46
Os oigo, malditos. Sois felices. Vosotras sois apetecibles.
Vuestros hijos llenan vuestras vidas.
¿De dónde habéis salido?
¿Por qué los demás no os ven?
47
Es una lija constante.
Pero sólo va en una dirección. No vuelve. No están lijando.
Suena como un arrastrarse rectilíneo.
Se van a salir. Llegarán aquí.
La fricción contra el techo rechina
como una canción de cuna
que entonara una virgen anciana
para una niña difunta.
Oigo su olor a himen orinado.
Oigo la náusea de sus arrugas pegajosas.
La niña es feliz.
La impune niña muerta.
Con el crujido de la sangre contra mis tímpanos,
que le canta.
48
Me olvido. No consigo saber dónde está.
No recuerdo qué buscaba.
De ello dependía mi vida.
Ser como todo el mundo. Eso era.
Como el mundo completo.
Y tener un Dios que me hubiera creado
y me amara sólo a mí. Sí, era eso.
No sé dónde lo habré puesto.
Pero lo que busco
es ser como todo el mundo.
¡Qué alivio, recordarlo!
49
He perdido el dolor. He llegado a casa, me he palpado entero.
Juraría que al salir lo llevaba encima,
con la documentación, con el dinero,
con las llaves,
con su nombre.
He perdido el dolor y ahora
su ausencia excava un hueco
irrespirable.
Al fin y al cabo, era
una señal de que estaba vivo.
Y ahora tengo que inventarme
una razón para evitar dejarme
morir inútil en la sima del olvido.
Qué preciosa es tu alma, Palao. Gracias por sacarla a pasear en los poemas y en el compromiso con la vida y los otros, que también son nos-otros. Un beso, guapo!
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