Llevo ya muchos meses a vueltas con Podemos. Un proyecto que no me sedujo nada cuando lo conocí mediáticamente y que me enganchó en cuanto lo conocí por dentro, en cuanto vi cómo funcionaba allí la gente, al margen de las apariciones televisivas de sus líderes. Yo me involucré en Podemos
como crítico y como crítico sigo estando. Evidentemente, como
consecuencia directa en el plano de la política representativa de todo
lo que significó el 15M, me sigue pareciendo el proyecto más sugestivo.
Tanto en sí mismo como por las dinámicas externas que genera. Ni Guanyem Barcelona, ni Ahora Madrid, València en Comú o Castelló en Moviment ni
todas las candidaturas municipalistas honestamente horizontales y
populares que han surgido en el Estado Español hubieran tenido las
mismas posibilidades sin ese hilo conductor que ha sido Podemos como forma partidaria del 15M. El caso es que Podemos
me sigue seduciendo como hipótesis, menos por lo visible desde fuera,
que son los triunfadores de la “máquina de guerra electoral”, que por lo
que sigue habiendo dentro: los excluidos, los que protestan, los que
ofrecen alternativas, los que siguen luchando porque el espíritu que se
condensó hace cuatro años no muera y espere, con toda su carga de
dignidad, a volver a ser evidentemente necesario. Creo firmemente que se
puede criticar a los cargos electos de Podemos sin estar
atacando a la organización, sino todo lo contrario: buscando que no
traicione su destino que es el de ser una auténtica arma del poder
popular.
Un proyecto que no me sedujo nada cuando lo conocí mediáticamente y que me enganchó en cuanto lo conocí por dentro
Pero evidentemente hay muchas cosas en el Podemos
actual, las directas consecuencias del proceso de Vistalegre, que no me
gustan nada y que en el título de esta entrada me he tomado la licencia
poética de decir que “odio”. No me gusta nada el modelo de
funcionamiento vertical, que reserva toda la iniciativa al núcleo
promotor y, a efectos prácticos, ha relegado a una función pasiva a los
círculos y de la gente. Parece que hemos caído en una especie de
neoelitismo donde todas las iniciativas corresponden a los consejos
ciudadanos, formados en su mayoría a partir de listas plancha y
exaltadas públicamente por el “comando mediático” desde sus atalayas.
Dicen que es que ahora ya pasó aquello del asamblearismo ruidoso, que
ahora ya estamos en la “fase instituyente”. Vamos, a efectos prácticos
que hay que dejarse de jugar al 15M, que
ahora toca que las personas mayores, maduras y cabales piensen y actúen.
Los activistas, a difundir y aplaudir. Y, claro -clarísimo-, que por
ese medio en vez de revocar el sistema de representación,
que es para lo que se salió a la calle, lo que se está haciendo es
intentar conquistarlo, hacerse un hueco en él, con aquello de la
“centralidad del tablero”. Y así, sin intervención alguna de las bases,
llegan los paracaidistas de las listas, llega el ser absorbido por los
lenguajes dominantes, callar ante las preguntas comprometidas, disimular
en los medios. Llega el compadreo, el que las listas sean más
importantes que la implantación social, llega la fabricación viral de
eslóganes y la prohibiciones semánticas, sin darse por enterados de que
la cuestión fundamental en lo que se refiere a los “significantes
vacíos”, probablemente, sea quién los enuncia, si el pueblo que los
proclama o el aparato comunicativo que los declama. Y por ese camino se
llega el despachito, al smart phone como nódulo esencial de la
cadena de poder, a enfadarme si mis amiguitos no salen votados en el
orden que yo he dispuesto -¿qué sabrá la gente?- porque el resto ha
decidido que, si hay unas reglas, vamos también a jugar con ellas
nosotros también…
Dicen que es que ahora ya pasó aquello del asamblearismo ruidoso, que ahora ya estamos en la “fase instituyente”.
En fin, mediaticismo excesivo que cae
inevitablemente en la banalidad, repetición comunicativa en lugar de
pensamiento innovador, dependencia de los líderes, nula capacidad de
iniciativa ciudadana, verticalismo, viralismo automatizante… Parece que
son muchas cosas las que odio de Podemos. ¿Hay
alguna palabra, algún concepto, alguna etiqueta que sea capaz de
recoger todos estos matices críticos y resumir de un solo golpe verbal
todos mis “odios”, para que se capte mejor mi idea? Sí, hay una. Se
llama: CIUDADANOS.
En efecto, todo lo que “odio” y he criticado de Podemos se ha sustanciado en un engendro electoral prefabricado llamado Ciudadanos. Porque
llamarlo “partido”, cuando no es más que un aluvión de trepas
suficientemente preparados (para trepar) e imponernos su racismo “soft”,
su vetusta concepción de la educación, y un neoliberalismo cuya única
marca de honorabilidad radica en que aún no han estado en la cárcel.
