miércoles, 9 de noviembre de 2016

Tras Trump.


One who follows his nature keeps his original nature in the end. But haven´t you heard ever of something better to follow?

Orson Wells, The Lady of Shanghai. 1947

Yo dije esto no hace más que un par de años:
  
"La posición del votante es siempre la del interrogado, que tan bien define el “dilema del prisionero”. Cuando un votante va a las urnas, está jugando. Un juego serio, como la mayoría. Vota con el deseo, vota con el inconsciente, vota en precario. Vota para saber. Si gana mi opción, soy mi pueblo. Si pierde mi opción, eso, a saber. Por esa razón todos los candidatos que concurren a unas elecciones se ven obligados siempre a decir que han ganado, que de alguna manera, dado que se cerró la pregunta, ellos también son parte de la respuesta. Los que no les votaron se ríen, los que les votaron respiran"


Pues bien, el gran problema con el que se encuentra ahora el votante es que el Otro ha enloquecido definitivamente, que es ya imprevisible e incalculable.  En el Brexit o en las presidenciales americanas, el voto de castigo ha sido siniestro. Los norteamericanos, como los ingleses hace unos meses, se han votado a sí mismos al votar contra su representación. No hay más misterio. La mayoría ha votado con la firme convicción de que la mayoría (esto es, todo el mundo) iba a votar lo contrario. Y el voto de castigo al Otro se ha convertido en un voto de suicidio, de auto-punición. No hay Otro, hay el Doppelgänger. Eso es Todo amigos. El problema del populismo noroccidental es que ha desvelado una horrible verdad:  no hay Otro del Otro. El pueblo ha dado consigo en un agujero negro: resulta que el Otro, grande e imponente, no existe, era simplemente YO. El pueblo obscuro ha mirado y se ha visto rodeado de espejos. Yo soy la mayoría. En la celda vecina, cual gato de Schrörindger, está mi doble, no mi cómplice, ni mi enemigo.


Todos somos hijos de Saturno y hermanos bastardos de Narciso. Juego de Tronos es tan tranquilizadora porque no hay pueblo, electorado, opinión pública. El espectador está a salvo de cualquier responsabilidad, el príncipe es autónomo. ¡Oh, aquellos tiempos de la Arcadia en los que los pueblos aún podían decir: el loco no soy yo!

  

Pero yo lo que más interés tengo en saber es qué va a hacer ahora Susana Díaz. ¿Abrirá una oficina de la Junta de Andalucía en el Edificio Trump? La última política clásica y baronil que queda, derrocada Clinton, debe de sentirse tremendamente sola entre tanta locura. Igual se monta una asesoría de merchancoaching con Albert Rivera, el Trump de la Hispanidad. El problema de los políticos estándar es ahora con la alegría. En el eje que va de la carcajada al llanto han perdido su lugar porque ya no tienen un electorado ni un pueblo ni una sociedad ante el que desplegar su pantomima histriónica. Tienen una masa loca que ya no puede confiar en el Otro porque el Otro es sí mismo. Si alguien ve algo positivo en esta sombra alargada que nos acecha, y que no es otra que nuestro ser más allá de nuestra identidad, que me lo cuente. Estoy deseando escucharle.


Ps: Todas las imágenes son fotogramas de La Dama de Shanghai. 


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