1. Este Podemos.
Aunque yo lo
hubiera preferido más "en movimiento", este Podemos me parece mejor que el anterior a
Vistalegre II y me es mucho más
simpático. Me siento infinitamente más cómodo con Irene Montero –con
Beatriz Gimeno o Teresa Rodríguez me sentiría aún mucho mejor, dicho sea de
paso- que con las formas algo melifluas
del portavoz anterior, que eran las adecuadas a la versión “clara” de antes –y que algunos pretendían convertir ya
directamente en “ilusa”. Comenzar
un artículo con semejante boutade está
perfectamente justificado cuando la prensa sistémica está sistemáticamente
recalcando lo antipático que es el populismo y equiparando- través de esa
animosidad- las figuras de Pablo Iglesias y de Donald Trump, a la par que –cuanto
más a la derecha está el medio, más insiste en ello- se presenta a Íñigo
Errejón como una víctima de la persecución, censura y varios ominosos cargos
más imputables a la nueva cúpula de Podemos.
Por tanto, esto no es un ataque a Podemos. Lo digo sobre todo para aviso de algunos que consideran que es ataque todo lo que no es pura repetición sumisa de las consignas de la cúpula. Es, eso sí, una crítica radical, porque apunta, no tanto a personas o acciones concretas –aunque nombre y comente algunas-, como a una revisión de sus supuestos más nucleares. Si estoy a favor o en contra de Podemos no es más que una típica pregunta en el ámbito de la opinión pública y si algo ha de ser una lucha contra-hegemónica es una excepción a la opinión pública, al blanco o negro sin matices –información sin saber- del paradigma epistémico neoliberal.
Este texto parte, pues, de una profunda convicción: creo firmemente que en
el proceso de radicalización democrática
todo está por inventar, porque ninguna de las recetas tradicionales de
enfrentamiento, resistencia o corrección de los efectos del capitalismo puede
funcionar de modo independiente y absoluto en tiempos de post-fordismo
neoliberal. Ni el marxismo, ni ningún activismo sectorial o anti-sistema,
ni, –por supuesto- la socialdemocracia.
Pero tampoco el populismo, al menos en su versión europea –la latinoamericana,
de momento, está en una crisis evidente-, tiene la respuesta en solitario –ni
simplemente “en conjunto” o eclécticamente- a los males de las sociedades
capitalistas.
2. Tramabús: Storytelling y branded content.
Se ha hablado mucho de cierta torpeza de los actuales cargos
y cuadros pablistas en las tareas de comunicación, ahora que los errejonistas,
que las venían copando los dos últimos años, se han visto forzados a
abandonarlas. Porque hasta ahora toda la estrategia comunicativa, que en el
paradigma actual no se distingue de la política (no hay más política que la
comunicación) había permanecido muy mayoritariamente en manos del sector
errejonista. El ideario se con-fundía con argumentario. Pero el caso es que mi
experiencia (semi-interna) en Podemos me
ha enseñado que leer a los intelectuales del errejonismo es como si
pretendiéramos juzgar y entender el arte de vanguardia exclusivamente a través
de sus manifiestos. Eso en la mejor versión. En la peor, es como creerse lo
buena que es una novela leyendo lo que dice su contrasolapa. En Vistalegre II
se vio claramente que a praxis errejonista consistía en un “lo compro todo” si me da votos. Mal lo
tenemos para entendernos, porque la constancia en las ideas es un valor .Claro
que se puede cambiar de ideas: se llama dialogar con el mundo. Lo que no se
puede es actuar en contra de lo que predicas como fingiendo que eres
consecuente. Y menos cambiar completamente de ideas fingiendo que las actuales
son consecuentes con las anteriores. Se trata de simular coherencia, el truco
de todos los partidos del régimen en el seno del tri-decenio neoliberal.
Me gustaría poder decir que el post-populismo errejonista está hecho de dogmas. Pero sus asertos ni siquiera tienen esa dimensión. Están hechos de clichés que, a base de pretender ser transversales (divulgativos desde la élite irradiadora, que es la que sabe, hacia las masas), acaban siendo soberbiamente autoritarios. Casi como entradas de catecismo, para hablar con propiedad. Una sentencia como “los marcos no se crean, se disputan”, que es un cliché típico, por ejemplo, implica que sólo puede disputar el marco quien se ha introducido en él: vanguardia, burocracia. Es una sentencia más post-populista que populista, en cualquier caso, porque responde a un momento lógicamente posterior a la construcción del pueblo. O que algún intelectual errejonista, después de haberse llenado la boca y habernos llenado los oídos con la cantinela de los significantes vacíos esté pidiendo ahora cuidado con el vocabulario que se usa porque este tiene un peso histórico que modeliza todo el mensaje.