Porque lo que en Podemos son defectos o indicación de posibles tendencias criticables e indeseables, todo eso, es la mismísima esencia de Ciudadanos. Todo lo que puede provocar un descontento y protesta en las bases de Podemos no lo provoca en la bases de Ciudadanos, simplemente, porque ciudadanos no tiene bases. Si en Podemos la verticalidad, la pasividad ciudadana, la impostación falsaria de los representantes son riesgos o errores, en Ciudadanos son su única razón de ser.
Podemos nació para romper el bipartidismo. Ciudadanos
nació para elevar el bipartidismo al cuadrado. Una formación sin
ninguna base social real, formada por niñatos que exhiben sus titulitos
de ADE en las privadas de relumbrón, sus másteres de elevado pago, que
quieren pescar algo más que la herencia de sus papás porque se han
avispado de que el río andaba revuelto. ¿Dónde estaban estos muchachos
en el 15M? ¿Dónde militaron, dónde actuaron? ¿Dónde estaban sus 20.000
afiliados-candidatos cuando las mareas, las marchas por la dignidad, los
desahucios? Ninguna experiencia en movimientos ciudadanos, todo lo más
en asociacionismo empresarial .Y no me fastidien y me quieran vender que
pagaban cuotas de alguna oenegé, ese invento neoliberal para lavar
conciencias, como algo parangonable al compromiso y al activismo social y
político vitales y auténticos. Comparar a Ciudadanos con Podemos
es indigno pero es un error grave pensar que no es nuestro problema,
porque esa maldita centralidad del tablero a la que se ha entrado a
jugar, de una forma tal vez excesivamente imprudente, la disputamos
directamente con ellos.
¿Dónde estaban estos muchachos en el 15M? ¿Dónde militaron, dónde actuaron?
Por otra parte, nada nuevo bajo el sol. Ciudadanos
es un recambio del franquismo neoliberalizado, como otros que ha habido
en los últimos cuarenta años, cuando este viejo componente derechista
en la sociedad española se ha visto desbordado por su propia inmundicia.
Se ha dicho que Podemos corría el riesgo de ser el nuevo PSOE. A mí no me cabe ninguna duda de que con Ciudadanos se está realizando la misma operación que con la UCD de Suárez. Me los imagino intercambiando llamadas y WhatsApps con aterrados miembros del PP y UPyD de la misma manera que los colegas de Suárez iban a los despachitos y recibían en los suyos a los mandos de Falange
que veían la inminencia de su defenestración porque el capitalismo
voraz se había cansado de la manera en que ellos lo gestionaban. Las
bases ideológicas de Ciudadanos son esas y no otras, recordémoslo: el nacionalismo español (explícitamente anti-catanalista en su caso) y la defensa de “la enseñanza concertada”,
que adoran, y que es la forma pragmática que ha tenido siempre el
catolicismo de mantener sus privilegios económicos y sus prerrogativas
como aparato de reproducción ideológica. No nos olvidemos de que esa
enseñanza que el franquismo nos legó es la principal fuente de
financiación de la jerarquía católica y no la famosa casilla de la
declaración de la renta. Una cosa que necesita urgentemente España es
una reforma educativa radicalmente democrática, laica, pública y
estable, que es lo que hemos estado pidiendo con fuerza estos últimos
años en la calle con manifestaciones, marchas y huelgas. Y una
estabilidad laboral y no una homogeneización de los contratos a la baja
que los homologa todos a los temporales. ¿Qué vienen estos a vendernos
ahora, por favor? ¡Venga ya, hombre!
Una cosa que necesita urgentemente España es una reforma educativa radicalmente democrática, laica, pública y estable…
En efecto, Ciudadanos es la
repetición de la operación de UCD: salvarle la cara al componente social
franquista. Y su base ideológica no es otra que un
nacional-catolicismo, ahora maquillado, sonriente y pizpireto. Y no me
vengan tampoco con que son ateos o aconfesionales algunos de ellos.
Jiménez Losantos o Sostres han sido buen ejemplo del cinismo neoliberal
que permite defender a Dios y a la Patria como arma contra el progreso
sin comprometerse personalmente con ellos ni tener que andar en
procesión, ni bajo palio. La ideología del Ciudadanos, y es
algo obvio y evidente en su historia y sus propuestas, es la misma que
la del PP: imposición no negociada de la unidad del Estado y absoluto
servilismo con los intereses económicos de la jerarquía católica, la
gran empresa, la banca y el capitalismo global.
