Allá por 1932, el PCUS dirigido por
Iosif Stalin puso las bases de la derrota definitiva, 60 años después,
del modelo socialista nacido de la revolución bolchevique de 1917 a
manos del capitalismo internacional: la proscripción de todo arte
vanguardista y la promulgación del realismo socialista como estética
oficial del régimen. Los artistas que habían apoyado la revolución como
un hecho inédito en la historia emancipatoria de la humanidad, había
tenido claro que esa nueva sociedad necesitaba de cauces de expresión
radicalmente distintos de los de la sociedad burguesa. Pero Stalin no.
Él estaba mucho más interesado en dominar y disciplinar a las masas que
en emanciparlas y el realismo burgués era un gran instrumento para ello.
Bastaba con ponerle el adjetivo socialista y cambiar los contenidos de
la moral burguesa por una supuesta moral obrera. Craso error. Esas
mismas masas estaban perfectamente preparadas para asimilar la
propaganda del capitalismo cuando ésta se hizo incontenible, porque su
estructura mental era campo abonado para ello. Las formas importan, sin
duda.
Hay dos grandes bloques de razones para desconfiar de la figura de Pablo Iglesias Turrión y de su iniciativa electoral Podemos.
Por un lado, la izquierda tradicional y los aparatos partidistas que la
conforman desconfían de él como un advenedizo. Es una posición
profesionalista y meritocrática (la política es nuestro coto privado,
sométete a la disciplina partidaria como nosotros) que no me interesa
mucho. El otro bloque lo conforman razones de tipo intelectual y de
sensibilidad social. Yo me adscribo a éstas. Sin demasiado empacho,
Pablo Iglesias ha cimentado su meteórica carrera política en un campo
mediático como el de la tertulia, con la excusa de poner sobre el tapete
valores antagónicos a los que se estaban defendiendo en emisoras de
extrema derecha como Intereconomía. Pero la tertulia política mediática
tiene una serie de reglas discursivas inviolables: predominan el grito y
la consigna que eterizan en un pretérito perfecto posiciones
absolutamente inamovibles (la izquierda siempre ha/ la derecha siempre
ha) y que sólo admite argumentaciones simples y sometidas al ruido. Es
algo típico del discurso político contemporáneo: el olvido del
pensamiento y su suplantación por planteamientos comunicativos. No se
trata de concienciar a las masas -y por lo tanto, desmasificarlas- para
comprender y transformar la realidad, sino de que te voten en masa. Y,
para eso, cuanto más masificadas, mejor.
A partir de aquí, Pablo Iglesias parece
haber confundido conceptos como esfera pública y sociedad civil, con
agenda informativa y relevancia mediática. De ahí, que haciendo gala de
una cierta endeblez intelectual, pese a presentarse en todas partes como
profesor de “ciencia política”, haya decidido proyectar su figura
mesiánica en unas elecciones con algo que él dice que no es un partido,
sin darse cuenta que en el laberinto de espejos en que se ha metido,
toda estructura enfocada a una contienda electoral es para la opinión
pública un partido. Como los demás.
Parece pues que ha encontrado un atajo
en la complejidad asfixiante del sistema y su capacidad para neutralizar
y absorber lo que se le opone. Y lo ha hecho cimentando su fama en su
afortunado nombre (últimamente le añade el Turrión, cosa que no hacía
hace unos meses cuando fue descubierto por Intereconomía, pero es para
evitar equívocos en la Wikipedia con el padre del socialismo español)
que le confiere la pátina de intelectual predestinado a convertirse en
portavoz popular. Algunas anécdotas contadas en su facebook, sobre cómo
consiguió colarse en Barajas gracias a un trabajador cuyo padre
republicano había sido asesinado y que le encorajinó con un expresivo
“¡dales caña a los fachas!”, o su ocurrencia de intentar rebatir a
Marhuenda restregándole sus matrículas de honor a la cara, dan cuenta de
la concepción de sí mismo como líder ilustrado de los silentes que
tiene el personaje: todo para el pueblo, pero conmigo. Y también es
significativa de su concepción espectacular del debate político la
consigna de probado éxito mediático “Podemos”, que confiamos que remita a
las campañas de Obama y no al eslogan de Cuatro que acompañó a la
selección española en la conquista de la Eurocopa de 2008.
En fin que la aventura personal de Pablo
Iglesias Turrión tiene tres destinos posibles. O triunfa en el seno del
sistema y se convierte en un acomodado político profesional,
traicionando a sus seguidores (¿recuerdan a un tal Felipe González?). O
fracasa, y entonces habrá que recoger los fragmentitos de su ego con
cucharilla, porque dudo que se recupere de algo así. O, la más
improbable, que triunfe contra el sistema, con lo cual sus prisas, su
superficialidad y su falta de profundidad política podrían poner a su
misma opción, la izquierda, en un grave peligro de debacle histórica
(¿recuerdan a un tal Zapatero?).
No estoy, dios me libre, pidiendo que no se vote a Podemos.
Lo único que pediría a quien le estas líneas, es que si decide votarles
lo haga de una forma radicalmente democrática, es decir, con
desconfianza. Porque depositar la total confianza en aquello que se vota
es convertir el voto en un acto totalitario, darle el valor de única
forma posible de intervención política. En cuanto a mis opiniones sobre Podemos y su líder, ojalá me equivoque. Como no soy tertuliano les aseguro que no tendría empacho alguno en reconocerlo.
La columna original, aquí.
Allí podéis leer los comentarios y reacciones.
Os copio, simplemente una perla, que yo aún no sabía que iba a mi destino los dos años siguientes:
17 de febrero de 2014 at 06:52
Por cierto, alguien como tú hace un daño terrible a todo el país impartiendo clases. Vas de imparcial pero no sólo no se te ve una sola referencia a la derecha, cuando pones ejemplos de la maldad política. Tu posición y tus argumentos son falaces y están vacíos pese a tanto adorno intelectual. Básicamente te pones la toga de la historia para decir algo tan simple como “guardaos de las novedades, no votéis a ése, que es como los demás, cuidadoooo”. No sé si eres un envidioso resentido y corrupto o sólo un burdo manipulador en busca de notoriedad.De más está decir, que después de este hooligan hubo decenas. Espero que todos tengan habitación en la casa de Galapagar. O han hecho el más espantoso ridículo. Algunos siguen en Podemos. Otros,bien lejos. Muchos hoy me darán la razón. Yo sigo cabe Podemos, desde hace casi cuatro años.
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