El caso es que sí que percibimos ahora una cierta experimentalidad comunicativa en Podemos, frente a la banalidad estandarizada y repetitiva del núcleo irradiador y de la máquina de guerra electoral. Y cuando se experimenta, lógicamente, se cometen errores. El desliz la campaña “Correa financia a Podemos”, que remite inevitablemente a la “trama Gürtel”, es evidente. Del tramabús se critica su uso el haber utilizado una estrategia que hace poco implementó una organización de extrema derecha como Hazte Oír. Pero sobre todo se critica su inoportunidad, su redundancia, su intención de incoar un debate falso a partir de una acción inútil porque no ofrecía ni ninguna información novedosa, ni ninguna alternativa a ese estado generalizado de corrupción patrocinado por el PP.
Lo que pasa es que difícilmente entenderemos las acciones si no sabemos contra (versus) quién van dirigidas. Los hegemono-populistas tienen al menos tres frentes abiertos: contra el sistema y sus élites (antes conocidos como “casta), contra la que ellos llaman izquierda identitaria y contra el populismo neofascista. ¿Valen las mismas estrategias para todos los adversarios, como ha defendido en la práctica el sector más schmittiano de Podemos amparándose en la distinción amigo-enemigo? La pregunta es relevante, porque se juega en ella una dinámica de las identidades y de los goces (en el sentido psicoanalítico del término) que pone a las nuevas formaciones de cuño populista de izquierdas en la disyuntiva de “construir pueblo” o del “todos contra mí”.
La cuestión es que
el problema del tramabús es otro,
porque el adversario es otro que el que se denuncia. En la comunicación
concebida como campo único de enunciación, donde la verdad se muestra infructuosa e impotente, las dinámicas son
otras y, por ello, creo que algunas herramientas de análisis que usan los
publicitarios pueden ser más útiles que las categorías de la politología.
Iremos al grano: creo que el tramabús
es, antes que cualquier otra cosa, una estrategia de branding, de construcción de marca. Es un intento de permanecer visible
en la agenda mediática, que es un espacio ferozmente darwiniano y competitivo.
Como tantas marcas
comerciales, Podemos ha echado mano del storytelling (la trama) transmedia para perpetuarse
en los medios. Es notorio que el grafismo del autobús conformado por imágenes
distorsionadas a partir de fotografías previas remite a la estética del meme, como género visual digital, lo
cual ayuda a su receptor potencial a contextualizar y decodificar mejor el
mensaje
ofreciéndole una imagen más cotidiana y familiar. La vocación de transmedia del proyecto, que se origina como un #hashtag, también me parece evidente: un
autobús en el espacio urbano, que sirve para retransmitir en directo a través
de las redes sociales y, así, dinamizarlas, a la par que para incrustarse en
periódicos y televisiones.
Los publicitarios
suelen llamarlo branded
content. Se trata de crear
contenidos patrocinados por una marca, para que simplemente la marca aparezca
ellos, esto es, para copar una porción de la audiencia y de la agenda
mediática. Si lo puede hacer Repsol, Activia, Coca-Cola o Red Bull, ¿por qué no (,) Podemos? No es nada insólito,
pues: se vende un sueño, un estilo de vida, una narrativa de esfuerzo,
empoderamiento y triunfo. ¿Cuántas veces hemos visto un anuncio en los últimos
tiempos y nos hemos preguntado “pero esto qué tiene que ver con el refresco, friegaplatos,
combustible, producto lácteo o vehículo publicitado”? En tiempos donde la
función fática del lenguaje -comunicar y estar continuamente presente- es
mucho más importante que todas las demás, los mensajes no son nunca rectos,
sino preponderantemente oblicuos, obtusos. Tiempos, pues, en los que la verdad
deviene impotente, porque, en tanto sometida al patrón de la eficacia, por
encima de la retórica, simbólica o contextual, no se distingue de cualquier
otro mensaje, ficticio o mentiroso. Es una cuestión de condiciones del
dispositivo y de reglas del discurso. La semántica queda completamente sometida
a ellas. El lector juzgará si nos
estamos acercando a una de nuestras tesis esenciales: que
no es tanto que Podemos sea presa de su modelo comunicativo como del modelo
comunicativo del neoliberalismo postfordista, esto es, de la propia sociedad de
la información, que es también la del espectáculo. Y que de poco sirve disputar
los marcos si no disputas el modelo
epistémico y discursivo que los genera. Ese desbordamiento era el más urgente
para no acabar siendo engullido por los tableros al buscar su centralidad.
3. La moción de censura
Con alguna de las anteriores oleadas de detenciones se me
ocurrió decir que el Sistema daba por
amortizado al PP. Luego ganó las elecciones y consiguió gobernar. Dudé de si
pronunciarme con un comedido “¡Glups!, me colé” Pues resulta que no. Todo ese
tiempo a lo que se estaba dedicando “el sistema” era a machacar al PSOE, de un
modo distinto. Fue, entonces, la fórmula para salvar el bipartidismo, ante la
posibilidad de un PSOE díscolo, que pudiera virar a la izquierda. Pues bien, yo
creo que está sucediendo lo mismo otra vez. Ahora –con la operación Lezo- se
trata de machacar al PP para que el PSOE pueda recuperarse, ante el riesgo
evidentísimo de pasokización, mirando las barbas del vecino. Si llevamos razón,
el tramabús habría colaborado
inocentemente con el sistema en este cometido, sumándose a la caza y derribo
del PP.
