viernes, 11 de mayo de 2018

La verdad del CIS


La mitad de la verdad: Podemos en la pantalla.

Ayer la gente de izquierdas estaba absolutamente azorada y desorientada con el Barómetro del CIS. Curioso. Hace como cuatro años, la sociedad, la opinión pública y los medios de masas del régimen estaban completamente despistados con eso de Podemos y qué era y no hay dios que los entienda. Yo lo definí como una voz compleja, con un fértil semblante de incoherencia, que me parecía inevitable en todo movimiento verdaderamente disruptivo. La multitud y el embrión de un pueblo (sujetos completamente distintos de esos que he llamado sociedad u opinión pública, como apunté entonces), sin embargo, estaban confiados, ilusionados, apasionados en medio de la aparente confusión que se veía desde afuera. La gente montando y amontonando círculos en las ciudades, en los parques, en los pueblos, que se contraponían, se superponían, se contradecían. Pero llegó el núcleo promotor y mandó a parar. Con el líder forjado en las tertulias y que había conseguido escaño en el Parlamento europeo había bastante. Nada de desorden, qué dirá la gente. La gente ya decía lo que tenía que decir. Los que daba miedo qué dijeran eran los electores, la opinión pública, los respetables medios del régimen. Había que poner orden. Todo lo que no salía de ellos empezó a atribuirse a la vieja izquierda identitaria, de la que por cierto en la calle no se acordaba nadie. Que esta multitud no era la de la vieja guardia marxo-anarquista era obvio. No se organizaron en las fábricas, sino en las plazas. Tenían claro que en la época del neoliberalismo salvaje es inútil disputar los medios de producción porque éstos no tienen amo. Propietarios, puede, pero quién es un propietario. El autónomo, el emprendedor, el inversor en fraudulentas “preferentes” son “propietarios” de medios de producción. Pero no parecen ni el enemigo, ni la clase dominante, ¿verdad? Y los que lo son, no tienen rostro, ni cuerpo ni alma. La playa puede que no estuviera debajo de los adoquines, pero las flores, las sonrisas, los nuestros, sí estaban encima. Nada que ver con vacíos valores de clase media juvenil, como decían los adocenados revolucionarios de la espera. Era la vida. No había que esperar la verdad, había que hacerla aquí y ahora. Ni dioses, ni reyes, ni tribunos.
Pero no. Qué peligro. Había que ordenarse, había que dar buena imagen, había que seguir a un líder reconocible porque sin marca no hay nicho de mercado. Había que ser coherente, reconocible, pre-decible. Efectivamente, había que dejar el decir por el calcular los efectos de lo dicho. Y esa reducción de la voz, esa constricción enunciativa, no podía dejar, lo vimos venir muchos, de tener efectos de mortífera melancolía. Con ella llegó el incrustarse en el sistema, la obsesión por agrandar el target, por expandirse en el mercado político. En una palabra, la transversalidad: pero la transversalidad necesita una mítica objetividad de lo social, implica una base ontológicamente estable, como todas las racionalidades que ha alumbrado el capitalismo, que convierte cualquier cambio posible cambio hegemónico en algo puramente accidental y reversible. La multitud no puede ser nunca transversal y el pueblo tampoco, porque es una innovación, una invención, una creación simbólica. Quién iba a querer transversalidad en aquellas primaveras entre 2011 y 2014 cuando todos los valores que teníamos eran producto de una lucha de clases que íbamos perdiendo. Y aquí estamos. En el CIS. Los sociólogos lo tienen claro, los medios se han reposicionado (el paso de PRISA a la ultraderecha es el mejor ejemplo), la gente vota C’s porque odia al único rescoldo de un pueblo que queda en el Reino de España, el republicanismo catalán. Y ahora, los sorprendidos somos nosotros de qué extraña esta primavera. Hace cuatro años, los que nos acercábamos por Podemos parecía que estábamos locos. Hoy es el “podemismo” el que parece llevarse las manos a la cabeza y decir que no entiende nada, que la sociedad está loca como dicen las encuestas. Una pena, porque ya se advirtió que a una sociedad sí, pero nadie puede encuestar a un pueblo. Errejón va a por Madrid. No parece, precisamente, que el que fue el ideólogo de toda aquella trama de destitución popular sea ahora su máximo representante. Competencia virtuosa, dicho en román paladino significa, ni más ni menos, que ser esclavos de la agenda, que nos dicen qué es lo que hay que hacer, que ya no podemos inventar. Cuando advertí hace cuatro años que Podemos corría el riesgo de convertirse en un fenómeno mediático me refería entre otras cosas a esto, a que se enclaustrara en la jaula de los Screen Media, a que no pudiera ser sin esa mediación y a que en vez de un fenómeno popular o populista se convirtiera en un actor más, y encima secundario, del espectáculo del poder neoliberal para las masas dependiente de sus medios e indefensa ante sus manipulaciones y creaciones fraudulentas de opinión. Es para estar triste. El desbordamiento ha sido reencauzado: nos toca la cuarta columna a la derecha, la morada pequeñita. Nos toca a todos, porque eso es lo que queda de la izquierda. El CIS nos ha robado el mes de mayo. Siete, cuatro, cincuenta años después.



El resto de la verdad: Ciudadanos en las encuestas.




Mi comentario en Facebook a este Tuit:
"Comienza diciendo José Antonio Primo de Rivera que la esencia del movimiento que acaudilla es la unidad. Restablecer la unidad de España, que se encuentra dividida por las clases que luchan contra las clases, los partidos contra los partidos y las tierras de España contra otras tierras de España también. (Muy bien.) Así vemos –continúa– que las comarcas españolas, lejos de considerarse como partes de un todo, adoptan una actitud independiente, y sólo les preocupa solucionar las cuestiones que les afectan, desinteresándose de las planteadas en las demás comarcas. Y así vemos también cómo cada región aspira a su Estatuto, y nada me extrañaría –añade– que el día menos pensado, en Ávila, Salamanca o Burgos, surja cualquier intelectual pedante o ateneísta superior defendiendo la tesis de sus hechos diferenciales y del derecho a regirse por sí mismas. Los partidos políticos –continúa–, y nadie vea en mis palabras ningún ataque personal, expresan igualmente todo lo más opuesto a esa unidad que nosotros defendemos. Los de derechas representan lo nacional, pero carecen de un verdadero contenido social; los de izquierdas, al contrario, tienen un fondo social, pero antiespañol, olvidando unos y otros la necesidad de superar a ambos elementos, fundiéndose en una síntesis superior. Las luchas de clases –dice–, absurdas y estériles, no tienen, en definitiva, más que una finalidad: convertir a un proletariado oprimido en un proletariado opresor, lleno de odios y rencores, sin Patria y sin espíritu. ¿Qué quiere decir todo esto? Pues simplemente que hay una imperiosa necesidad de restablecer la unidad de España viendo en ella, no un mero conglomerado de elementos en pugna, sino una realidad histórica con un destino universal que cumplir. (Ovación.)"

RESUMEN DEL DISCURSO PRONUNCIADO EN EL TEATRO PRINCIPAL DE JAÉN EL DIA 7 DE ABRIL DE 1935 (José Antonio Primo de Rivera, OO.CC)

No es más que un aggiornamento. Léase "sistema de partidos" donde dice Bipartidismo y prácticamente no hay que tocar nada más. De Rivera a Riverita. Falange reloaded. Creo que nadie puede dejar de ver el aire de familia. Pretender superar superar el antagonismo izquierda derecha, sin ofrecer nada que lo reemplace, desde la izquierda es una pardillada. Desde la derecha es una jugada maestra.







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