. Y el sistema, con el FMI a la cabeza y los partidos
socialdemócratas en la cola, no para empeñarse en intentar indicar su falta de
éxito actual, cuando están ganando elecciones una tras otra. La Unión Soviética
fracasó. Y también el Partido Comunista chino, sólo que éste se siente
guarecido porque puede ocultar su fracaso tras los oropeles del éxito sistémico
en el capitalismo. De derrota en derrota hasta la victoria final, decía Ho Chi Min. Recordemos
cómo define derrota el DRAE: Rumbo o dirección que llevan en su navegación las
embarcaciones. Claro que hay que ganar las elecciones y mandar a una panda de maleantes a su casa. Pero sin una base popular articulada, combativa, eso puede acabar en un tremendo fracaso más. Por eso no temo ni no ganar las elecciones demasiado rápido ni
considero un desastre que las opciones que apoyo en Podemos puedan perder una votación u otra. Por supuesto, mejor si
se gana. Pero siempre que eso no suponga una relajación en la vigilancia,
creyendo que se ha acabado la guerra. No hay victoria final, no hay palabra
final. Lo que más me seduce del
pensamiento laclauiano es la denuncia de un posible mundo sin política como una
utopía idealista. No habrá una sociedad reconciliada y sin antagonismos. No
habrá un sujeto íntegramente subsumido en la razón. Jamás. Somos seres
hablantes.
Me imagino dos reacciones posibles a este texto desde fuera
de Podemos: a. Menudo palo les ha
dado éste. b. Otro de Podemos
intentando defender lo indefendible con peregrinos argumentos. Ambos se
equivocan, luego lógicamente apuntan directamente a le verdad. De lo que se
pueda pensar desde dativo no consigo imaginar nada. La imagen no es un acceso
digno a esa voz. Lo que se juega en la asamblea en Madrid el 18 y 19 de octubre
no es simplemente un modelo organizativo, sino algo mucho más trascendente en
el paradigma comunicativo: un modelo de
voz. ¿Queremos una voz clara y sin matices, una portavocía monocorde para
competir según las reglas de la casta,
o queremos una voz profunda, aunque
poliédrica y mucho menos domesticable? ¿Algo radicalmente nuevo o un nuevo PSOE?
A mí no me parece una cuestión de buenos y malos, sino el reflejo estructural
de un debate. Hay dos grandes bloques de proyectos para la Asamblea Ciudadadana. Uno
"claro" y otro "profundo". Yo, lo que tengo interés, es en
seguir trabajando por la profundización, esto es, por la radicalización
democrática. Si la luminosa claridad nos lo permite seguiremos hurgando en lo
profundo, que a ciertos ilustrados les parece siempre un poquito oscuro. No se nos oculta tampoco que nada
tendrá valor de cambio hasta que no haya unas elecciones. Estamos en un medio
político noroccidental y de ética liberal parlamentaria cuyo reflejo
estructural es la división del sujeto entre el votante y el militante.
Gracias, sufridos lectores, por haber llegado hasta aquí. En cualquier caso, yo tampoco he tenido nunca la intención de ser original, sino lógico.
Gracias, sufridos lectores, por haber llegado hasta aquí. En cualquier caso, yo tampoco he tenido nunca la intención de ser original, sino lógico.
(Directamente relacionado con este texto: ¿Se puede conseguir que Podemos sea algo más que un fenómeno mediático? Sí se puede)
Ciertamente, despertando.
ResponderEliminarA quien haya podido encontar interesante mi texto, estoy seguro de que le va a interesar y mucho éste otro:
ResponderEliminarhttp://elcestodelaschufas.blogspot.com.es/2014/10/la-mejor-propaganda-antipodemos.html
Gracias, José Antonio, por este monumento a la inteligencia. No sabes cuánto me reconforta leer fuera de mí lo que llevo escrito por dentro.
EliminarUn abrazo
Lo mismo me ha pasado a mí con el tuyo, Sol, más breve y conciso, pero muy certero.
EliminarBeso fuerte.
Un amigo, que prefiere no entrar en "polémicas abiertas", me envía este correo y me ha autorizado para que lo copie aquí como comentario:
ResponderEliminar"Leído tu texto, oportuno e interesante a mi modo dd ver, me gustaría hacer algunas consideraciones.
1) Hablar de "incoherencia" en el discurso, si bien es una terminología inteligible (y hasta explicada con claridad en tu texto), lleva consigo algunas consecuencias negativas que pueden anular su pregnancia. Creo que otras fórmulas podrían ser más rentables. Sin entrar ahora a etiquetar cuales sí o cuales no, a mi siempre me ha gustado el término "ambigüedad", que también habría que despojar de sus lecturas negativas. Digamos que en la reivindicación de la ambigüedad se subsume la voluntad revolucionaria de reinterpretar y reconstruir el mundo desde una perspectiva autoconsciente que "sabe que no sabe lo suficiente" y, en consecuencia, aprende de la propia experiencia sin mecanicismos. Los discursos no ambiguos son los normativos y normativizantes (los de la ley, en tu terminología lacaniana); y estos son, por su propia esencia, vehículos del poder establecido en tanto autocalificados como poseedores de la verdad (a su juicio: la única verdad, de carácter mesiánico).
2) Hay un problema general que subyace y no se aborda: ¿es posible un cambio estructural y sistémico absoluto, o al menos general, desde dentro de las propias estructuras del sistema? Yo entiendo que no, y creo que el problema de nuestra izquierda actual (incluyo a Podemos) es que piensan que sí. La Historia nos enseña que el poder real no es democrático, pese a que en ocasiones se revista de esa máscara: cuando se siente en condiciones de inferioridad frente a una amenaza democrática de lo que habitualmente llamamos la izquierda, actúa de forma resolutiva: primero con amenazas y controles (véase como el Maruenda de turno indica que si pasa algo novedoso la prima de riesgo se dispararía) y después, llegado el caso, con intervenciones directas (un ejemplo espectacular lo fue el Chile de Allende)
3) La acusación de populismo y de demagogia que hace la derecha es eficaz porque es precisamente lo que la califica: el verbo fácil. Así, se está traspasando a Podemos el ejercicio real de la derecha (demagógico y populista), sea o no una acusación veraz (la veracidad, en este caso, cuenta poco porque lo que se buscan son resultados que cambien la voluntad popular en favor de los de siempre). No tiene buena respuesta Podemos porque no desenmascara la maniobra argumentativamente en los espacios públicos.
4) Veo en tu texto, y perdona, demasiado discurso reivindicativo del YO como término autocomplaciente (es una cuestión de redacción que podría modificarse para tener un acceso más "suave" al lector)
Por cierto, vigila los usos del verbo haber sin "h", que son varios en el texto, y algunos problemas con las preposiciones (las prisas, seguramente, al redactar)
Por lo demás, enhorabuena, sobre todo por decir desde dentro sin tapujos.
Un abrazo."
Sólo hay que leer a Laclau, autor de referencia de Errejón y de los Cinco de la Complutense. No han inventado la pólvora, sólo es una actualización de su libro "La razón populista", un intento académico de darle ciencia política al populismo,
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