El problema es que las narrativas –las tramas- no
siempre traducen las lógicas. Y yo siempre creo que, en caso de disparidad, es
mejor el original. Y el original es la lógica. La narrativa –a no confundir con
el relato- es en todo caso superestructural, en el sentido clásico del término.
El problema es que las lógicas son más difíciles de entender y de hacer
entender que las narrativas y, así, el sistema ha conseguido tener a la gente,
ansiosa de entender pronto más que de entender, de lo más entretenida con las
teorías de la conspiración o, en su caso, con los poemas épicos de
empoderamiento colectivo totalmente pergeñadas en el molde del empoderamiento
personal. Ejemplo: las cantinelas haciendo creer que ganar unas elecciones
–primero, y conseguir tenere algunos colocados en las instituciones, después- simplemente,
era ya una victoria. Entonces vienen los conspiranoicos y te incluyen en el
delirio: si has ganado es que eres sistema. Si nos conformamos con la
información y no proyectamos una mirada meta-discursiva, nos vamos a estar
colando continuamente. En el anti-intelectualismo, desde luego, no está la
solución. Como no lo estaba en el populismo sabihondo de los núcleos
irradiadores. Dale una narrativa a un pueblo y le servirá para ponerse en
movimiento. Dásela a la opinión pública y la adormecerás aún más. Podemos nació
desde el error de que el pueblo podía hacerse utilizando exclusivamente los
medios de comunicación del establishment, esto es, disputando el marco,
haciendo pueblo con una sociedad objetivamente estable de la que el núcleo
promotor iba a constituirse como sujeto trascendental incontaminado por su
objeto.
¿Es, entonces, un acierto o una torpeza la Moción de Censura –en realidad, mociones, si
sumamos la de la Comunidad de Madrid- al PP que plantea ahora Podemos?
Veamos. Desde el punto de vista de las narrativas es una cosa y desde el punto
de vista de las lógicas es otra.
1) Para empezar, es como el #tramabús, una estrategia de branded content basada en el storytelling, teniendo en cuenta que es una narrativa de oblicua, que persigue unos objetivos distintos de los que declara: se trata de utilizar una narrativa para copar un espacio de la agenda, simplemente, con el añadido, tras estas oleadas de detenciones (I. González, O. Pujol y demás) de poder jactarse de haber tenido razón.
2) La moción de censura implica haberse tragado la
narrativa que propone el sistema como cebo: vamos a por el PP. Todo el discurso
de que el sistema se está sosteniendo contra el gobierno del PP va en esa
dirección. Gracias a los jueces, guardias civiles, etc, ha dicho Pablo
Iglesias. Ahora bien, es una estrategia ludo-narrativa, una acción gamificada, y por lo tanto, no importa
que no haya ninguna posibilidad de que tal moción salga adelante: su eficacia
es oblicua.
3) Por eso mismo, cabe otra lectura más sistémica, más
anti-sistema si se quiere. El envite no es en absoluto al PP, sino a un PSOE al
que pilla en un precario catastrófico: no tiene candidato alguno para liderar
esa moción y tendría que ponerse a rebufo de Podemos o bien sostener al PP. En
ese caso, la acusación y denuncia al bipartidismo como sistema sería evidente.
Y, además, tendría el añadido de dar un buen bofetón a los críticos
errejonistas, convencidos de que lo que hay que hacer es “entenderse con la
socialdemocracia”, antes o después.
En cualquier caso, si vas a llevar la cuestión al tablero o a la consola, es decir, si
vas a plantear las cosas desde el juego narrativo (ludo-narrativa y gamificación, son términos técnicos
provenientes del campo de los videojuegos) lo que no puedes perder es la visión
de las lógicas, que está por detrás (o por abajo o por encima, utilícese la
metáfora espacial que se prefiera) y que es la que va a ser determinante. En
España hay una gran urgencia sistémica de salvar el bipartidismo, precisamente,
porque no hay una opción electoral neofascista como en Francia (o en USA, o en
Holanda, o incluso en UK, con el Brexit).
Todo el sistema está apostando contra UP. Ganar partiditas no es suficiente.
Eso no debe perderse de vista.