El río revuelto en el que esta gente ha
venido a ver si pesca tenía como una componente esencial la defensa de
lo público, de los derechos como derechos y no como servicios
clientelares. Y ya han dejado muy claro que esa no es su apuesta. Lo que
nos venden a cambio es la cosita de la corrupción, como almas bellas e
incorruptas. La corrupción es un falso objeto, una realidad que se
pretende utilizar como argucia para sustituir a un partido quemado por
el neoliberalismo -la detención espectacularizada de Rato, es un buen
síntoma de esa operación-por unos muchachuelos y muchachuelas risueños y
vivarachos. Pero no seamos ingenuos: no hay más modo de acabar con la
corrupción que el control efectivo de los políticos por parte de los
ciudadanos. No es un problema de honestidad personal ni de
transparencia, ni de regeneración moral. Es un problema sistémico de
modelo de sociedad del que lo político es reflejo, de un modelo social
de la economía, de una concepción empresarial que implica un mercado al
servicio de la explotación y no un mercado al servicio de la gente. La
corrupción es un síntoma, muy grave, pero sólo un síntoma. Y los
muchachos y muchachas de Albert Rivera han acometido el gran fraude:
autodenominarse “ciudadanos” cuando no tienen otra vocación ni otra
vertiente que la de políticos profesionales. Son, sin duda, lo peor de
las nuevas generaciones (en minúscula o en mayúscula, si se prefiere). Y
lo peor de la vieja. Por favor, si alguien en su inocencia se siente
seducido por el angelical semblante y el dulce verbo de Albert Rivera,
que no deje de recordar que, como un Dorian Grey del virtuosisimo
postfordista, mantiene en su sótano los semblantes agriados de lo más
amargo del panorama político español: Espada, Boadella, Nart o Azúa.
Explícita o implícitamente. Ciudadanos no es más que otro
intento de reactivación, otro pequeño partido transitorio de trepas
(UCD, PDP, CDS, UV, UPyD, UPN…), si es que alguien se acuerda todavía de
ellos, cuyo destino está trazado: ser reabsorbidos por el PP a medio
plazo, como el único heredero legítimo del nacionalcatolicismo, se
disfrace unas veces de falangista, otras de liberal-parlamentario.
Miren, a partir del 15M, si lo tomamos en su acepción más auténticamente radical, si lo aceptamos con todas su paradojas y contradicciones –qué
más natural que la aparición de lo paradójico cuando en el seno del
sistema representativo se ha mostrado un vacío irresoluble– los
españoles nos encontramos con una oportunidad histórica única:
arrinconar y derrotar de una maldita vez al franquismo cuya antorcha
recogió Fraga apoyado por un Felipe González que prefirió siempre
sostenerlo como tapón para la posible aparición un contrincante con más
posibilidades y con menos techo electoral. De todas las trapacerías de
este señor miembro de consejos de administración diversos, y ahora
parece que con intención de ejercer de abogado en Venezuela,
probablemente la más execrable sea no haber derrotado democráticamente
al franquismo cuando lo tuvo en su mano.
Todos los que mantuvieron la llama viva,
todos los que despertaron el 15M, todos que aman a su país intentando
no excluir de su amor a la verdad no se merecen algo tan ramplón como Ciudadanos.
¿Somos capaces de imaginarnos lo que sucedería en esta ciudad de
Valencia y en el País Valenciano en general si el recambio del PP fuera Ciudadanos,
como ya se está encargando de propagar la prensa del régimen? Si han
sido capaces de lo que han sido, de representar el españolismo más
reaccionario en un territorio tan hostil a él como Catalunya, ¿cuánto
daño podrían hacerle a un pueblo como el valenciano y a su cultura
herida de muerte tras dos decenios de PP?
Tenemos una oportunidad única de no alimentar más a la bestia, de enfrentarnos a ella de una vez por todas.
Tenemos una oportunidad única de no
alimentar más a la bestia, de enfrentarnos a ella de una vez por todas.
No perdamos la ocasión. Necesitamos hacer un ruptura radical en lo
político que permita transformaciones muy profundas en los social sin lo
efectos secundarios de las revoluciones históricas. Una radicalización
democrática no puede ser otra cosa. Y Ciudadanos ha nacido con
el único propósito de ser la contraofensiva del nacional-catolicismo más
casposo que arrastramos ocho décadas. El 15M,
las masas salieron a la calle. Salieron a pensar, a ocupar el lugar de
la representación, a ser agentes de su destino. Pensar no es sino hacer
presente lo real, hacer actuar al lenguaje para atraer a la presencia lo
que acude como invasión del ser. Seámonos fieles. Es lo único que nos
hace falta: seguir teniendo el coraje de querer lo que deseamos.
Y, por cierto, si alguien se ha sentido engañado por el título de esta columna, creyendo que iba a leer una diatriba contra Podemos, al encontrarse una invectiva contra Ciudadanos, mis más sinceras disculpas. Era mi intención. Otros pretenden engañar con mucha menos sinceridad.
Columna Original..
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