Es una clientelización de la moral que
pasa con toda naturalidad al campo de lo jurídico, lo político y lo
civil. Somos clientes del sector público. Somos clientes
(contribuyentes) del Estado y así tapamos nuestra condición de súbditos.
Así nos comportamos, pues, respecto a nuestras demandas. Nos
consideramos sujetos de derechos mientras se nos permite tratar a estos
derechos como mercancías. Es la comodificación de nuestra
dignidad. Tenemos derecho a algo desde el momento en que podemos
pagárnoslo. Negarnos lo que podemos pagar es un atentado intolerable a
nuestros derechos, ocultándosenos cual almas bellas que la mayoría de
las veces nuestros derechos, en el neoliberalismo, suelen implicar la
explotación de otros y –para conseguir poder pagar- de nosotros mismos.
Bueno, pues yo pienso que esta brutal e
insalvable raja entre nuestras dos condiciones a veces se nos presenta
ante los ojos, con toda su crudeza paradójica e irresoluble entre
nuestra condición de explotados y de explotadores, de siervos y de
clientes, como una epifanía fatídica. Pues bien, el dilema político,
económico y moral de la maternidad subrogada es uno de esos casos en que
la demanda de los derechos sub especie neoliberal nos muestra el máximo
desgarro. Es el círculo siniestro del Discurso Capitalista. El derecho a
la paternidad de unos parece permitirles exigir a cambio de dinero la
posibilidad de disfrutar de los privilegios del útero de otras. Parece
que nos evitamos tratar con el pene (y con el clítoris, porque la
vagina, aunque sea de salida, sigue implicada), pero el falo sigue tan
céntrico como siempre, a través del dinero y de la explotación y
sometimiento de otro cuerpo humano.
Y de lo que nadie habla es del derecho
fundamental del hijo o de la hija. Hasta donde yo sé, ninguna época,
civilización o cultura ha considerado nunca la paternidad como un
derecho. En todo caso, como una obligación. Un mínimo sentido de la
responsabilidad implica, que si decidimos cambiar esa estructura
antropológica en la post-modernidad, dediquemos algún segundo a pensar
en la tremenda innovación, en la violenta irrupción de lo inédito que
estamos propiciando y en sus consecuencias, y no hablemos de ello con
una regocijo estúpido porque al fin hemos liberado a la naturaleza de
las ignominiosas imposiciones de la tradición. Esa estulticia banal del
progre neoliberal, que deambula jovial por la existencia repitiendo
mantras como si un anuncio de la tele le hubiera desvelado el secreto de
la vida, es lo más irritante que tienen los yupiprogres, los mayores
enemigos, sin duda, de un digno enfoque radical. Porque toda
introducción de un derecho en el capitalismo implica un menoscabo del
otro. Siempre, mientras la dignidad material no esté asegurada y todos
los derechos acaben ejerciéndose por la vía del mercado. Yo no le veo
solución a esta paradoja en un entorno de “sociedad de mercado”. Si
alguien la encuentra, que me lo diga que se la compro. Estaría en mi
derecho, ¿no? Es un decir…
Original VLCN
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