De todo ello
deducimos, pues, que la izquierda no está exenta de tener que confrontarse con
las dinámicas de la competencia neoliberal. Buena parte del dogma de la unidad,
tan implantado en la izquierda, tiene como base un micro-neoliberalismo: no
quedarse desamparado de la marca. Micro-neoliberalismo es un término que nos
acabamos de inventar, en el molde de micro-machismo, y que es fácilmente
constatable que hay, al menos, tantos de éstos en nuestra vida cotidiana como de
aquéllos. El más habitual es confundir eficacia con éxito. A veces pasan desapercibidos porque son
nombrados como “cuñadismos”. En fin, el término nos parece necesario porque en
la categoría de cuñadismo entran
muchos neoliberalismos que de micro no tienen nada, así que mejor un término
específico.
El vergonzoso espectáculo de Ferraz hace unos meses, y el
menos enconado y cruento aunque también virulento de Vistalegre, algo después, tienen,
entre otras, esa lectura. Lo que se dilucidaba es quién se queda con la marca PSOE,
quién con la marca Podemos. La continua compulsión secesionista y el dogma
unitarista, tan presentes en la izquierda, nos hablan del difícil que es
abandonar la marca, no sólo para el político profesional, sino también para un
militante. De ahí que la lucha por la
marca tenga también una lectura en el antagonismo interno. Los partidarios del
errejonismo sabían que si la nueva imagen que está dando al pablismo triunfa,
sus postulados -y sus puestos- quedan fuera de ella. Parece que le hicieron el
vacío al tramabús, muy de calle para ellos. Parece que aunque sólo sea
estéticamente, no le hacen tantos ascos a la moción de censura.
4. Populismo, identidad, narrativa: Las comunidades de goce.
La creencia más generalizada es que la sociedad es un ente
objetivo y disponible. Ahora bien, desde un punto de vista discursivo se nos
muestra fehacientemente que no es así. A la masa social se la emplaza desde
lugares muy distintos y es al emplazarla cuando se le da forma concreta y
material: no es lo mismo dirigirse a un auditorio como pueblo, como opinión pública,
como audiencia, como electorado o como comunidad de
potenciales compradores de tu producto (target/heavy users), aunque sostengamos que
“empíricamente” las personas, los cuerpos humanos en los que se encarnan esos
modelos de receptor, son los mismos.
Visto así, la
opinión pública occidental ha sido modelizada
como juez pasivo y ésa ha sido la forma de tenernos controlados como sociedad, de
emplazar a la democracia para impedir las urgencias:
juzgamos a unos profesionales, que actúan. Nosotros sólo miramos. Y luego
consumimos o votamos, según a qué profesinales hayamos estado mirando cada vez.
El terrorismo islámico es la mejor prueba de que así nos consideran a los
ciudadanos noroccidentales desde fuera de nuestra zona de confort. Cada bomba,
cada atropello, cada atentado, son llamadas de atención a la opinión pública
como masa homogeneizada de particulares. Si quisieran dirigirse al “pueblo francés”, por ejemplo,
los procedimientos serían radicalmente distintos a atentar en las calles de
Francia. La opinión pública es radicalmente irresponsable, una especie de amo
despótico o rey decadente y adormilado. Los islamistas terroristas intentan
despertarla haciéndole sentir en sus carnes lo que sienten los musulmanes atacados por
occidente.
En las sociedades occidentales el enemigo del pensamiento y
de la lectura crítica de la realidad no es el analfabetismo o la ignorancia, sino
la híper-información paralizante, la multitud hiper-comunicativizada. La
pregunta, desde el paradigma pópulo-hegemonista es cómo
hacer de esta multitud postfordista europea, pueblo. Y el populismo ofrece
una respuesta canónica a esa pregunta: la construcción de contra-narrativas e identidades
aglutinantes que se opongan a las hegemónicas. El problema es que vía “significantes
vacíos” (al menos desde una versión simplista del concepto) y vía
mediatización e híper-información, lo que tenemos es una especie de “podemos
proveerlo de identidades customizadas
al por mayor”, por hacer una paráfrasis bastante cacofónica del título del
cuento de Philip K. Dick. Y más, en un entorno tan heteróclito como el Estado plurinacional
Español.
Las identidades, en ese sentido, son siempre represivas.
No se las puede poner en cuestión simplemente oponiéndoles otra opinión en el
fárrago del polemos informativo, excepto que quien la vaya a adquirir no
tenga otra representación en el discurso. La
narrativización antagónica tuvo éxito en las luchas feministas, las de los
afroamericanos o las LGBTI porque su lucha es por la visibilidad, por la
representación, por el orgullo (yoico). Pero no puede tenerlo masivamente
entre un electorado que ya goza de una representación, que ya se siente
articulado en una comunidad
de goce narcisista y
agresivamente enfrentada a otra. Eso no va a funcionar con los votantes
convictos del PP. De ahí, que Podemos
sólo le haya robado votos a la izquierda. De la identidad “izquierdista”, como
de cualquier identidad no puede deshacerse uno a placer, ni por convicción.
Pretender eso es de un racionalismo aún más dogmático y represivo que el
paleo-marxista de la conciencia de clase. No puedes llegar a un montón de gente
identificada con la izquierda (es una comunidad de goce y, por tanto, impone
sus condiciones fantasmáticas) o con cualquier tipo de activismo de resistencia
y decirle: ¡desidentifícate (o peor aún, ¡desidentitariízate!, que es dificilísimo
de pronunciar, además) y populistízate!
Pero es que, para más inri, no serviría de nada, como ha
quedado demostrado en los tres años de existencia de Podemos. El bloque
antagónico (insisto, la comunidad de goce
contraria) va a seguir identificándote como izquierdista, comunista y
perro-flauta y reproduciendo sistémicamente el viejo rechazo, aumentado con la
acusación de que mientes y ocultas tus verdaderas intenciones. Las reacciones
mediáticas contra Podemos y las alusiones a Venezuela son una prueba evidente. A
ello se suma que el genio del sistema
es perfectamente capaz inventar cosas nuevas para neutralizar tu novedad.
Ciudadanos en España o Trump en USA, ambos fenómenos relámpago, son ejemplos elocuentes.
Los populismos en Latinoamérica -y hasta la extrema derecha en Francia- que
vieron la luz a través de mecanismos distintos de generación política,
propiamente populistas y no mediaticistas, ha costado decenios ponerlos en pie.
Trump, Ciudadanos o el Daesh
no. Con todas las diferencias entre ellos que se quiera son respuestas
relámpago sistémicas, con un modo de
construcción y articulación de tipo variado pero sobre todo contrario a la
construcción populista clásica, en el sentido que la
describe Ernesto Laclau. Supongo que
más de un lector se habrá escandalizado de que meta en el mismo saco al Daesh y
a C’s. Piense si pensaría lo mismo si sólo hubiera mentado a Trump y al
extremismo islamista. No, ¿verdad? El propio genio del sistema se ha encargado
de crearlos y denostarlos para poder deshacerse de ellos o convertirlos en el
enemigo fantasma (el que hace de pantalla de cualquier enemigo más auténtico) en
caso de necesidad o de que se le vayan de las manos. Así con el Daesh como con
la mayoría de los genocidas golpistas en América Latina. En lo único que coinciden, y por ello los
traigo a colación en conjunto, es en ser instrumentos sistémicos ready made, sin tradición propia pero sí
apropiándose de la tradición pública. En ese sentido, Ciudadanos es el menos
peligroso y dañino de los tres casos. Dependiendo, claro está, de cuanto
considere cada cual de dañino el servir como apuntalamiento de un ente tan
corrupto como el PP en el gobierno….
En fin, inisistimos: que el sistema sea capaz de realizar
estas operaciones relámpago no quiere decir que eso esté al alcance de
cualquiera que no tenga estos recursos y estos objetivos pro-sistema. “Claro que se puede”, “yes, we can”, son
micro-neoliberalismos, trampas sistémicas preparadas en el molde “lucha por tus
sueños” que transmiten los gurús del coaching,
el auto-emprendimiento y la autoayuda, y el populismo europeo de laboratorio
(con un núcleo irradiador prefijado como vanguardia intelectual orgánica) ha
caído en todas ellas corriendo el riesgo de convertirlo en un postpopulismo. Se puede, fácilmente, si se rema a favor
del viento. Si se pretende remar en contra, todo es mucho más difícil. No de
otra forma, creemos, debe leerse la opción que ha promovido Íñigo
Errejón y sus correligionarios más cercanos, que ha estado siempre orientada a
la fase instituyente desde la que reinterpretar el 15M a partir de una
estabilización institucional.
5. La opinión pública y el pueblo: el dogma de la transversalidad.
Visto todo lo anterior,
es evidente que la opinión pública
es el arma más eficaz contra el pueblo.
Lo están demostrando los sistemas de occidente poniendo toda su maquinaria a
trabajar para conseguir que el pueblo
sea obsceno para la opinión pública.
No otro mensaje anida en acusar de populista
a todo lo que no se aviene a los protocolos políticos normativos sancionados
por las élites. En las sociedades postfordistas ser pueblo es excluirse de la
opinión pública y convertirse en un espectáculo para la misma.
Consecuentemente, la transversalidad no es la solución a
los problemas políticos de la inmensa mayoría, porque está pensada sobre
categorías mediaticistas (la opinión pública) y no populistas (el pueblo) ni
tampoco de clase (obrera). Este dogma de
lo transversal es el que está llevando a este Podemos a intentar estrategias de
la industria publicitaria, como al anterior a mantenerse en el empeño de copar
las tertulias y los informativos, cosa que al actual le resulta mucho más
difícil o, al menos, mucho más incómodo. La idea de transversalidad implica que
hay unas identidades sociales objetivas y previas que hay que coordinar. Esto
es, la sociedad, que sí existe, ya tiene una identidad válida para ti. En el
fondo, es la filosofía del consumo y del mercado neoliberal que lleva el
fetichismo de la mercancía hasta las mismas raíces del ser. Si la transversalidad
se construye desde una élite ilustrada, el discurso neoliberal del poder y del
éxito prevalecerá siempre como efecto hermenéutico. Porque en el panorama de la
opinión pública en el que se inscribe
toda comunicación de la élite a la masa todo lo que incoe el proceso adquirirá
la función de una consigna. La transversalidad, la ética civil de lo “claro”
(que podemos) es un efecto del individualismo ciudadanista. Y problema de las demandas
ciudadanistas y reformistas es que dan por ontológicamente posible la
transparencia de los hechos al juicio. Y no, el pueblo, dividido por la opinión
pública no es transparente para sí mismo. El
pueblo es siempre obscuro.
Para Laclau, el teórico que reivindicó el populismo y que
está en la base de todos desarrollos del concepto desde la izquierda, la
sociedad “no existe”. Esto es, no está ahí disponible y objetiva, sino que
“lo político” es el acto central que la constituye. Por ello, aceptó
la transversalidad, cierto, pero establecida desde abajo, jamás desde
arriba, desde una especie de meta-saber que acaba siendo un despotismo
ilustrado de la élite irradiadora populista. ¿Y cómo entender la
transversalidad desde abajo sin una conversación continua, en la
anarquía de las interpretaciones, desde la docta ignorantia? Lo que proponemos es la invención de algo
distinto de la clásica concepción de la “democracia deliberativa”, pergeñada en
el molde del alma bella comunicativa habermasiana, esto es, de la deliberación
modelizada dese la concepción del individuo como mónada. Lo que necesitamos es
un paradójico sujeto multitudianario.
Ese saber es obligación de cualquier líder o de cualquier agitador (activista). Lo contrario no es un saber es la impostación del conocimiento que establece una clásica (iluminista, burguesa) relación sujeto objeto y por ello implica la cosificación de la multitud como masa. Si la intención es desbordar no se trata, creemos, de pretender copar la normalidad –disputar simplemente los marcos discursivos para tomar ventaja en ellos, sin cuestionarlos-, sino de debilitarla para que no sea totalitaria. Se llama subversión y es la diferencia entre la multitud que piensa y la masa electoral. Lo común no puede construirse nunca desde lo transversal establecido desde una supuesta realidad social (todos los realismos los carga el diablo), sino desde la multitud. No es un a priori, sino un desiderátum. Nunca puede ser datum, sino in-ventio.
Lo que pasa es que al campo de la normalidad la burguesía
le inyectó la vacuna del universalismo: eso hace al capitalismo insubvertible a través de la conquista
de lo normal, porque toda conquista de lo normal, todo intento de transgresión,
se universaliza por la vía del mercado (y del espectáculo). La Ilustración, de
hecho, consistió en traducir la cosmovisión burguesa a categorías universales. Y
uno de sus movimientos más sibilinos fue la ética kantiana, la del imperativo
categórico: ha uno de pretender que su acción pueda ser considerada como
ley universal y, eso, jamás utilizando a ningún ser humano (al semejante, tanto
como a uno mismo) sólo como medio, sino siempre como fin. En resumidas cuentas,
lo que se ha eliminado en la ética universalista contemporánea es la mediación
de lo singular –el caso, el ejemplo, el consejo, el amor- entre lo particular y
lo universal. Lo particular ha de entendérselas a solas con lo universal a
través de la razón. Es la radical diferencia entre la autonomía abstracta (la
razón ante el universo) y la libertad material, que no puede desligarse de la
igualdad y la fraternidad. Tremendo y cruel, porque eso ha dejado en medio un
enorme abismo que en la versión neoliberal del capitalismo han venido a llenar
la llenar la autoayuda
y la utopía romántica.
Hay que llevar cuidado con la carga de tradición que acumulan las palabras. Cuando el núcleo promotor primigenio de Podemos promovió el uso de las emociones en política, estaban partiendo, sin querer verlo, de la autoayuda y de la utopía romántica. “Claro que Podemos”, el eslogan con el que el núcleo irradidador arrasó en casi todos los comicios internos entre los dos Vistalegres, era una luminosa consigna auto-ayúdica de neón neoliberal. Y la impostación del líder era una variante de la utopía romántica de la redención, tan tildada de machista y con razón. Ojo, el líder populista tiene algo de anti-neoliberal, es cierto. Ya supone un paso por el otro como medio –el amor es eso, como se puede ver aquí y aquí- pero hay que llevar mucho cuidado cuando este líder entra en colisión con el líder mediático neoliberal (empresarial o político) en el campo comunicativo, porque queda completamente contaminado de sus valores. Más micro-neoliberalismos.
Hay que llevar cuidado con la carga de tradición que acumulan las palabras. Cuando el núcleo promotor primigenio de Podemos promovió el uso de las emociones en política, estaban partiendo, sin querer verlo, de la autoayuda y de la utopía romántica. “Claro que Podemos”, el eslogan con el que el núcleo irradidador arrasó en casi todos los comicios internos entre los dos Vistalegres, era una luminosa consigna auto-ayúdica de neón neoliberal. Y la impostación del líder era una variante de la utopía romántica de la redención, tan tildada de machista y con razón. Ojo, el líder populista tiene algo de anti-neoliberal, es cierto. Ya supone un paso por el otro como medio –el amor es eso, como se puede ver aquí y aquí- pero hay que llevar mucho cuidado cuando este líder entra en colisión con el líder mediático neoliberal (empresarial o político) en el campo comunicativo, porque queda completamente contaminado de sus valores. Más micro-neoliberalismos.
Éste es problema de disputar los marcos sin entrar en el
planteamiento radical de pensarlos como dispositivos concretos y materiales de
producción y orientación del sentido y viéndolos sólo como un espacio neutro, homogéneo
y vacío, a conquistar. Se puede
montar toda una alternativa política para apuntalar el sistema simulando que se
combate contra su núcleo cuando en realidad no se está más que representando una
confrontación con su sector más extremo. El Yes,
we can de Obama no fue otra cosa. Y la resurrección desde el núcleo del
sector más extremo del neoliberalismo, el neofascista, no se ha hecho esperar. Efectivamente,
las tradiciones son relatos y a partir de ellos se construyen las narrativas.
Pero a partir de los relatos, las tradiciones se constituyen como una
constelación de significantes, esto es, como un dispositivo instituyente de las
condiciones de sentido. Pensar que cambiando el esquema actancial del relato y
la sintaxis de la trama se cambia toda la constelación, como si esta no tuviera
un anclaje en lo real (en la compulsión a la repetición, en lo que vuelve y
vuelve de la pretendida tumba de la sinrazón) es una ingenuidad, cuanto menos,
peligrosa. Por eso, prefiero el término "comunidades de goce" a “bloques
antagónicos” o a "sensibilidades enfrentadas" porque en él se incluye
la pulsión de muerte, la agresividad, la eyección del otro.
El populismo es la enésima forma que está inventando la
izquierda para promulgar su unidad, visto el fracaso de la conciencia de clase
(obrera) y del partido único. El
problema teórico y epistemológico del hegemono-populismo es que, pretendiendo
relativizarlo todo, ha acabado por absolutizar
ciertas cosas y darlas por eternas. Al hacer de “lo político”una matriz nuclear a partir de la cual se desenvuelve todo
proceso, resulta que los marcos y los vínculos
devienen eternos: lo político existe desde que el hombre es hombre y no desaparecerá jamás. Y lo instituyente es el
único objetivo y éxito posible de la política.
Creo que las cosas son completamente distintas y la
realidad nos lo está mostrando. El
pueblo no se ha de movilizar sino es por su deseo. El pueblo es obscuro porque
no se sabe. El pueblo no es auto-transparente, no tiene
un saber inmediato sobre sí, sino que ese saber se aliena, precisamente, en la
esfera pública. Por eso, el líder debe escuchar las demandas pero no aprestarse
a satisfacerlas. La misión del líder es encauzar el modo en el que el pueblo
cuida de sí. Por eso debe catalizar el
proceso de creación de un contra-poder.
Siento tener que ser yo quien revele que los reyes magos
no existen, pero los pueblos unidos (o las izquierdas reunidas homogeneizadas),
hasta ahora, han sido derrotados siempre. Si han ganado en las urnas, a través
del juego sucio y la violencia. Y les juro que se me eriza la piel cuando oigo
y canto ese himno. Insistimos: en el proceso de radicalizar la democracia, todo
está por pensar y no hay quien tenga el secreto. Porque, a diferencia de las
agencias de inteligencia y de las tramas corruptas, el pueblo no tiene
secretos. Es todo él un íntegro enigma. El enigma de lo común, que aún no
existe. El auto-emprendimiento (en lo privado) y la obsesión institucional (en
lo público) tienen como fin primordial que los y las singulares jamás desvíen
su atención hacia lo común. Sería muy peligroso para las élites porque
socavaría la impostora centralidad del vínculo de explotación como paradigma de
todas las relaciones humanas, que es núcleo mismo de la ontología capitalista.
6. La multitud.
Es un rasgo típico del populismo del norte de occidente,
su convicción de estar en el secreto de la naturaleza humana y su consecuente
falta de fe en la humanidad. Otro micro-neoliberalismo. El gran error del populismo como instrumento
de la radicalización democrática, pensamos, es haberse olvidado de la multitud
en su obsesión por reducir lo político a la
representación instituyente. La multitud es un resto: lo que no cabe en
el electorado, en la opinión pública, en las masas, en el griterío de la turba,
el los protocolos de la sociedad civil o en la impostada unidad del pueblo. Es
lo que no se puede domesticar de los oprimidos. Una democracia multitudinaria
es la única alternativa política que podría resistirse a caer en las garras del
neoliberalismo más cínico y sangriento. El populismo debería asumir la
obscuridad de la multitud como uno de sus valores más vivificantes. Se trata de
oponer al genio del sistema la inteligencia colectiva. Fue André Bazin
quien acuñó el primer término para referirse al sistema de producción hollywoodense,
frente al de las vanguardias y poéticas europeas. Fue Marx quien acuñó el general intellect.
La multitud necesita pensar, no sólo pensar-se, no sólo
instituirse. No opinar o difundir a una cúpula o vanguardia, sino darse al
pensamiento. Una opinión es una verdad encerrada, es decir, por definición una mentira. El pensamiento, sin embargo, es un “medio
decir” y por ello está más cerca de la
verdad. La complejidad no es ya que no sea patrimonio de las élites, es que es refractaria a ellas. Se nota la mano de las élites
en el simplismo, en el afán divulgativo,
en la pedagogía del “lo que he hecho es por tu bien”. La multitud es un objeto
complejo para el pensamiento. La gran conquista
emancipatoria habrá de venir por la vía de hacer de esa complejidad sujeto. Como
el sistema se ha hecho sujeto cobijando a los intereses privados en el
anonimato de los mercados, que no necesita de líderes carismáticos. No habrá élites que puedan colonizar a un sujeto
que piensa (enuncia la verdad, no sólo
reflexiona sobre ella) desde su complejidad. Mal sistema es el que pretende poner orden en
la multitud ejecutándola en las categorías de nación, pueblo o sociedad civil.
El problema del populismo es que ha soslayado toda ética
deliberativa en lo que ésta pueda tener de radical. Eso, o se hace con mucho
cuidado o acaba hipostasiando una ontología. Es decir, acaba convirtiéndose en
una metafísica dogmática. Y, el paso a la praxis, en una mancia. Los círculos
hubieran sido un instrumento eficacísimo para vehicular un pensamiento
multitudinario, pero, ay, el núcleo irradiador desconfiaba mortalmente de ellos
porque desconfiaban de la militancia de
izquierdas, tan aviesa, que se infiltraría en su seno. Y Vistalegre II no
ha mejorado eso en absoluto, sino todo lo contrario: ha reafirmado el
modelo presidencialista, entre otras cosas porque cuando Pablo Echenique
intentó revitalizarlos se encontró con la casi-nada. A cambio seguimos con el ágora voting, la posibilidad de las
listas plancha y los sistemas electorales obsesivamente debatibles y
perfectibles. Tanto que se habla de paridad a cuenta de ellos y no recuerdo un
solo caso en el que uno haya sido diseñado por una mujer. He ahí una excepción
a la lógica fálica y al para todos de la castración. Y he ahí, en la multitud,
una posibilidad inédita de feminización de la política, más allá de las cuotas.
Después de todo, igual acabamos descubriendo que los micro-machismos y los
micro-neoliberalismos no andan tan alejados. El electoralismo democratista es
un destilado de la transversalidad. Elimina cualquier eficacia de la política
porque si no hay debate y posibilidad de surgimiento de la invención, el acto
de votar se convierte en una especie de metafísica.
Aquí lo dejo. Si el momento
populista de occidente (norte, claro), son Le Pen, Trump, el Brexit o Geert
Wilders, yo me quedo claramente con el 15M al que le habrán podido quitar
muchas cosas, pero no el ser un momento
multitudinario. Para allá se fue la multitud postfordista buscándose a sí
misma en su performance
virtuosa y mirándose en los bolsillos a ver si llevaban su carné de socios
civiles, mientras la opinión pública, -que, por definición, nunca sale (ni de
casa, ni en la tele)- los miraba atónita desde su mullida poltrona, sentando
caderas como quien sienta cátedras. Luego vinieron las masas a ocupar las
calles con sus mareas, rodeos y primaveras. Y en 2014, saltando desde los ojos
atónitos de la opinión pública aposentada ante el televisor vino el líder y, con él, el
núcleo irradiador. El pueblo, ese nuevo pueblo que nos prometió cual maná el
núcleo irradiador, aún no está. No sabemos si se le espera porque hasta hace bien poco andaba
perdido entre apaños electorales y vericuetos transversales. Lo que tenemos es
una opinión pública alterada, un target difuso
que necesita branded content para no
disolverse en el aire. Y un montón de heavy
users, a veces más mansos, a veces más feroces, que difunden ese content convencidos de que en la marca y el líder está la redención. Por
el momento es márketing, no
contra-hegemonía. Como decía la maldición china: “Ojalá te toque vivir en
tiempos interesantes”. Si esos momentos
son populistas, neofascistas, o bien -¡ojalá nos oiga el dios de Spinoza!- multitudinarios
está por ver.
Muy interesante. ¿Tu que propones?
ResponderEliminarYo no propongo nada porque creo honestamente que si propusiera algo de forma individual caería en lo mismo que critico ¿no te parece?
ResponderEliminar